La convocatoria electoral anunciada por el presidente de la Generalitat Pere Aragonés este miércoles para, en muchos sentidos, todo el país. Al núcleo, como ha recordado la líder de los Comunes Jéssica Albiach en sede parlamentaria después del anuncio electoral, un «modelo productivo» entero. Cierto es que la legislatura ha estallado por un Hard Rock que, para sus críticos, representa un retorno al
Los presupuestos que el departamento de Economía y Hacienda celebró escalaban hasta un gasto récord de 43.673 millones de euros, permanecen expectantes ante un panorama electoral incierto. Entre las partidas presupuestarias previstas para el 2024 destacan cuestiones, justo es decir, de urgencia: es el caso de la sequía, que por primera vez tenía un capítulo propio a la ley de cuentas –uno, además, con una dedicación presupuestaria superior a los 1.000 millones de euros, la más elevada que nunca se había dedicado a las infraestructuras hídricas catalanas–. Más allá del sostenimiento de la operativa de las varias agencias públicas dedicadas al abastecimiento de agua a los catalanes, el apartado de agua y sequía recogía una inversión de más de 320 millones de euros en la ampliación y mantenimiento de infraestructuras de regeneración y desalinización –por «no depender de la lluvia en 2030», según las campañas del mismo ejecutivo difamadas por expertos y colectivos ecologistas–. Dentro de esta bolsa, destacan, por ejemplo, los cerca de 126 millones de euros previstos para la rehabilitación de la estación de tratamiento de agua potable del Ter. Quedan también pendientes cerca de 30 millones de euros para la renovación de las redes de suministro municipales; un montante que tenía que aterrizar en los ayuntamientos más afectados.
De la mano de la crisis hídrica, la cadena agroalimentaria hace semanas que pica las puertas del Gobierno con una muchedumbre de reivindicaciones hacia un departamento que ya hace media década que se encuentra en manos de ERC. Como respuesta a los agravios del campesinado, los presupuestos del 2024 recogían un gasto –ahora en espera– de 572 millones de euros para el conjunto del sector agroalimentario. Más allá de las cuestiones reguladoras –atendidas, pero no resueltas, según las organizaciones del sector, al pleno monográfico del Parlamento de la pasada semana–, el Gobierno proponía hasta 87 millones de euros en ayudas directas para el sector, dedicados a «garantizar una cadena alimentaria de proximidad»; así como 11 millones de euros para la promoción y difusión de los productos del campo catalán. En la línea de las exigencias de las organizaciones campesinas, Territorio contaba con unos 4,7 millones de euros para «extender un programa de arraigo y activar la repoblación de las zonas rurales» –una medida, justo es decir, recibimiento con recelos por parte de las entidades agrarias del país, que opinan que «no dirige el problema real».
En el ámbito ecológico, consta también una exigua dedicación al impulso de las energías renovables –uno que, reconocen desde el sector, es el «chocolate del loro»; en cuanto que la financiación de la transición verde está disponible, mayoritariamente, al sector privado–. Unos 300 millones de euros que tendrán que ponerse en pausa, con cerca de 39 millones para la construcción de nuevas instalaciones de la mano de la Energética. La empresa pública de la Generalitat, tal como confirmó ante la comisión de Acción Climática el consejero David Mascort, impulsaría también su rol como comercializadora, con un incremento de la dedicación económica a compra y venta de electricidad hasta cerca de los 20 millones de euros. El Gobierno tardará como mínimo unos cuantos meses más a devenir un «actor decisivo» –en palabras del mismo Mascort– del sector eléctrico catalán. Desde el punto de vista exclusivo de la inversión, entre el ciclo del agua y las «actuaciones ambientales», las cuentas –ahora metidas a un cajón por el adelanto electoral– superan los 350 millones de euros; una suma a la cual se podría añadir parte del gasto dedicado a vivienda –unos 20 millones de euros para eficiencia energética– por el rol central que la adecuación de edificios toma en la adaptación de Cataluña a la crisis climática.

Pausa para los 600 millones de «alquiler asequible»
En medio de una de las peores crisis residenciales que se recuerdan en el país, los presupuestos acordados entre Gobierno y PSC recogían más de 1.219 millones de euros dedicados a la partida de vivienda. Frotando la mitad del montante presupuestado había la palanca que el ejecutivo ha considerado en los últimos meses clave para frenar la sangría inmobiliaria: el «alquiler asequible». Actualmente, Cataluña registra un paupérrimo 2% de viviendas en régimen de alquiler social, cifra que representa una porción del cerca de 10% donde se sitúa la media europea –más allá de casos concretos, como el 30% neerlandés o el cerca de 20% que acumulan Francia, el Reino Unido o los países bálticos–.
A fin de recortar esta distancia, el Gobierno presupuestó a las cuentas presentadas la pasada semana 600 millones de euros para «construir, adquirir y adecuar vivienda para destinarlo a alquiler asequible», con el Instituto Catalán de Finanzas como principal motor inversor. Justo es decir que los datos, recogidas en el mismo presupuesto, van en aumento: entre el 2020 y el 2022 se añadieron en el parque de alquiler social catalán poco más de 1.100 viviendas, cerrando el último año registrado con unos 21.874. El ritmo, pero, es poco prometedor: el departamento de Territorio se marca el objetivo de lograr el 10% en un margen de 20 años –un objetivo que, para la consejera Ester Capella, es «de mínimos para parecerse a los países europeos que han hecho los deberes–.

Transformación industrial
Una de las novedades llamativas de los presupuestos que finalmente se han quedado por el camino es la dedicación a investigación y desarrollo. Por primera vez, la Generalitat presupuestaba más de 1.000 millones de euros en I+D+y, una de las más que repetidas asignaturas pendientes del país en su crecimiento como