Europa ha entrado finalmente, cuatro años después de la pandemia que sirvió para reintroducir a occidente el concepto de política industrial, al mundo bipolar. Después de cerca de media década de observación de unas dinámicas globales que evidenciaban la batalla entre dos hegemons -los Estados Unidos y la China– Bruselas ha levantado las armas comerciales para defender el que todavía es su sector insignia: el automóvil. Impulsados por París y Madrid y entre sonoras quejas de Berlín, la Comisión Europea aprobó la pasada semana un aumento de los aranceles al poderoso vehículo eléctrico chino hasta frotar el 40%, aduciendo las quiebras de competencia que suponen las gigantescas subvenciones que el gobierno de la República Popular otorga a sus empresas de movilidad. Más allá que el rol que juegan las ayudas estatales no explica toda la historia -como describe en este diario el catedrático del departamento de Economía y Empresa de la UPF Juan José Ganuza, las empresas chinas disfrutan otras ventajas que se los son propios, como por ejemplo el acceso a primeras materias, una apuesta muy temprana por la tecnología o un mercado de escala que multiplica por tres el de la UE- las alertas alemanas hacían patentiza una evidencia: las restricciones comerciales van en dos sentidos -«quienes importa también exporta», conjuga el profesor de los estudios de Economía y Empresa de la UOC Cristian Castillo-, y una amenaza de este calibre puede levantar las fronteras del gigante asiático hasta el punto de acabar golpeando toda la economía comunitaria. Dedo y hecho: solo cinco días después del primer golpazo, Pekín anunció el pasado lunes una investigación sobro posibles instancias de competencia desleal por parte de la industria cárnica europea hacia los productores chinos; especialmente en cuanto al porcino. La primera chispa de guerra comercial, así, sorprende unos 27 que, en términos de autonomía estratégica, «han hecho las cosas mal y tarde», en palabras de Castillo.
La nueva cara de la globalización, reconoce Ganuza, ofrece «más interrogantes que no certezas» a los analistas, y las previsiones son complejas de elaborar. Para el presidente de la comisión de economía internacional del Colegio de Economistas de Cataluña Xavier Ferrer, las alarmas de guerra están sobredimensionadas. Ambas potencias, a la vista de un «nuevo paradigma» de relaciones internacionales, intentan establecer posiciones de bastante -diagnostica el experto- para acceder en las mejores condiciones a las inevitables tablas de negociación que tienen por delante. La evidencia que ninguno de los dos quiere un conflicto abierto, para Ferrer, es la intensidad de las medidas: mientras que Europa eleva las fronteras mucho menos que a la otra banda del Atlántico, donde la administración Biden ha optado para aplicar antiguas recetas mercantilistas con unos aranceles del 100%, China abre una investigación que durará meses. «Si alguien quiere una guerra actúa enseguida, no avisa en un año vista». Ahora bien, el profesor de la UPF apunta que, si bien se mantiene una paz caliente, no se está siguiendo el curso de acción que más puede ayudar las economías locales. «Acabamos con el dilema del prisionero: somos a una situación peor que si cooperamos; pero, rota la cooperación, la opción estratégicamente óptima es reaccionar», expone.
La reacción china, pero, ha ido por un camino mucho diferente a la acción europea. Las intensas quejas de las grandes operadoras alemanas del sector del coche -BMW, Mercedes y Volkswagen, principalmente- se justificaban por posibles «contramedidas» que puedan servir para cortar el camino de las marcas prémium de la UE hacia un mercado tan dado al gasto como es el chino. Ahora bien, con la posible alza de fronteras a los derivados del cerdo, Pekín envía un mensaje político mucho más potente. El movimiento chino, sentencia Ferrer, «va destinado a productos que puedan afectar en países que han impulsado la subida de aranceles». Cortar las alas al coche europeo sería una vez por Alemania: endurecer el movimiento de los embutidos y la carne roja lo es para el Estado español. En concreto, para Cataluña; y, más en concreto todavía, para Girona: el 20% de las ventas de cerdo en China que salen del Estado vienen, recuerda el experto, de esta demarcación. «Se no amenaza sin intencionalidad; está claro que el estudio tiene un componente político», apostilla Castillo. El gobierno del gigante asiático, pues, es certer; y Madrid es a su diana -tal como lo es París, en medio de rumores de posibles argucias similares en lácticos o destilados-.
Las administraciones españolas, de hecho, ya se han dado por aludidas y, después de apoyar a los aranceles en defensa de la política industrial local, ahora hacen llamamientos a la calma. Horas después de que Pekín fes públicas sus intenciones de investigar los efectos de competencia del cerdo europeo sobre el mercado alimentario del país, el ministro de Agricultura español, el difamado Luís Planas, buscó los puntos en común, argumentando que «las guerras comerciales no son buenas para ninguno de las partes». Planas -objetivo a menudo de las protestas del campesinado por la tibieza de sus medidas a favor del producto estatal- gritó ya lunes por la tarde a «el entendimiento y la negociación» entre potencias para evitar la trifulca. Ganuza se mueve en las mismas aguas: los movimientos regionales forman parte de una «partida de ajedrez» que, todo y la incertidumbre, difícilmente desembocará en un choque abierto. También Ferrer hace suya a la hipótesis de los juegos de estrategia, razonando que tanto Bruselas como el gobierno de Xi buscan «una posición negociadora fuerte» que defina futuros entendimientos. «China no quiere una guerra comercial; el que quiere es vender coches», razona el economista.

La excusa de la autonomía estratégica
Buena parte del giro político de la UE en relación con su industria es producto de los estragos de la pandemia sobre una muchedumbre de mercados interiores. Después de la covid, faltaron desde el material sanitario hasta los semiconductores, llegando a romper importantísimas continuidades económicas al continente. Solo hay que recordar los incesantes ERTOs de Seat a Martorell durante el 2022 y la primera mitad del 2023 por la imposibilidad de acceder a microchips para la electrónica de sus vehículos. Europa busca, a raíz de aquello, acontecer razonablemente autónoma; dejar de depender a un grado tan elevado de las cada vez más inciertas cadenas de suministro globales. «Hay una evolución por no tener la globalización como única vía», expone Ferrer, asegurando que la Unión es una región «suficiente importante para plantearse tener capacidad industrial dentro de su mercado». Las condiciones de partida, pero, son muy diferentes de la de los dos grandes polos productivos del nuevo ordenamiento geoestratégico: ni Europa tiene las materias primas, ni los habitantes, ni las economías de escala, ni la laxa legislación en materia de derechos laborales o medioambientales que disfrutan China y los EE. UU.. «Veo complicado que Europa pueda mantener la presión; porque hay mucha relación, y mucha dependencia», esgrime Castillo.
Más allá de la capacidad material del continente para mantener posiciones propias por todas partes, Ganuza alerta contra los excesos de esta posición industrial. Una autonomía estratégica malentendida, llama la atención el catedrático, puede exacerbar un proteccionismo contraproducente en el mundo global. «La autonomía estratégica se tiene que usar como un escalpelo: tiene sentido evitar las paradas de los montajes de coches porque no hay microchips; pero no que esto sirva de excusa para otras cosas», comenta. El camino comunitario hacia la integración y la defensa del mercado común ya deja ejemplos de «cuellos de botella» locales que cuestionan el paradigma competitivo sobre el cual se fundamentaban las relaciones mercantiles entre los 27. «Apoyo a la chips act? sí. Pero no me parece bien que se fusionen Alstom y Siemens», concluye.
Nuevo golpe a los campesinos
Por debajo del tiro con bala nacional que ha buscado China con la presión sobre el sector porcino hay otra intencionalidad política: Pekín ataca la Unión a través de un sector «que no está tranquilo, como lo había estado en años anteriores». El hecho que un mercado del potencial de China aplique aranceles a los productos cárnicos como respuesta a una medida para proteger los fabricantes de coches eléctricos encaja perfectamente en el argumentario de las movilizaciones del campo en todo el continente. En declaraciones en este diario, el responsable del sector porcino de Unión de Campesinos Rossend Saltiveri lamenta la «carencia de prioridades» de una UE que, de nuevo, se abre a una renuncia para el campesinado a favor de grandes compañías industriales. «Es un claro ejemplo que no se valora bastante los otros sectores», analiza el sindicalista, avisando que «nos podemos ver perjudicados» por unos hipotéticos aranceles al cerdo europeo. La intensidad de la vez dependerá, puntualiza Saltiveri, del «valor de los aranceles»; si bien el sindicato mantiene la esperanza que finalmente se impongan las conversaciones bilaterales y se eviten las restricciones.

Los argumentos que esgrime el ministerio de comercio de Xi para plantear medidas arancelarias, además, no se corresponden -argumenta el sector- con la realidad. Lejos de la competencia desleal que verduras, hortalizas y frutas catalanas sufren por parte de entornos exteriores que envían su género bajo condiciones sanitarias, laborales y ambientales muy inferors a las locales; los ganaderos del país pueden competir por todas partes gracias a haber acontecido «más eficientes». «El que tenemos aquí son productores competitivos, tenemos una capacidad de producción eficiente, y esto hace posible llevar cerdos cabe allá», espeta Saltiveri, que defiende el «buen funcionamiento» del sector agropecuario local como motor exportador. «Si hay demanda, el precio es competitivo y conseguimos márgenes, se exporta», apostilla.
Ahora bien, un recorte de la exportación porcina de Cataluña hacia el mercado chino el 2025 sería mucho menos perniciosa para los ganaderos locales que en años anteriores. Según datos de Prodeca, la agencia de la Generalitat para las exportaciones alimentarias, las ventas del cárnico al gigante asiático retrocedieron el 2023 en un 38,9% respecto del año anterior. Pasa a ser, de hecho, el segundo objetivo asiático para los ganaderos especializados en derivados porcinos en el país: según datos del Idescat, el pasado mas de marzo Cataluña vendió en China poco más de 18,6 millones de euros en este ámbito; una cifra que queda por debajo del Japón -en una tendencia, justo es decir, que se consolida durante todo el primer trimestre del año-. En sentido opuesto, Italia y Francia escalaron con intensidad, con una facturación de más de 35 y 30 millones durante el tercer mes del año; acompañadas otros clientes interiores, como por ejemplo Portugal o Polonia. La concentración coyuntural de ventas en China en medio de una dolorosa pasa de PPA ya se ha cambiado, y Cataluña ha mostrado, desde, la suya resilència. En un «mercado global», describe el miembro de Unión de Campesinos, un producto tan apreciado como el cerdo catalán tiene posibilidades de diversificar su base de clientes incluso ante los aranceles. «Es muy apreciado a escala internacional»; y el consumidor chino no tiene, ni mucho menos, el monopolio.






