Las elecciones federales alemanas han dejado, a priori, un Bundestag a gusto del tejido empresarial del país. En busca de una estabilidad política que había desaparecido del mapa en los últimos meses de la coalición semáforo que fundamentaba el gobierno de Olaf Scholz, con una cada vez más contradictoria convivencia entre Verdes y Liberales alrededor del Partido Socialdemócrata, el capital, tanto industrial como financiero, de la República Federal rogaba por una mayoría moderada en el legislativo, que expulsara, en la línea política de los conservadores tradicionales, tanto a la ultraderecha de AfD como a la izquierda de Die Linke de cualquier responsabilidad ejecutiva. Por unos escasos 13.000 votos, los que han dejado fuera a la Alianza Sahra Wagenknecht del hemiciclo, las principales patronales del país encuentran cierto confort en la prospectiva coalición entre centroderecha y centroizquierda, especialmente si esta la lidera Friedrich Merz, uno de los suyos de par en par. «Mucho del humor del mundo empresarial dependerá de la habilidad del nuevo gobierno electo de señalar estabilidad y tomar medidas atrevidas«, aseguraba el economista en jefe del Banco Comercial de Hamburgo, Cyrus de la Rubia, en su último índice de gestores de compras.
Es cierto que después de dos años de crisis, bajo la losa que supusieron las restricciones a la importación de gas ruso impuestas por el mismo canciller Scholz, la industria alemana muestra ciertos signos de mitigación del desastre a principios de 2025. «La recesión se ha ido frenando durante los últimos dos meses, y, a pesar de que la industria sigue sufriendo, el camino es ascendente», aseguran desde el HCOB; en un estudio que fundamenta buena parte del optimismo o pesimismo del mundo empresarial. Aun así, las expectativas económicas del gobierno para 2025 han empeorado: a finales de enero, el ejecutivo recortó sustancialmente su previsión de crecimiento este año, hasta un prácticamente imperceptible 0,3%, muy lejos del 1,1% que habían puesto sobre la mesa el pasado mes de octubre. Aunque la expectativa parece sombría, significaría una importante mejora respecto a la evolución de 2023 y 2024, dado que en cada uno de los últimos dos años el PIB de la Federación sufrió una ligera caída -del 0,3 y el 0,2%, respectivamente-; y, por tanto, volver a crecer, aunque sea poco, sería una buena noticia. La mano derecha del Canciller, el aún ministro de Economía y Clima Robert Habeck -líder de los Verdes, el partido de la coalición que fue menos castigado el pasado domingo- los motivos para esta mala salud son externos. «La crisis global de los últimos años ha golpeado nuestra industria, especialmente aquella orientada a las exportaciones», aseguraba el dirigente; lamentando que la «incertidumbre» causada por la política comercial de Donald Trump añade aún más leña al fuego. Sin embargo, también identificaba «profundos problemas estructurales» en el país, desde una clara falta de inversión -privada, pero también pública, con el tesoro de Berlín ahogado por los estrictos límites de deuda- a una «desbordante burocracia» que frena los proyectos innovadores.
Más de acuerdo con esta segunda línea argumental, el empresariado alemán apuntaba claramente al gobierno, y no solo al de Scholz, como culpable del estancamiento del país en los años previos a la pandemia y la guerra en Ucrania; y de la crisis que los afecta desde entonces. Después de que el Palais Schaumburg actualizara a la baja sus perspectivas, Peter Leibinger, presidente de la BDI, la principal patronal industrial de la federación, lamentó que «durante años, las diversas administraciones han retrasado importantes reformas, detenido inversiones y sobrevivido con el estado de las cosas que había». Tras las elecciones, y vistas las experiencias anteriores, el mismo Leibinger se ha mostrado incrédulo respecto de las posibilidades de un acuerdo entre la Unión y el SPD para superar el atasco alemán. «Un pacto entre negros y rojos solo hará justicia al país si resuelve las grandes tareas pendientes», alertaba el empresario. Entre los deberes que la patronal pone al potencial gobierno de Friedrich Merz, la gran asociación industrial de la República destaca remediar el deterioro de las infraestructuras, un agravio que ya se ponía sobre la mesa durante los sucesivos gobiernos de Angela Merkel, y que tiene su origen en la crisis financiera; así como la falta de mano de obra -de nuevo, un problema que ya se sufría hace una década, y que las coaliciones ejecutivas de Merkel buscaron solucionar con intensos flujos migratorios-. También reclaman una importante reforma administrativa para que «todo lo que genere crecimiento ocupe el centro de atención». «Los partidos deben demostrar que han entendido la gravedad de la situación: se debe detener la peligrosa espiral descendente de falta de inversión y crecimiento débil», ha añadido el patrón.

Merz, ‘einer von uns’
El mundo empresarial, en este sentido, espera que un gobierno dirigido por Friedrich Merz sea especialmente sensible con sus demandas, dado el historial político y profesional de quien probablemente será canciller alemán durante los próximos 4 años. Merz siempre ha sido miembro del ala económicamente más dura de los democristianos alemanes. Desde sus primeras experiencias parlamentarias, fue la voz económica de la oposición al entonces canciller Gerhard Schröder, tanto bajo el liderazgo de Wolfgang Schäuble como de Edmund Stoiber. Su escalada dentro de la formación encuentra un obstáculo insalvable cuando en 2004 Angela Merkel alcanza la presidencia, y los conflictos entre ambos se fueron haciendo evidentes. Pocos años después, en 2009 -en medio de la gestión de la crisis financiera global-, el futuro canciller abandona la vida política para dedicarse al derecho corporativo en la rama alemana del bufete internacional Mayer Brown, desde donde ha participado de la gobernanza de compañías tan diversas como la filial germánica del fondo de inversión BlackRock, la industrial Bosch, la inmobiliaria Ernst & Young, el banco HSBC o el club de fútbol Borussia de Dortmund. Fue al frente del equipo del Ruhn, en un momento especialmente dulce para los amarillo-negros, que volvió al ojo público, para recuperar la actividad partidaria tras la pandemia. Considerado el pilar ideológico del proyecto del Partido Popular Europeo para la segunda etapa de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea -con la lucha contra la burocracia en el centro- el empresariado lo entiende como un activo propio, tanto por tradición como por currículum.
Sin embargo, Merz deberá convivir, previsiblemente, con un SPD en reconstrucción en su ejecutivo. En cuanto a las alianzas con el sector privado, las distancias entre socialdemócratas y conservadores no son especialmente marcadas, en tanto que ambos partidos buscan fórmulas fiscales para favorecer la inversión, así como la atracción de talento a través de rebajas en el impuesto sobre la renta. Sin embargo, el programa de la CDU busca activar el impulso empresarial mediante más paquetes de rebajas fiscales, mientras que los rojos prefieren subsidios a la nueva actividad. La gran brecha entre ambos, cabe decir, es la relación con la deuda pública, un punto que también afecta al crecimiento empresarial. Scholz llegó a los comicios con una propuesta de flexibilización de los límites de endeudamiento y déficit para, entre otras cuestiones, abordar los problemas de infraestructuras o complementar la inversión privada con un fondo de 100.000 millones de euros, similar a los Next Generation, pero a escala nacional. Por su parte, Merz solo ha abierto la puerta a reformar el tope financiero para cumplir con las reclamaciones de la OTAN en materia de defensa, y confía en recuperar el crecimiento económico a corto plazo para mejorar la recaudación y, con ella, la capacidad de gasto del sector público; todo ello sin adquirir más pasivo del que permite la Constitución.

La amenaza norteamericana
Fuera de los problemas internos de la economía del país, es cierto que la coyuntura global no ha ayudado a la estabilidad del mundo industrial alemán. Aunque el presidente de los Estados Unidos Donald Trump fue rápido en sus celebraciones por la victoria de Merz, la resistencia frente al expansionismo norteamericano ha sido entre las claves de la campaña de la CDU. De hecho, el líder conservador anunció en las últimas horas de la campaña su intención de «independizar» tanto a Alemania como a la UE de «la América de Trump». «Nunca pensé que tendría que decir esto, pero está claro que, para los americanos, el destino de Europa es completamente indiferente», criticaba en una reciente entrevista, en un cambio de dirección impropio de un histórico atlantista como es el próximo canciller. La cuestión de la defensa es solo una parte del discurso, pero la capacidad económica alemana también está bajo el asedio de la administración Trump.
Los aranceles impuestos por el Despacho Oval afectan especialmente al tejido económico germano, con exportaciones de más de 171.000 millones de euros a los EE.UU en 2023. De hecho, algunos de los subsectores que más venden productos al otro lado del Atlántico constan entre los más atacados por la Casa Blanca, como la maquinaria industrial (34.000 millones anuales), la industria farmacéutica (27.000 millones) o el ya maltrecho automóvil alemán, que vende a los Estados Unidos productos por valor de más de 38.000 millones de euros. La derecha alemana, cabe decir, tiene difícil evitar la amistad con la presidencia norteamericana y, de hecho, durante los primeros compases de la campaña el mismo líder democristiano exploró la posibilidad de abordar un acuerdo de libre comercio entre las dos potencias. Hacia el final de la carrera, y en medio de desvarío tras desvarío por parte de su futuro homólogo estadounidense, ha empleado un tono mucho más agrio: «la UE no puede aparecer ante Washington como un enano, porque será tratado como tal».