La victoria electoral de Joe Biden de 2020, tal como recuerda el profesor de Ciencias Políticas de la UB y experto en política estadounidense Xavier Torrens, devolvió al Despacho Oval una actitud que el Partido Demócrata había guardado durante décadas. Lejos del atractivo de masas de sus predecesores demócratas en la oficina –Bill Clinton y Barack Obama, con un discurso y unas formas casi pop– Biden «regresaba al estilo de Al Gore, Carter o Dukakis«. La figura del 46º presidente no era para late shows y conciertos de hip-hop; sino que se movía con comodidad allí donde ya lo habían hecho los líderes de su formación desde mediados del siglo XX: las instituciones, las fuerzas vivas de las ciudades y, muy especialmente, las fábricas. Sus grandes defensores lo presentan como el dirigente más pro-trabajo de la historia reciente de Estados Unidos: desde su presencia en el piquete de huelga de General Motors hasta su rechazo de la directiva Taft-Hartley -una ley que, a efectos prácticos, da poder a la Casa Blanca para detener huelgas-; pasando por el pay them more que se volvió meme después de la pandemia, Biden se quiso vender durante cuatro años como un cercano aliado del mundo sindical, con una conexión con las bases laborales que no se encontraba en administraciones anteriores. Sin que el sindicalismo haya cambiado en términos de relevancia, sin embargo, la actitud sí ha cambiado: la postura de Biden, lamenta Torrens, «no ganaría las elecciones el 5 de noviembre».
La mala calidad de la relación de Biden con el votante explica en buena medida la elección de Kamala Harris como sucesora: para el profesor, el perfil de la californiana equilibra el continuismo con la agenda política de la administración saliente con la herencia expansiva de unos Obama y Clinton que, de hecho, estuvieron entre los protagonistas de la última Convención Nacional Demócrata de Chicago. Parece, sin embargo, haber aprendido de la experiencia de la última derrota de su partido: al ser confirmada, y con los errores de Hillary Clinton bien presentes, rompió su agenda en la DNC para ofrecer un enorme mitin en Milwaukee, una ciudad industrial del medio oeste llena de la clase de votantes que fundamentaron el ascenso de Donald Trump al poder en 2016. A juicio de los expertos, necesita impulsarse en estos mercados: en opinión del profesor de la Universidad Pompeu Fabra Javier Astudillo, «no tiene aquella vinculación con el mundo del trabajo que tiene Biden»; lo cual puede llegar a arriesgar el voto en algunos condados de estados del norte del país con especial movilización obrera y tradición industrial.
Institucionalmente, el mundo sindical ha entendido la línea que une a Harris como vicepresidenta con su boleto para el 5 de noviembre. La AFL-CIO, la principal intersindical de Estados Unidos, ha pedido abiertamente el voto para la candidata; y ofrece en su sitio web una comparación programática entre demócratas y republicanos que deja a Trump en muy mal lugar en cuanto a legislación laboral. Mientras alaban la recuperación post-pandémica capitaneada por la actual administración, recuerdan la pérdida de tres millones de empleos en los años centrales del republicano en la Casa Blanca, así como imposiciones antisindicales «ilegales» en sectores gigantescos, como el de la educación; e importantes recortes a los derechos de los trabajadores del sector público. Las grandes oficinas de la representación de los trabajadores, pues, «no han dudado» a la hora de llevar la bandera azul en las semanas anteriores a los comicios. No obstante, su progreso se ha estancado en algunas de las estructuras más importantes del país.

Un caso flagrante es el enorme International Brotherhood of Teamsters, el sindicato de transportistas que durante los años 80 lideró el famoso Jimmy Hoffa, aliado de Nixon en los años 80. Tras una encuesta interna que apuntaba a un apoyo a Trump con los votos del 60% de los afiliados, el ITB esquivó la polémica negándose a ofrecer un apoyo electoral oficial. En las últimas semanas, más aún, Harris se ha encontrado en contra también al sindicato de bomberos, la International Association of Firefighters. En este caso, la pérdida es aún más sangrante: si los transportistas han sido un colectivo históricamente marcado por el conservadurismo, los bomberos fueron uno de los fundamentos más relevantes desde la organización del trabajo que recibió Biden en 2020. Fue, además, uno de sorprendente, dado que sus miembros recibieron con una sonora abucheo un discurso del vicepresidenciable republicano, el senador por Ohio JD Vance; mientras que, pocos días después, abrazaron al número 2 demócrata, el gobernador de Minnesotta Tim Walz. Sí tienen garantizados los votos de otras organizaciones mayoritarias, como el sindicato del mundo del automóvil UAW o la unión de electricistas; pero la prensa local apunta un importante «problema» en una campaña que está encontrando importantes obstáculos para entusiasmar a uno de los colectivos más tradicionalmente demócratas de la federación.
Equilibrio y tradición
Astudillo, a pesar de los dos reveses demócratas en las últimas semanas, sigue viendo un claro apoyo sindical a Harris respecto de su rival, que se aleja cada vez más del mundo del trabajo. Ahora bien, reconoce una importante debilidad: a pesar del importante crecimiento en los últimos años de la afiliación en sectores innovadores -en el mundo tech se ha expandido cerca de un 10% en siete años- la estructura de las unions sigue reservada, mayoritariamente, para trabajadores hombres, blancos y de empresas industriales. Un colectivo que en 2016 se vio parcialmente seducido por Trump, pero que después de cuatro años de políticas conservadoras, se vio reflejado en Biden. El aún presidente, «un hombre blanco de ascendencia irlandesa, podía movilizar más al trabajador tradicional que en los últimos años ha visto peligrar su poder adquisitivo». Por contra, añade Torrens, el perfil de Harris «puede ser un hándicap» en aquellos condados más industriales, en estados en juego como Michigan. «En un país con tan poca igualdad de género, ciertos trabajadores blancos pueden dudar si votar a una mujer no blanca», razona el docente; que ve el potencial problema más en las diferencias culturales que no en el programa.
Tal como añade Astudillo, la memoria puede ser engañosa en la movilización del voto de las clases trabajadoras: a pesar de que las cifras macro sean favorables a Biden y Harris, durante la era Trump los trabajadores industriales no habían notado aún las consecuencias de la crisis de precios generada por la pandemia y la posterior inestabilidad geopolítica: «Muchos dicen: muy bien, pero yo con Trump tenía un mayor poder adquisitivo». Harris, por otro lado, «no acaba de trasladar» su rol en la reciente creación de empleo. Incluso algunos analistas y medios de referencia -el New York Times en una reciente columna, sin ir más lejos- han calificado de descafeinadas las medidas de control de precios y fiscalización de las empresas de gran consumo que ha llevado la vicepresidenta por bandera. «A menudo es demasiado pedir para el votante que vinculen las políticas del gobierno con su vida»; añade el docente de la UPF.
En este sentido, Torrens sugiere que Harris debería marcarse como objetivo tomar una página del libro de sus predecesores. A diferencia de un Biden que bebió de las movilizaciones, llegando a compartir discursos y planos a menudo con el socialdemócrata de Vermont Bernie Sanders, su mano derecha tendrá que encontrar la manera de «ilusionar» a las clases medias y trabajadoras con las formas y rutinas que llevaron a Obama y Clinton a la presidencia. Vista la baja influencia electoral de las medidas para rebajar el precio de la cesta de la compra, el experto de la UB ve en el estado del bienestar el siguiente paso. Educación y salud, dos pilares de las antiguas administraciones demócratas que analiza, servirían para atraer a este votante tradicional blanco, receloso de la candidata; pero también para mantener el vínculo con el grueso de votantes no blancos, especialmente afroamericanos, que impulsaron el boleto azul en 2020 en estados del sur tan relevantes como Georgia. Un avance de la cobertura de sanidad pública, o profundizar la condonación de la deuda estudiantil, «arrastrarían muchos votos favorables a Kamala, porque Trump no puede prometer nada que sirva de incentivo de esta forma».

El presidente más antitrabajo
Los agujeros en las alianzas sindicales de los demócratas son aún más sorprendentes cuando se observa el otro lado del pasillo congresual. El rival de Harris ya no es el Trump «nacionalpopulista» de 2016, que prometía recuperar la industria, proteger los sectores productivos estadounidenses y enfrentar la competencia desleal china. Varios sindicatos estadounidenses, de hecho, han publicado a lo largo de los últimos años extensos análisis del «catastrófico y devastador historial antisindical» del 45º presidente. Sin ir más lejos, la misma AFL-CIO elaboró en septiembre de 2023 un informe con el cual defendían que «la retórica proteccionista de Trump no concuerda con la realidad». Entre los agravios de su estancia en el despacho oval, la principal intersindical del país recuerda el «asalto a los derechos de los trabajadores federales», los recortes en la Seguridad Social, la negativa a subir el salario mínimo o la firma de varios tratados internacionales de comercio -con Corea del Sur, por ejemplo- que amenazaron miles de empleos en el productivo norteamericano, así como disminuciones gigantescas en el presupuesto de las agencias públicas de ayuda al trabajador. «A menudo uno mira las encuestas entre los obreros blancos y dice: ¿cómo puede ser que voten a este hombre?», ironiza Astudillo.
La gran ventaja de Harris, pues, no surge del mérito de su propio programa, sino del demérito del rival. Expertos y activistas laborales han atacado por todos los frentes el denostado Proyecto 2025, una iniciativa de la trumpista Heritage Foundation que el presidenciable esquiva en público, pero que fundamenta en buena medida su hoja de ruta a futuro. El presidente del sindicato de trabajadores del sector comercial, Stuart Applebaum, aseguraba que el documento es una «descripción al detalle de cómo una administración Trump-Vance retirará los derechos de los trabajadores, frenará el derecho de organización, eliminará la obligación de pagar horas extra y los protocolos de salud y seguridad, así como la protección contra el trabajo infantil». Torrens, así, observa una disonancia cada vez más grave entre el discurso y la acción política del gran líder ultra global: «a diferencia de las primeras elecciones, ahora puede ser que parte de su electorado trabajador se quede en casa», razona. La clave, una que define también el futuro de las extremas derechas europeas: «Cualquier líder nacionalpopulista tiene la ventaja de que la gente puede creer su discurso cuando no está en las instituciones; pero llega un momento que eso se compara con el día a día». En esta comparación, el GOP solo puede perder.