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‘America Only’: Donald Trump promete elevar las fronteras comerciales

El orden comercial mundial que surja de las actuales turbulencias geopolíticas -las secuelas de la pandemia, la transformación productiva de China o los dos grandes conflictos bélicos que amenazan a Europa del Este y al Oriente Medio- «no podrá ser igual que el anterior», reflexiona el jefe de estudios de la Escuela Superior de Comercio Internacional de la Universidad Pompeu Fabra (ESCI-UPF) Joan Ribas. La globalización económica tal como la conocieron las sociedades occidentales a mediados de los años 90 ha ido dejando su lugar en el tablero del modo de producción global, con un claro repliegue de unas potencias occidentales demasiado acostumbradas a que toda la maquinaria trabaje a favor de sus intereses. El auge de los mercados asiáticos, latinoamericanos y africanos, como demuestra la intensa reunión de los gobiernos de los BRICs que ha prometido cambiar el mundo desde Kazán la semana pasada, está cuestionando un mercado global que nunca llegó a establecerse del todo. Después de dos décadas de negocios transfronterizos que «fuerzan» a los países en vías de desarrollo a «jugar con las reglas de la Organización Mundial del Comercio», en palabras del experto, Beijing y su universo se han rebelado; y la respuesta de Washington y Bruselas ha sido ponerse a la defensiva. El sistema multipolar lleva como apellido -como demuestran los crecientes aranceles que la Casa Blanca y la Comisión Europea imponen a productos estratégicos extranjeros- el proteccionismo; al menos en occidente.

A menudo se relaciona el repliegue comercial de las potencias de posguerra con la figura de Donald Trump. La victoria del 45º presidente de los Estados Unidos en las elecciones de 2016 inició una nueva relación del hegemón global con el resto del planeta. Lejos de actuar como heraldo de las fronteras económicas, sin embargo, el multimillonario neoyorquino fue, tal como analiza el presidente de la Comisión de Economía Internacional del Colegio de Economistas de Cataluña Xavier Ferrer, una salida a un problema previo. «Lo votaron 60 millones de personas en busca de algunos cambios, una solución a la incertidumbre interna que vivía el país», recuerda el economista y politólogo: durante los últimos compases de la administración Obama se hizo evidente que «tambaleaba el liderazgo mundial» que ostentaban desde los años 40. El mundo tras la crisis financiera tenía varios núcleos, no solo uno; y los Estados Unidos «no son amigos del multilateralismo; y Trump, aún menos», sentencia Ferrer. Lejos de atacar pilares estratégicos de la industria, la primera frontera del jefe de estado republicano se situó en la cocina: a finales del primer trimestre de 2018, impuso aranceles a las lavadoras -de entre un 20 y un 50%- y al acero y al aluminio -de un 10%-. Un estudio del portal Industry Week demuestra, de hecho, que seis años después el sector de las máquinas de lavar ropa es «mucho más robusto» que entonces, es cierto. El consumidor, sin embargo, lo pagó caro: cada electrodoméstico, en un momento de retroceso del poder adquisitivo de las familias, se encareció entre 86 y 92 dólares. Su rival electoral en las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos del 5 de noviembre, Kamala Harris, se lo reprocha: «Los aranceles son un impuesto directo a los bolsillos de los consumidores», acusaba en su único debate televisado.

El expresidente y candidato republicano Donald Trump con el candidato a vicepresidente J.D. Vance durante la convención del Partido Republicano / EP
El expresidente y candidato republicano Donald Trump con el candidato a vicepresidente J.D. Vance durante la convención del Partido Republicano / EP

Aranceles demócratas

Un impuesto, cabe decir, que el hasta ahora jefe de Harris también ha tenido a bien instaurar. Joe Biden, cabe decir, ha seguido el rastro de Trump en la relación comercial con China. El republicano, después de la guerra de las lavadoras, prohibió -bajo argumentos de seguridad nacional- el negocio de varias firmas chinas de telefonía móvil, entre las que destacan Xiaomi o Huawei, e impuso una penalización del 30% a las importaciones de placas solares, ampliamente producidas por compañías del gigante asiático. Biden, sin embargo, fue mucho más ambicioso: en una inmensa proclama, activada el pasado mes de marzo, el presidente demócrata seleccionó un paquete de productos estratégicos para los cuales elevar las barreras fiscales a la entrada de los Estados Unidos. Los aranceles al aluminio, por ejemplo, fueron perdiendo fuerza durante los años de la administración Trump; su sucesor, sin embargo, disparó la tarifa desde el 7,5% hasta el 15%. La compra de semiconductores chinos se cargó con un 50% de coste añadido, doblando la tasa entonces vigente de 25 puntos; y los vehículos eléctricos, también atacados por Europa, vieron su precio doblado debido a un arancel del 100%, cuatro veces más que el que había dejado el ahora candidato republicano. «Todo esto se explica por la presión del sector industrial: el automóvil estadounidense quiere que no entren al mercado coches chinos para poder vender los suyos», aterriza Ferrer. Esta política, sin embargo, choca frontalmente con una Harris que quiere habitar la trinchera opuesta a Trump en términos de política comercial.

La vicepresidenta, a juicio de Ribas, «ha de nadar entre dos aguas». Por un lado, debe distanciarse de una política muy vinculada a su rival; una, además, que en la tradición de su partido es vista como profundamente injusta para los consumidores. Con fundamento, cabe decir: el Peterson Institute for International Economics publicaba recientemente un estudio que demostraba que una nueva ronda de aranceles como la que lleva Trump en su programa electoral costaría a los compradores finales 500.000 millones de dólares al año; unos 1.700 euros por persona cada curso. Por el otro, sin embargo, un importante número de votantes en estados clave para el resultado de las elecciones del 5 de noviembre esperan de ella que continúe con la aproximación de Biden. Especialmente, entre la clase obrera industrial del midwest, en territorios como Pensilvania o Michigan, donde la política proteccionista se ve como una defensa del trabajador ante la injerencia china. Y así, de hecho, lo vendió el aún presidente: el orden con el que impuso su sistema de tarifas al comercio internacional rezaba, coronando el documento: «Biden pasa a la acción para proteger a los trabajadores y negocios estadounidenses de las prácticas comerciales injustas de China». «Ningún candidato puede presentarse a las elecciones con un programa de liberalizaciones del comercio global», remata el docente de la ESCI-UPF; alertando que «Harris ha de nadar y guardar la ropa, pero eso es muy difícil».

El proteccionismo, después de Trump

Así pues, Trump salió del poder, pero el modelo que vislumbraba se ha mantenido con intensidad. «El proteccionismo ha sobrevivido a su administración», apunta Ribas. Europa es el primer ejemplo: la Comisión Europea, cabe recordar, instauró un arancel especial sobre el vehículo eléctrico chino de un 38% a todas las importaciones, alegando que las subvenciones del gobierno de Beijing suponían una ventaja competitiva injusta -y sin hacer caso de voces del sector que apuntan a una mejor calidad de la cadena de valor del producto-. Lo que en Washington es permanente, sin embargo, en Bruselas es un arma de negociación: los 27, a diferencia de la federación norteamericana, buscan posiciones más fuertes en las conversaciones con el gobierno de Xi Jinping para encontrar una postura común. Lo hacen, sin embargo, a costa de una importante inestabilidad interna: los países contrarios a la política proteccionista, como Alemania, ven cómo sus ya maltrechos productos industriales pierden potencialmente un mercado de mil millones de consumidores. Los favorables, como Francia y el Estado español, reciben las consecuencias en forma de aranceles al cerdo o a los bienes de lujo. «Si taponas un agujero, China llevará a cabo acciones hacia otros sectores que te harán aún más daño», postilla Ferrer.

Kamala Harris habla con el presidente Joe Biden durante un acto institucional / EP
La candidata demócrata Kamala Harris habla con el presidente Joe Biden durante un acto institucional / EP

Dentro de los Estados Unidos, sin embargo, la continuidad de la política arancelaria iniciada en 2016 ha generado un importante efecto bola de nieve, como se puede observar en el programa del mismo Trump. La hoja de ruta económica del partido republicano para las elecciones del 5 de noviembre propone una frontera comercial que ya no es solo con China: una tasa general a las importaciones del 20%. Una radicalización que los expertos consultados consideran normal: durante la primera estancia del millonario en el 1600 de la avenida Pensilvania, los contrapoderes dentro de su propio partido -conservadores tradicionales, incluso liberales- tenían más peso. «En 2016, algunos de sus colaboradores lo podían frenar; pero ahora, probablemente, tendrá menos impedimentos internos para hacerlo», explica Ferrer. En un sentido similar, Ribas lee más iniciativa: «El Trump de 2024 sabe lo que tiene que hacer: tiene un programa similar, pero ya no lo detiene nadie».

El mundo que viene

Los movimientos comerciales de China y sus aliados, por un lado, y de los Estados Unidos por el otro, prometen un escenario de lo más complejo, gane quien gane los comicios de noviembre. La conjura de los BRICs en busca de más voz y voto en el orden comercial global choca, a ojos de Ferrer, con una primera potencia mundial que muestra importantes signos de decadencia. El economista pone un claro ejemplo en su ratio de deuda sobre PIB: «ahora por ahora se eleva hasta el 125%, un aumento intenso que en otros momentos ha coincidido con la entrada en crisis de potencias hegemónicas». Al otro lado, unas economías emergentes -o ya emergidas, en el caso chino- que, especula Ribas, «podrían dejar de cerrar acuerdos». «El entendimiento multilateral del FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, en que unos prestaban y mandaban y otros recibían y eran mandados, se ha acabado», proyecta el experto de la UPF. Y no solo entre potencias más establecidas, como Brasil o India: los principales mercados africanos, por ejemplo, «llevan dos décadas muy buenas» de crecimiento. Una expansión, además, para la cual el aliado esencial no ha sido Washington, sino Beijing. Todo esto, con unos Estados Unidos que, con Trump a la cabeza, podrían cerrarse aún más en sí mismos: «ya no será America First; será America Only«.

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