Para Donald Trump, el caos es un arma negociadora. El presidente de los Estados Unidos ha tomado la costumbre de romper las formas y los rituales del mundo económico y financiero desde el Día de la Liberación, el pasado 2 de abril, cuando sus abundantes y poco fundamentados aranceles entraron temporalmente en vigor. El desplome bursátil, la división interna -incluso Elon Musk se ha rebelado- y la escalada comercial de China obligaron al inquilino de la Casa Blanca a retroceder, pero la tregua de 90 días no ha sido suficiente para devolver la confianza ni a los inversores ni a los reguladores. Las bolsas a ambos lados del Atlántico cerraron el pasado viernes en prácticamente cero, dejando atrás la euforia de la pausa arancelaria para caer en una temblorosa espera. Mientras el capital «guarda la ropa», como diagnostica el profesor de los estudios de Economía y Finanzas de la UOC Joaquim Clarà, el Banco Central Europeo encara la próxima semana una de sus decisiones más difíciles. La reunión de política monetaria de abril debía ser sencilla, y continuar el camino iniciado a finales de 2024 de ligeras pero constantes bajadas de tasas de interés. La política comercial trumpista, sin embargo, ha roto el tablero de juego, y a pesar de que las casas de análisis continúan confiando en una nueva reducción del costo del dinero, la hoja de ruta de Christine Lagarde para lo que queda de 2025 está más que alterada.
La pausa de los aranceles universales, cabe recordar, solo afecta a aquellas tarifas comunicadas el mismo 2 de abril. La Unión Europea, como el resto de países, aún sufre impuestos a sus ventas a EE.UU. en los sectores automovilístico y siderúrgico, y permanece a la espera de nuevas barreras sectoriales prometidas, como en la alimentación o en el sector químico. Estos sobrecostos a la exportación ponen en peligro la estabilidad de los 27 en dos sentidos: en primer lugar, amenazan con ralentizar la recuperación de la ya maltrecha industria comunitaria. En segundo, pueden disparar vía tasas una inflación que permanece estable por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania. No obstante, los expertos consultados por la agencia Reuters en su encuesta previa a la reunión del BCE coinciden en predecir para abril una nueva bajada de tasas modesta, del 0,25%. Así lo confirma el profesor de Economía y Finanzas de la Universitat Pompeu Fabra-Barcelona School of Management, Pablo Larraga. «Los mercados de futuros descuentan varias bajadas de tasas de interés. De aquí a julio, hasta 50 puntos básicos», asegura el experto. A este ritmo, a finales del año se debería alcanzar el punto de equilibrio -el momento en el que la política monetaria se mantiene neutral económicamente, porque se ha alcanzado el objetivo de precios del 2% a medio plazo-. Según las previsiones de Larraga, con datos del mercado, este umbral se situaría en torno al 1,8%. Para llegar a este nivel, serían necesarias entre tres y cuatro bajadas hasta diciembre, siempre y cuando los gobernadores europeos mantengan el ritmo actual.
A juicio de Larraga, una reacción europea como esta está justificada. El mandato único del Banco Central, cabe recordar, es el control de precios. Durante la presidencia de Mario Draghi, en plena crisis financiera de 2008, la entidad introdujo matices a esta máxima, y desde entonces tiene más presente el efecto de sus decisiones sobre la salud de la economía de los 27. En este sentido, la mala fortuna del sector productivo continental, unida a un IPC «que parece bajo control» -en un 2,2% de media en marzo, cerca del objetivo de Frankfurt- fundamentan una liberación del crédito local. «Europa crece poco, y la guerra arancelaria puede hacer que crezca aún menos», advierte el profesor. En el caso español, tanto el ministerio de Economía como el Banco de España han alertado que los aranceles modulan las expectativas de expansión del PIB de 2025 a la baja, en torno a las dos décimas. En economías con peor rendimiento reciente, como la alemana, la recesión comienza a hacerse palpable. Así, los gobernadores buscarán la reactivación económica para resistir en mejores condiciones los embates de Trump. «Los mercados asumen que el BCE prioriza las bajadas para revivir el crecimiento. Y, si luego sube la inflación, ya se recuperarán», apostilla el profesor.

Los analistas financieros, sin embargo, admiten un riesgo en esta estrategia: un repunte inflacionista que pueda ser doble. En primer lugar, los aranceles elevarán el precio de los bienes importados de los Estados Unidos, lo que puede disparar la etiqueta de muchas cadenas de valor. En segundo, si las bajadas de tasas son demasiado intensas, la economía podría volver a calentarse por encima de los umbrales saludables, desequilibrando nuevamente la oferta y la demanda y elevando el IPC. Sin embargo, la misma guerra arancelaria esconde una salida clara: la mala situación económica que se prevé a raíz de las decisiones de Trump está provocando bajadas en precios de bienes esenciales, principalmente el petróleo. Antes del anuncio del pasado 2 de abril, los futuros petroleros superaban los 71 dólares, pero, tras una caída histórica, ahora proyectan un precio de unos 61 dólares. «Si no hay reactivación económica, el crudo y la energía caerán, y este es un importante factor antiinflacionista», razona Larraga. Sobre estas previsiones, tanto los expertos como los mercados llaman al BCE a continuar con su camino de rebajas del precio del crédito.
Las banderas rojas
El comportamiento de Trump, cada vez más errático, oscurece las decisiones no solo de Frankfurt; de todos los Bancos Centrales afectados por sus tarifas. Las demandas del mercado, aunque están bien fundamentadas, chocan, a juicio de Clarà, con un ejecutivo estadounidense inconsistente, que promete agitación tras agitación. Sin la seguridad del multilateralismo, el experto de la UOC ve posible que los bancos centrales apliquen cierta prudencia a corto plazo, a la espera de resolver los conflictos con Washington. «¿Es necesario ahora mismo bajar tasas? El dólar está tocado en todas partes», cuestiona. Para Clarà, Lagarde debería «emitir un mensaje de tranquilidad», y una bajada de tasas inmediatamente después de los aranceles puede revelar una «debilidad económica» que castigue aún más la industria local.
Para el experto, los riesgos inflacionistas superan con mucho las oportunidades económicas que acompañan a la bajada de tasas. Es cierto que Europa se encuentra en un momento de caída libre industrial, y que las grandes empresas locales necesitan un financiamiento accesible. Sin embargo, a ojos de Clarà, una salida coyuntural -como es la política monetaria- es ampliamente insuficiente para reparar un sector manufacturero que padece males endémicos. «¿Qué industria tiene Europa para incentivarla? ¿Podrá competir en algún momento con China, con los gigantes americanos?», interroga el profesor. En medio de una estrategia «tardía» de relocalización y autonomía estratégica, pues, una rebaja de 25 puntos básicos no será suficiente para ayudar de forma significativa a las economías del continente más cercanas a una crisis económica. Ahora bien, el riesgo inflacionista que acompañaría la decisión sí que puede tener efectos reales sobre el PIB del conjunto de la Unión. «Si se dispara el IPC, habremos perdido todos los esfuerzos que hemos hecho los últimos años», alerta Clarà.

La Fed también tiembla
Sin certezas inmediatas, el Banco Central Europeo mira de reojo hacia Washington para tomar su propia decisión. Desde el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, la Reserva Federal ha decidido detener sus bajadas de tasas, con una estrategia similar a la que reclama Clarà: mantener el costo del crédito intacto a la espera de las nuevas políticas trumpistas. El presidente de EE.UU., cabe decir, hace tiempo que reclama que los gobernadores del dólar flexibilicen el crédito para activar el consumo y tratar de recuperar su popularidad entre los votantes. Sin embargo, el director general Jerome Powell, así como el resto de responsables monetarios, resisten la ofensiva de la Casa Blanca. Los dirigentes de las reservas de Saint Louis y Minneapolis, Alberto Musalem y Neel Kashkari, indicaban en declaraciones recientes que el consejo de gobierno estadounidense reconoce el «riesgo» de que los aranceles vuelvan a disparar el IPC local. De hecho, aseguran que el peligro trasciende los efectos inmediatos de las tarifas, y que estas pueden dejar efectos secundarios estructurales en el sistema de precios de EE.UU. Sobre esta apreciación, la Fed «no tiene prisa» para volver a bajar las tasas, y aguanta su trinchera, al menos, hasta el verano.
Larraga, en este sentido, recuerda que «la relación entre la Casa Blanca y la Fed es muy mala». A pesar de que Powell fue un nombramiento de Trump, la guerra entre ambos es más que explícita desde 2018, cuando el presidente reclamó bajadas de tasas en medio de un escenario inflacionista y el director general del organismo monetario se negó. Tras ganar las elecciones, la Casa Blanca reiteró las veladas amenazas que ya lanzó durante la anterior administración republicana: «podrá mantener su puesto de trabajo si hace lo que le toca», declaraba el entonces presidente electo en una comparecencia a mediados de enero. Los mercados financieros, además, esperan en Washington un año más prudente que en Frankfurt, con rebajas acumuladas de 65 puntos básicos. En este sentido, Clarà reclama que el vínculo entre ambos reguladores monetarios sea cada vez más ligero. «El BCE permanece a la espera de lo que haga la Fed, pero no puede ser seguidor. Debe haber autonomía», concluye el profesor.