El Banco Central Europeo ya no navega en aguas tranquilas. Durante más de un año, el consejo de gobierno del instituto emisor de la zona euro ha podido respirar con calma. Bajo la sombra de la recesión y con la espiral inflacionista controlada, incluso los gobernadores más conservadores estaban de acuerdo en rebajar -con cuidado, pero sin pausa- los tipos de interés. Alemania, el gran baluarte de la ortodoxia, sufría por su industria; y veía en la facilidad de crédito una salida a corto plazo sin arriesgar un colapso económico. Los países frugales, sin embargo, ya no tienen tanto miedo; y comienzan a dejar atrás los tambores de la recesión. Ahora, Joachim Nagel, presidente del Bundesbank, y el resto de los halcones monetarios han recuperado su trinchera, como demostraban las actas de la reunión del pasado mes de junio. El consenso se ha roto a favor de los conservadores, y la presidenta del BCE, Christine Lagarde, ya indicó en la última rueda de prensa de política monetaria que en julio se interrumpirían las bajadas.
Ni siquiera la amenaza comercial de Donald Trump, con -por ahora- aranceles del 30% a la UE, ha movido la mano del regulador. Según el banco norteamericano Goldman Sachs, las condiciones impuestas por la Casa Blanca, en su estado actual, supondrían un impacto del 1,2% en el PIB de los países de la moneda única. El escenario es conservador; y contempla ciertos acuerdos entre las partes. Es decir, el enfriamiento podría ser aún más intenso; hasta el punto de que la entidad británica Barclays prevé que, en caso de que se mantenga el impuesto de 30 puntos, Frankfurt vuelva a activar las bajadas de tipos.
El mercado, cabe decir, todavía no ha llegado a un consenso respecto de cuál es el punto de equilibrio. El precio de los depósitos, tras la reunión de junio, se quedó en el 2%, después de siete recortes de 25 puntos básicos. Varias fuentes financieras consultadas ya han rebajado sus estimaciones, y apuntan que la ratio objetivo puede rondar el 1,8%; un nivel que asumiría un octavo recorte, que podría ejecutarse en la próxima reunión, a mediados de septiembre.

Por ahora, los indicadores del mercado no van en este sentido. El euríbor, el índice de referencia hipotecaria de la Unión, suele adelantarse a las decisiones de Frankfurt. Es decir, cuando la ratio baja, indica que el BCE continuará flexibilizando las condiciones de los préstamos. Desde mayo, permanece horizontal, intacto alrededor del 2,1%. Las previsiones de la banca europea van en la línea de las demandas que ha hecho el mismo Nagel, que, en una reciente entrevista en el diario alemán Handelsblatt, exigió a sus compañeros de consejo de gobierno «una mano firme» con el precio del dinero. «Los aranceles están causando daños al entorno comercial, pero septiembre será el mejor momento para reconducir la situación», declaraba el presidente del Bundesbank, ya sin el guante de seda del primer semestre del año.
La respuesta de los ‘colombos’
El otro lado de la trinchera monetaria todavía sostiene que las condiciones de crédito en la UE son restrictivas, y reclama continuar en el camino que se inició a principios de 2024. El italiano Piero Cipollone, miembro de la junta ejecutiva del BCE, es considerado el técnico más cercano a los países del sur. Poco antes de la reunión de junio, aseguró que los objetivos de inflación -el 2% a medio plazo que marca el ritmo regulador de Frankfurt- están a punto de ser alcanzados. Sin esta tensión de precios, argumentaba Cipollone, hay margen para continuar relajando el mercado de crédito.
De hecho, el comercio internacional podría acabar forzando la mano del emisor. La guerra comercial de Estados Unidos y China podría provocar, a su parecer, que una multitud de productos industriales buscaran salidas alternativas a Europa. Una inyección de oferta como esta podría «ejercer presión a la baja sobre los precios», lo que dejaría aún más margen para facilitar el crédito y calentar el mercado local, en busca de la estabilidad.

Susto en Washington
El malestar en Frankfurt queda en nada si se compara con el tsunami que se prevé en Washington. La guerra fría entre Trump y el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha quedado a punto de las hostilidades. La Casa Blanca, cabe recordar, exige un giro de 180 grados en la estrategia del regulador. A diferencia de sus homólogos transatlánticos, Powell ha mantenido congelados los tipos de interés por encima del 4%. La administración exige una rebaja de más de tres puntos, para reactivar la economía a través del crédito; pero los gobernadores rechazan sus presiones, en tensión por los potenciales efectos inflacionistas de los aranceles.
El tira y afloja se mantiene desde enero, pero Trump parece dispuesto a romper la cuerda y aprovechar una grieta legal para destituir a Powell. La Casa Blanca acusa a la Fed de haber sobrepresupuestado la reforma de su sede en Washington; un motivo suficiente, según la jurisprudencia, para despedir al dirigente de la agencia federal. Wall Street, a través del WSJ, ya ha exigido al Despacho Oval que frene sus pretensiones, y ha alertado que un nombramiento demasiado favorable al gobierno federal podría generar pánico entre los inversores, hundiendo los principales índices bursátiles.
El BCE, por tanto, no puede mirar hacia el oeste en busca de referencias monetarias; y el desequilibrio comienza a ser evidente. El euro gana terreno respecto al dólar, que ya está lejos de su contraparte comunitaria. Las empresas catalanas con operaciones en EE.UU. comenzarán a notar los efectos de la brecha entre divisas este segundo trimestre, lastradas -una vez más- por el errático inquilino de la Casa Blanca.