El gobierno del Euro llega a uno de sus encuentros más tensos de los últimos años. El Banco Central Europeo celebrará el próximo jueves su última reunión de política monetaria de 2024 bajo dos sombras que, aunque se hacen efectivas ahora, llevan meses planeando sobre las economías de la Unión: la crisis industrial y Donald Trump. El pésimo rendimiento del tejido productivo del continente ya se había vislumbrado desde el verano, cuando los mismos gobernadores alertaron -según las actas de la mesa de julio- de los fuertes retrocesos que sufrían las fábricas de la región, encabezadas por una cada vez más hundida Alemania. Durante noviembre, los peores temores del BCE al respecto se hicieron realidad: el PMI industrial de la UE -el indicador de gestores de compras, que mide la salud general de la economía y de sus principales sectores- cayó hasta el 45,2, cuando cualquier valor inferior a 50 es signo de mala salud. Por otro lado, las políticas prometidas por el presidente electo de los Estados Unidos pueden acabar, según los cálculos del mercado, generando un agravio para el ya lento PIB de los 27 del 1,7%, dejando a muchos países al borde de la recesión. «Europa no está para correr una maratón», ironiza el director del máster de mercados financieros de la UPF-BSM Xavier Brun. Ante esta coyuntura, el regulador monetario se ve ante una decisión difícil de aplicar: bajar tipos, sí, pero ¿a qué ritmo?
La opinión del mundo financiero de la Unión, así como la empresarial, es clara: la economía necesita una inyección de adrenalina, un impulso que solo se puede garantizar por la vía de la política monetaria con una bajada de tipos. De hecho, el analista de mercados Manuel Pinto considera que esta aceleración forzada debería haber llegado hace tiempo. «El BCE ya va tarde», alerta el economista; que ve más que posible que los efectos perniciosos del enfriamiento de los últimos dos años se hagan endémicos sin el remedio adecuado. El mandato único del Banco Central Europeo, cabe recordar, es el del control de la inflación -a diferencia de, por ejemplo, la Reserva Federal estadounidense, que busca mantener a raya los precios, pero también conservar la salud del mercado laboral-. Esto provoca, a juicio de Pinto, una hiperfijación de la autoridad monetaria respecto de las condiciones del IPC. «El principal problema de Europa no es la inflación, que ha sido coyuntural; es el crecimiento económico», comenta el experto. Así, con unos IPCs cada vez más bajo control y oscilando en los márgenes del 2%, los especialistas consultados reclaman que la presidenta Christine Lagarde abra las compuertas del crédito con rebajas más intensas que las que se prevén.
Los mercados, cabe decir, descuentan para el próximo jueves una bajada de 25 puntos básicos, lo que dejaría el coste de los depósitos en el 3%, la ratio más baja desde marzo de 2023, en medio de la escalada provocada por la crisis inflacionista. Según el consenso de los analistas, elaborado por la agencia estadounidense Bloomberg, las expectativas más comunes contemplan una cadena de seis bajadas a este mismo nivel; es decir, cinco recortes más del 0,25% en reuniones consecutivas-. La lectura desde Estados Unidos, cabe decir, es mucho más ambiciosa que la que se hace desde Europa: la pasada semana, el BBVA calculó, en su documento de coyuntura para 2025, que el curso próximo cerraría con los tipos al 2%. Se trata de una estimación ya expansiva, dado que, a juicio del banco vizcaíno, el tipo de equilibrio -el punto en el cual las restricciones al crédito no afectan a la economía en ningún sentido- se encuentra en el 2,5%. Es decir, con estos dos puntos, los de Lagarde buscarían, a finales del 25, un estímulo vía crédito. Las previsiones desde Washington dejarían la diposit facility en el 1,75% ya en el tercer trimestre del año que entrará en unas semanas, una aceleración aún más contundente a un mercado que se observa como dañado. Pinto, por su parte, va aún más lejos, y reclama rebajas más agresivas: «ya se deberían haber recortado 50 puntos básicos, lo digo desde diciembre», sentencia el analista.

Lagarde, perfil bajo
Fráncfort, sin embargo, es cauteloso. La aproximación que el instituto emisor toma a la hora de manipular la política monetaria ha sido, incluso en los peores momentos de la crisis, medida; siempre a la expectativa de la entrada de nuevos datos para justificar cualquier movimiento. Los mercados reclaman facilitar la actividad, pero un vaivén demasiado brusco, advierte Brun, los haría entrar en pánico. «Una bajada demasiado intensa comunica que la economía va muy mal; que te controla a ti, no tú a ella», remata el experto; que considera válido el razonamiento de los gobernadores comunitarios. Una rebaja de tipos como la que sería necesaria, pues, reactivaría el movimiento de inversión y crédito, es cierto, pero también sería un espantajo para los inversores, que verían cómo el euro se debilita frente al dólar y llevarían sus activos a Estados Unidos. No ayuda el hecho de que la Reserva Federal haya dibujado un camino muy diferente del que se prevé en esta orilla del Atlántico: las promesas comerciales de Trump, con una fuerte política arancelaria, amenazan con hacer repuntar la inflación hasta el punto que obligue al presidente Jerome Powell a congelar -si no revertir- las bajadas de tipos. Con unos Estados Unidos restrictivos, una Europa demasiado laxa se arriesga a «importar inflación»: dado que las materias primas energéticas se pagan en dólares, serían más caras para empresas y administraciones continentales. «El barril de crudo valdría lo mismo en dólares, pero costaría más euros traerlo», constata Brun.
De esta manera, la reiterada independencia entre instituciones se va haciendo más pequeña cuando hay un desacoplamiento. «Cuando había una inflación galopante, todo era muy fácil: ¡hacíamos lo que hacía la Fed y listo! Ahora, costará mucho más», apostilla Pinto. Así, el ya tradicionalmente introvertido discurso de la presidenta del BCE que cierra las reuniones de política monetaria será, seguramente, aún más conservador: los mercados, normalmente atentos a cada palabra que dice Lagarde, tendrán aún más difícil destilar ningún mensaje implícito. «Cada vez es más difícil sacar titulares, sabe qué responder y qué no. Hablará de tensiones económicas, pero dejará la puerta abierta a cualquier tipo de decisión», lee el analista de mercados. Ahora bien, ningún mensaje ya es un mensaje: tanto la francesa como sus homólogos de las principales potencias globales fueron meridianamente claros durante el ciclo alcista, apuntando reunión a reunión al control de la inflación como driver exclusivo de su toma de decisiones. Contemplarlo todo, en este contexto, significa que las bajadas intensas entran en la ecuación con fuerza.

El abrazo de halcones y palomas
La situación es lo suficientemente apremiante para que incluso los opositores más fervientes a la flexibilidad monetaria la contemplen como una opción posible, incluso deseable. El presidente del Bundesbank, el alemán Joachim Nagel -uno de los halcones del consejo de gobierno del BCE, partidarios de tipos altos y control inflexible de precios- ha rebajado sustancialmente sus hostilidades contra las rebajas del precio del dinero. Si bien llama a un recorte de fuego bajo, Nagel declaraba en su última intervención ante el comité del mecanismo europeo de estabilidad que «en esta coyuntura, no tendría objeciones si tenemos que continuar reduciendo los tipos». A su derecha, incluso el austíaco Robert Holzmann, el más duro de los opositores a la rebaja, acepta pasos atrás «de 25 puntos básicos, y no más» en cada una de las próximas reuniones. El movimiento de estos banqueros tiene mucho que ver, cabe decir, con la cada vez menos halagüeña salud de sus economías locales. En el caso alemán, en concreto, el crecimiento económico está prácticamente estancado, con un 0,2% en el tercer trimestre tras sobresaltos recesionistas la primera mitad del año. «Parece un problema más estructural», alerta Brun, que teme que una bajada de tipos no sea suficiente para reactivarlos: la pérdida del gas barato que garantizaba Rusia, unida a unos costos laborales cada vez más disparados, han hecho que la industria del país -el motor de su modelo productivo- haya perdido impulso hasta el punto de la crisis sistémica. «Puede que Alemania no quiera tipos bajos, pero los necesita», añade. Sin ir más lejos, el PMI industrial de la república centroeuropea en noviembre se quedó en un exiguo 43, al borde de una situación catastrófica. A la espera de la resolución electoral, Pinto espera que los dirigentes alemanes rindan su tradicional posición ideológica: «deben renunciar para potenciar el consumo privado, o la construcción, muy sensible a los intereses», declara el analista de mercados.
Así, el mensaje de los ortodoxos va dejando espacio para una política laxa, y sus rivales lo aprovechan: en una declaración ante medios, el italiano Fabio Panetta -una de las voces más altas en la trinchera de las palomas– alertaba que «aún queda mucho para la tasa de tipos neutrales». El banquero central, pues, reduce aún más el umbral de la estabilidad, manteniendo que hay que superarlo «El sesgo restrictivo de nuestra postura monetaria ya no es necesario, el BCE debería volver a un enfoque más prospectivo», aseguraba; dando a entender que Frankfurt, tipos mediante, debe responsabilizarse de la reactivación económica en una Europa al borde de la recesión. Un escenario de tipos bajos es especialmente atractivo para los países más endeudados, como Italia o el Estado español, que tendrán que abonar menos costos adicionales para devolver el pasivo adquirido. Con una inflación presente, pero controlada -crecimientos de precios sostenidos y moderados- y el coste del dinero en mínimos, pues, las administraciones mediterráneas cantan victoria. «Los banqueros centrales son independientes, pero sus decisiones tienen un impacto político que no dejan de lado», concluye Brun.