Donald Trump se ha levantado de una de las mesas más tensas de su guerra comercial. El presidente de los Estados Unidos ha cortado los contactos con China y ha duplicado su apuesta por el proteccionismo y la agresión arancelaria hacia sus principales competidores. Lo ha hecho después de que Pekín haya sido la única administración que ya ha anunciado una imposición concreta contra Washington en respuesta al cierre comercial, con unos «aranceles de represalia» del 34% a todos los productos de Estados Unidos. El consenso de los analistas financieros internacionales es que, a diferencia de Europa, el gigante asiático «llevaba tiempo» trabajando en alternativas para responder a la ofensiva trumpista. De hecho, muchos otros movimientos recientes del país, como sus maniobras para flexibilizar algunas normas de propiedad intelectual, se ven ahora bajo la luz de un ataque diferido a Estados Unidos.
Los principales think tanks estadounidenses se preparan para una guerra sin cuartel. La consultoría internacional Eurasia Group, fundada por el economista y crítico de Trump Ian Bremmer, asegura que «la postura agresiva de Pekín hace pensar que las represalias futuras serán mucho más duras«. Así, tanto los mercados como las administraciones estadounidenses proyectan un futuro inmediato con una «espiral de escalada de las hostilidades» que puede culminar con un «desacoplamiento» total de las dos principales potencias del mundo. Cabe decir que, desde el punto de vista de la inversión, China es razonablemente independiente de las tribulaciones occidentales; pero esta tendencia se puede ver aún más agravada en el futuro inmediato.
La primera respuesta de Pekín, además, no se ha centrado solo en los aranceles. El gobierno de Xi Jinping tiene claro que quiere atacar los puntos débiles del modelo productivo estadounidense. En este sentido, se puede leer el límite legal a la exportación de ciertas tierras raras, imprescindibles para la producción de semiconductores. Se trata de uno de los productos que más ha centralizado el tejido empresarial chino, y en el cual los EUA son más deficitarios. Trump busca soluciones inmediatas para el agujero en materiales críticos que padecen sus empresas, como la imposición de un acuerdo neocolonial con Ucrania para aprovechar sus yacimientos en medio de las conversaciones de paz con Moscú. Ahora bien, por ahora aún no ha encontrado la palanca para garantizar las materias primas a multinacionales de la escala de Intel o NVidia, lo que introduce dudas importantes en el mundo tecnológico. El índice bursátil especializado Nasdaq, de hecho, es el que acumula un peor rendimiento desde el Día de la Liberación, con caídas consecutivas superiores al 10%.
Cabe decir que Pekín busca mantener un cierto equilibrio respecto de las compañías estadounidenses. En paralelo a los aranceles del 34%, China ha prohibido las exportaciones de productos de tecnologías duales -que tengan un rol en el mercado civil, pero también en el ámbito de la defensa-, y ha añadido una decena de entidades a su lista de actores sin confianza pública, eliminándolos efectivamente de la actividad económica en el país. Aun así, ha querido mostrar cierta confianza a las multinacionales tecnológicas estadounidenses -incluida Tesla- a quienes ha querido garantizar que «defenderá sus intereses» en el mercado local. En algunos casos, la mano tendida de Xi no ha servido para nada. Es el caso de Wicresoft, una de las ventures de Microsoft en el gigante asiático, que ya ha anunciado que detendrá todas las operaciones y despedirá a todo su personal.

La bolsa no confía en Xi
Durante la jornada, el efecto de la guerra arancelaria de Trump se ha notado en la bolsa China mucho más que en el resto de los principales mercados globales. El índice BSE 50, que recoge las principales 50 empresas cotizadas del parqué de Pekín, ha caído cerca de un 18% intradía, y ha perdido más de 200 puntos respecto del cierre del pasado viernes. La tendencia parece haberse intensificado después del rompimiento de toda relación con Trump. El mandatario estadounidense, de hecho, ha amenazado con imponer una tarifa adicional del 50% a los productos chinos, lo que ha impulsado el miedo entre el capital local. La nueva barrera comercial entraría en vigor el próximo martes. Con esta amenaza, la Casa Blanca busca evitar el 34% anunciado por Xi el pasado jueves.
La justificación de Trump para la imposición arancelaria a China, cabe decir, es similar a la que esgrimió la Unión Europea el pasado verano para elevar los impuestos a las importaciones de vehículos eléctricos del país. En una publicación en su red social, Truth Social, el presidente ha asegurado que, más allá de los aranceles efectivos sobre los productos estadounidenses, el gobierno chino aplica «tarifas no monetarias, subvenciones ilegales de empresas y manipulación masiva de divisas a largo plazo». Es decir, la Casa Blanca acusa a su homólogo asiático de aplicar prácticas anticompetitivas para impulsar sus sectores estratégicos, una afirmación equivalente a la que utilizó la presidenta de la CE Ursula von der Leyen en 2024 para atacar la movilidad eléctrica de su competidor. Fuera de China, Trump parece tranquilo; en tanto que parte de los países afectados por los aranceles habrían aceptado sus condiciones. «Las negociaciones con terceros, que también han solicitado reuniones, comenzarán de inmediato», ha anunciado en la misma publicación.

La independencia como solución
Visto el choque comercial con los Estados Unidos, China hace tiempo que busca alternativas para asegurar su supervivencia productiva sin la influencia de las principales compañías de su renovado rival económico. Pekín, de hecho, lleva meses peleando por el dominio global de dos cartas esenciales para los EUA: las divisas y la propiedad intelectual. El pasado mes de marzo, el Consejo de Estado chino lanzó una nueva regulación sobre los derechos de IPs externas en el país. En concreto, la nueva norma busca «flexibilizar» las medidas de los demás países en defensa de sus patentes, que considera «restrictivas» para los productores locales. A juicio del gobierno chino, de hecho, otras regiones «utilizan las disputas de propiedad intelectual como excusa para contener y suprimir a China, y toman medidas discriminatorias y restrictivas contra ciudadanos chinos». Con este nuevo paraguas, el país se otorga cobertura para replicar productos extranjeros en nombre de «la seguridad nacional» y los «asuntos internos» de su mercado.
Por otro lado, el renminbi digital -la iniciativa de moneda digital del Banco Popular de China- ha escalado su influencia fuera de las fronteras. Según un informe del banco central de la República, cerca de un 40% del planeta podría usar el RMB como alternativa al dólar en la red de pagos globales, lo que vaciaría buena parte de la red SWIFT estadounidense, que históricamente domina las relaciones monetarias. De hecho, las capacidades técnicas de esta propuesta, fundamentada en tecnología blockchain, son sustancialmente superiores a las estadounidenses: las transacciones internacionales, que tardan entre tres y cinco días en resolverse con el método tradicional, podrían estar en marcha en solo siete segundos. «China está definiendo las normas del juego en la era de la moneda digital», aseguraba recientemente un comunicado del Banco de Acuerdos Internacionales, la institución monetaria global controlada por los bancos centrales.