MónEconomia
El consejo de gobierno del BCE resta importancia a la guerra comercial de Trump

Europa entregó las armas ante Trump en el salón de un club de golf para ofrecer seguridad a las empresas. El pacto que ofreció la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al inquilino de la Casa Blanca tenía como objetivo ofrecer un camino seguro al sector privado del continente; aunque no fuera el camino deseado. Un acuerdo a medio plazo, se podía desprender de las declaraciones posteriores de la líder conservadora alemana, servía para evitar las sacudidas de un presidente estadounidense errático, que cambia de opinión en cuestión de horas y sin motivo aparente. Sin ir más lejos, el pasado jueves se hizo público el programa para eliminar todos los impuestos a las importaciones estadounidenses, en busca de una vía más libre para la maltrecha industria del automóvil de la UE, y ahorrar a las operadoras «500 millones de euros mensuales» en concepto de aranceles a EE.UU. Las concesiones, sin embargo, pueden haber sido excesivas, si se comparan con el peligro real que han provocado las tarifas sobre tejido industrial del 27. Así se desprende de las actas de la última reunión de política monetaria del Banco Central Europeo: para los gobernadores, de todos los signos económicos, «la incertidumbre sigue siendo elevada por la política comercial y la geopolítica«; pero esta no habría provocado «muchas instancias de volatilidad en el mercado». Es decir, la amenaza de Trump, en caso de haberse mantenido, podría haber quedado en poco más que eso: una amenaza.

En su debate, los gobernadores monetarios europeos llegaron a la conclusión de que «la incertidumbre» de los aranceles podría «no tener un impacto tan negativo como se había planteado». El avance de las economías comunitarias, todas ellas aún bajo amenaza de nuevas fronteras económicas con la primera potencia mundial, no ha sido peor que hace un año, antes del retorno de Trump a la Casa Blanca. De hecho, según datos de Eurostat, el PIB de los 27 creció un 0,6% la primera mitad del año, dos décimas por encima del cierre de 2024.

En primera instancia, los banqueros centrales asumían que los exportadores habían acelerado las ventas a EE.UU. para evitar las barreras impositivas -es decir, se habían vendido durante el primer semestre productos y servicios correspondientes al segundo- y, en consecuencia, el crecimiento era lento. Sin embargo, en las primeras semanas de julio, se pudo ratificar que «no habían caído los fundamentos» de la actividad en los primeros seis meses del año. Se habían, de hecho, ampliado: las exportaciones habían perdido peso en el rendimiento de las principales economías comunitarias; pero este hueco había sido cubierto por el consumo interno y la inversión -como ya han señalado diversas instituciones económicas catalanas durante el verano, desde la Cámara de Comercio de Barcelona hasta la sucursal barcelonesa del BBVA-. Con tarifas o sin ellas, pues, los 27 registraban un «crecimiento frágil, pero constante».

Tanto es así, según las notas de la reunión de política monetaria, que incluso los mercados financieros empezarían a estar inmunizados a las sacudidas trumpistas. Tras los primeros meses de la nueva administración, especialmente entre febrero y abril, en que los índices bursátiles explotaron, con subidas y bajadas diarias siguiendo cada declaración del presidente, los inversores «están reaccionando menos a las novedades arancelarias». El capital, han teorizado los gobernadores, está comenzando a «aislar el ruido» que provocan las constantes amenazas de Washington; y esto, combinado con una «fortaleza económica más segura de lo esperado», ha animado los parqués del continente. Sin ir más lejos, el Ibex-35 cerró la pasada semana un rally que lo había llevado a máximos de más de 18 años, por encima de los 15.200 puntos. Antes de la consolidación de las últimas jornadas, que lo ha hecho perder el umbral, se llegó a coquetear con el récord histórico: los 15.945 puntos.

El presidente francés Emmanuel Macron con la presidenta del BCE Christine Lagarde / EP
El presidente francés Emmanuel Macron con la presidenta del BCE Christine Lagarde / EP

Golpe a la inflación

Los efectos económicos de la guerra comercial se han manifestado, según los banqueros, mucho más en los precios que en la actividad económica. En un sentido que, a priori, podría parecer beneficioso: según el análisis del gobierno monetario de la Unión, la cesta de precios podría sufrir una rebaja si «los aranceles llevan a una demanda más baja de exportaciones europeas, y los productos deben redirigirse hacia los consumidores internos». Es decir, todo aquello que sea inviable transportar a Estados Unidos, se venderá entre los 27, inundando los mercados y, a su vez, rebajando su precio. Además, se habrían eliminado buena parte de los peligros alcistas de las nuevas fronteras arancelarias, todos ellos relacionados con el sector de la energía. Lejos de haberse tensionado, las cadenas de suministro energéticas, especialmente la del petróleo, se han vuelto más laxas, con bajadas del precio actual y de los futuros que han ayudado a contener el IPC en la mayoría de países europeos.

Aun así, la potencial inestabilidad de precios ha servido para reavivar el debate sobre los tipos de interés, con una parte del consejo de gobierno centrada en la estabilidad del índice y, por tanto, reclamando nuevas rebajas; y otra que sostiene todavía que «el peligro alcista a medio plazo» obliga a mantener una posición conservadora. El argumento de los colombos, los partidarios de la flexibilidad monetaria, apunta que la aplicación definitiva de los aranceles podría ralentizar el conjunto del flujo económico, y que un crédito más barato serviría para revitalizarlo. Además, la debilidad del dólar ha provocado que el tipo de cambio sea excesivamente favorable al euro, un desequilibrio que puede volverse inflacionista. De esta manera, y con un índice de precios «por debajo de los objetivos durante varios trimestres consecutivos», ven recomendable continuar recortando los tipos. En contra, los halcones señalan a la inflación del sector servicios, que permanece elevada en el continente, y alertan que las olas de calor que ha sufrido la región sur pueden «aplicar presiones inflacionistas» sobre el sector agroalimentario. De esta manera, los perfiles más ortodoxos reclaman disciplina monetaria, y mantener los tipos en niveles restrictivos durante lo que resta de 2025.

El mercado ya ha recibido el mensaje de esta división en el seno del Banco Central; y los signos de abaratamiento del crédito se han enfriado en las últimas semanas. El último, el euríbor: el índice de préstamos interbancarios, que marca el costo de los intereses de las hipotecas en la UE, ha roto la racha de siete bajadas consecutivas, y comenzará septiembre en el 2,11%, tres décimas más que al inicio de agosto. Fuentes financieras consultadas por este medio reclaman que continúen las rebajas de tipos. De hecho, sostienen que deberían ser más intensas de lo que se esperaba a principios de año, con entre dos y tres recortes más, para dejar el punto de equilibrio en el 1,75%. La presidenta Christine Lagarde despejará la incógnita el próximo 11 de septiembre, cuando está prevista la reentré monetaria de Fráncfort. Hasta entonces, el debate permanecerá vivo.

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa