El Banco Central Europeo se encuentra en una encrucijada que bien puede resolverse en una de las decisiones de política monetaria más relevantes de las últimas décadas. La continuidad de bajadas de tipos de interés que los mercados descontaban desde la segunda mitad de 2024, que ya ha dejado cuatro recortes del precio del dinero junto a una presión inflacionista en descenso, sufre un cuestionamiento imprevisto antes del pasado 5 de noviembre: sobre las certezas de Frankfurt planea ahora la amenaza comercial de Donald Trump, que ha demostrado en su primera semana y pico de vuelta al Despacho Oval que las amenazas arancelarias que fundamentaron su campaña electoral no quedarían en papel mojado. Las posibles fronteras comerciales entre ambas orillas del Atlántico suponen una amenaza de precios clara que todavía hace dudar a los analistas, es cierto; pero el delicado panorama económico de la Unión Europea reclama un estímulo que, por ahora, solo puede llegar vía incentivos al crédito. «Los 27 deben tomar una decisión: o la amenaza inflacionista si se bajan demasiado los tipos, o el riesgo recesionista si no se hace lo suficiente«, alerta el profesor de los estudios de Economía y Finanzas de la Universitat Oberta de Catalunya Joaquim Clarà. El BCE rebajará los tipos presionado por la «debilidad abrumadora» de Europa.
El consenso del mercado, por ahora, apunta en este sentido. Las estimaciones del analista de mercados Manuel Pinto, similares a las de los principales analistas continentales, apuntan a «entre cuatro y cinco bajadas» durante el 2025, todas moderadas, de 25 puntos básicos -como la que se espera para la reunión del próximo jueves, y todas las de los últimos meses-. A juicio del experto, sin embargo, el ritmo es insuficiente, ya que el peso de la inflación ya «comienza a estar bajo control», y las necesidades económicas se hacen cada vez más evidentes. Una hoja de ruta como esta situaría el punto de equilibrio objetivo entre el 2 y el 2,25%, lejos del 3,15% que ordena los préstamos interbancarios en el continente por ahora. El camino, sin embargo, no es evidente: las medidas proteccionistas prometidas por Trump, a juicio de la Reserva Federal, son un potencial foco de nueva inflación en el país norteamericano. Así lo demuestra el enfoque de «halcón» que identifica el banco Renta4 en la última reunión del gobierno monetario estadounidense, en la que los de Jerome Powell decidieron mantener intactos los tipos de interés. En caso de que la Fed sea más conservadora de lo esperado, temerosa ante las posibles medidas económicas de Trump, Frankfurt no podrá desacoplarse completamente, ante la amenaza de que el dólar sea mucho más fuerte que el Euro, con los riesgos que eso conlleva en términos, por ejemplo, de acceso a los mercados energéticos globales. De hecho, Pinto asegura que «se espera que vuelva la paridad entre las divisas en poco tiempo» y que, por ende, materias primas como el petróleo, que se transaccionan en moneda estadounidense, pesen más sobre las finanzas de los 27.

Así, el Banco Central Europeo debe elegir entre dos caminos, ninguno de los dos libres de riesgos. La economía europea, acuerdan los expertos consultados, se encuentra en un momento crítico, arrastrada por la mala situación de sus históricas locomotoras, Francia y Alemania. «Hay una tendencia a la baja en el PMI manufacturero y de servicios -constata Pinto- acompañada de una evolución alcista de las materias primas», lo que ancla la producción de los 27 a tierra y evita los crecimientos necesarios. En este contexto, el consejo de gobierno presidido por Christine Lagarde puede tener la clara tentación de insertar esperanza en el tejido productivo vía bajadas de tipos: que las empresas, claramente necesitadas de capital, puedan recuperar impulso vía crédito, donde no llegan las condiciones naturales del mercado. Esto, asegura Clarà, garantizaría un mejor rendimiento de los mercados más dañados, pero también abriría la puerta a nuevas tensiones de precios al alza, ya que volvería a calentar los mercados -más producción, más oferta, y más consumo acompañado de salarios más elevados- que tanto tiempo lleva el regulador monetario intentando mantener fríos. O, por otro lado, mantenerse conservador ante la Fed y proteger el valor del euro sin tantos avances monetarios -una medida que agradaría a dirigentes como el gobernador del Bundesbank alemán Joachim Nagel, que ya hace tiempo que busca calmar los ánimos del mercado con las potenciales bajadas de tipos-, rechazando nuevamente las alzas de precios, pero manteniendo adormecida una economía que necesita activarse.
La duda alemana
La deuda, pues, es la protagonista de la disyuntiva monetaria. Con bajadas de tipos de interés, particulares y empresas verían con mejores ojos acceder a los mercados de crédito para financiar sus compras e inversiones, reactivando un ciclo económico dormido e introduciendo actividad artificial en el tejido productivo. Ahora bien, como apunta Clarà, este movimiento significa «inyectar esteroides» a los 27, ya que la mejora llega de la mano de un pasivo que debe devolverse. En esta clave leen los expertos la alerta germánica: a pesar de que se podría pensar que son los que más reclamarían rebajar las barreras para el movimiento de capitales, el miedo a la deuda estructural que sufre Berlín aleja la solución. Además, en una economía tan industrializada como la suya, la formación bruta de capital camina más lenta, y una inyección de dinero no soluciona los problemas inmediatamente. «Los cambios en la industria son muy lentos, y el tiempo del impacto de las bajadas de tipos también cambia: es posible que, si el sistema se dota de liquidez, la inflación suba antes de que las empresas puedan mejorar sus fundamentales», alerta el experto.

Las trampas de la banca
Las intenciones avivadoras del BCE con las bajadas de tipos, sin embargo, solo funcionan si la banca activa a favor de los usuarios y las empresas un crédito más barato. Sin embargo, según una reciente encuesta de la agencia Reuters entre negocios comunitarios, el capital no está notando que el sistema financiero libere los préstamos que necesitan para abordar sus inversiones. En el mismo sentido se expresaba recientemente la patronal de las pequeñas y medianas empresas de Cataluña, Pimec, que denunciaba que la percepción de los negocios del Principado se aleja de las bajadas de tipos que ya hace meses que el BCE ha impuesto sobre sus supervisados. A juicio de Pinto, el mundo bancario, especialmente uno tan concentrado como el español, tiene pocos incentivos para rebajar los tipos de interés. Buena parte de los resultados históricos de las Ibex financieras del Estado en los últimos años se fundamentan en importantes márgenes de intereses. «Son reticentes a aplicar las bajadas porque son una partida fundamental de sus balances, y son más dependientes que en otros mercados europeos o en EE.UU.», critica el analista. Clarà, por su parte, observa una precaución justificada en los banqueros del sur de Europa, aún bajo un cierto trauma por la fuente abierta de crédito previa a la crisis financiera que dejó tantas compañías con importantes problemas de solvencia. «De hecho, todavía quedan muchos créditos de la pandemia a la espera», razona el docente.
Una decisión compleja, a juicio de Clarà, dado que la banca puede salir ganadora a largo plazo: una política de crédito más abierta podría revivir empresas y clientes y mejorar la actividad económica general, fundamentando mejor sus resultados a medio plazo. Especialmente, además, en el ámbito exportador, con un euro débil que incentiva las compras desde fuera de los 27. «El mercado había sobrevalorado los efectos de la bajada de tipos sobre los bancos», asegura el docente, que pronostica buenas cifras de beneficios también con una política monetaria expansiva por parte de Frankfurt: «Un crecimiento bancario es esperable».