Solo recordamos el zapato, decía el filósofo, cuando se nos rompe. Los jefes pensantes de la geopolítica de la Unión Europea «escuchaban defensa y pensaban en una cosa innecesaria«, hasta que la defensa no aconteció esencial. «Los ajustes presupuestarios de los países siempre vendían en el gasto militar», lamenta el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos exteriores y Política de Seguridad Josep Borrell durante la primera jornada de la Reunión del Círculo de Economía. Ahora, ante una guerra a suelo europeo que ha hecho tambalear cadenas de valor clave a las economías europeas, el sistema de defensa comunitario se ha encontrado con un shock autoinfligido. «Cuando empezó la guerra no teníamos stocks de material militar; y todavía no tenemos. Tenemos que gastar más en defensa», insta Borrell a los socios continentales. El diplomático, pero, reconoce la impopularidad de una medida estructural para Europa pero con pocos rendimientos inmediatos, y más en un momento de alta competencia electoral. «Nadie dirá en campaña que tenemos que gastar más en cañones», declara.
La capacidad defensiva europea, apunta, no es solo una cuestión de cantidad, sino de eficiencia. Incluso un ejército pobremente organizado como el ruso es más barato y pesando que una defensa coordinada europea que «costa cinco veces más» que la del Kremlin. «Europa no es un estado, las competencias de defensa son de los miembros», subraya el alto representante. Así, se crea un escenario de fragmentación: 27 estrategias defensivas con 27 ejecuciones y otros tantos presupuestos. Así, la mejora de la defensa exterior de la UE no es solo una cuestión de dinero; también lo es de prioridades «Que el incremento del esfuerzo en defensa se haga de manera coordinada, no que todo el mundo gaste más independientemente del que tiene el vecino», alerta Borrell. Si bien aleja la idea de un ejército europeo -«quién el pedido?», interroga- exige una hoja de ruta común para un «continente muy rico sin capacidad de defenderse». Y no solo. Sin una coordinación militar, la asistencia e intervención de Europa fuera de sus fronteras se vuelve ridículamente ineficiente. «Si Europa quiere ser una potencia, necesita capacidad militar», reitera, apuntando en un plan de inversión de 70.000 millones de euros a mejorar las capacidades de los ejércitos regulares de la Unión.
La mala coordinación estratégica en cuestiones defensivas que acusa la UE se encuentra en su origen, también, del modelo incremental en la asistencia militar que se ha prestado desde Bruselas en Ucrania en su resistencia a la invasión rusa. Durante una visita en el país justo antes del estallido del conflicto, Borrell recuerda que el primer ministro Volodimir Zelenski cuestionó la participación de la Comunidad mediante asistencia armamentística, una pregunta que el alto representante no supo responder. «No pude garantizar que enviaríamos armas porque en el momento ni yo lo sabía». Finalmente, han ido llegando, si bien lo han hecho con pies de plomo. Tanto la Comisión como los principales gobiernos de los estados miembros se resistían a enviar tanques Leopard, misiles o aviones que finalmente han llegado al campo de batalla paralizados por el miedo a «una escalada de la guerra». La lenta reacción internacional, lamenta el exministro, ha frenado un desarrollo más rápido del conflicto. «Si en vez de una aproximación progresiva hubiéramos sido más enérgicos, habríamos podido cambiar la guerra», lamenta. En la situación actual, Rusia no tiene incentivos, todavía, para parar la sangría. «Volverán a intentar ganar la guerra antes de sentar a negociar», predice.
Parte de la parálisis de Bruselas se justifica, según Borrell, por el reto que un ataque como el orquestado por Putin sobre Ucrania supone para la cosmovisión que fundamenta Europa. La Unión, apunta Borrell, se construye «en base al comercio y el derecho»: si dos potencias mantienen relaciones comerciales, no habrá una escalada bélica, porque va contra sus intereses económicos. Con esta rotura de la pax liberal, Europa se ve en la tesitura de tenerse que fortalecer de cara a los posibles rivales y competidores internacionales. Un proceso, razona, que beneficia incluso las grandes potencias del planeta. «Una Europa fuerte interesa principalmente los Estados Unidos, porque acontece un socio más fiable», aconseja. En cuanto a Washington, además, supone una oferta militar que compite con la primacía de la OTAN. La organización «está bien, pero los Estados necesitan una capacidad propia» -incluso aquellos que se encuentran demasiado cómodas bajo el paraguas atlantista-.

«Ni un gramo de Paracetamol»
El desarrollo de una coordinación militar a Europa forma parte, como otros muchos procesos que han acontecido centrales para la Unión Europea, de un camino hacia la «autonomía estratégica» de una estructura política que creía que podía vivir en red. Las tensiones geopolíticas han vuelto las relaciones comerciales en dependencias, y las dependencias, en palabras del exministro español, «en armas». «Nadie quiere ser dependiente; y si no queremos ser dependiendo tenemos que construir nuestras autonomías». No solo la guerra ha despertado las ansias de independencia de la economía continental: durante los primeros compases de la crisis sanitaria de la Covid, recuerda el representante, a Europa «no se producía ni un solo gramo de paracetamol». Una rendija similar usó Putin para elaborar su teoría sobre la respuesta europea a la invasión: un 40% del gas que usaba Europa antes de la escalada bélica procedía de Rusia. «Y esto no es normal», sostiene Borrell. La diversificación de proveedores ha evitado que el Kremlin pudiera collar como esperaba las instituciones comunitarias.
Aun así, el establecimiento de una suerte de cadena de valor autónoma a Europa no gusta a todos los gobiernos. Borrell niega las alarmas de autarquía que recibe el impulso por la autoconciencia material de Europa -va, de hecho, en contra de los valores fundacionales-. «La economía europea tiene el doble de tasa de apertura que la de los Estados Unidos», indica el diplomático, lamentando la profunda debilidad que esto implica. «Por eso -opina- sufrimos el doble cuando la economía internacional no va bien». «Necesitamos apertura, pero cuenta», recordando la rendija que puede abrir una relación comercial demasiada unilateral.
China, un vínculo que no se quiere cortar
La guerra en Ucrania es solo uno de los síntomas de un «cambio en la geopolítica global». Una alta conflictividad económica entre las dos grandes potencias mundiales, China y los Estados Unidos, está moviendo la aguja de las relaciones internacionales hacia un punto que no tendría que gustar en Bruselas. «No tenemos ningún interés en otra guerra fría», confirma Borrell, apresurando la Comisión a «evitar la polarización». El todavía potente cadena de valor europea podría quedar atrapada entre «dos ecosistemas que no tienen nada a ver el uno con el otro». Es cierto que las instituciones históricas de la organización global empiecen a ponerse en alerta, con llamamientos a la detención de «la coerción económica de China» hacia países tanto del sur global como de occidente. Aun así, el alto representante rebate que los movimientos de Pekín son solo los de un país que acontece potencia. «El mundo no tiene nada que ver con el que era, y China pide su parte del juego». Insistiendo al rechazo de la polarización, el ponente sugiere que se entienda el gigante asiático como un rival, pero también los Estados Unidos, que con la Inflation Reduction Act impone una «competencia sesgada» al resto de mercados.
En este sentido, plantea como una prioridad de la Unión la mejora de la relación comercial con mercados medianos, como por ejemplo la América Latina. Las empresas europeas, celebra, son las principales inversoras en el mercado sudamericano, si bien las relaciones comerciales no han acelerado al mismo ritmo. «China nos ha pasado», critica, con las implicaciones culturales que esto puede tener sobre la situación de los mercados del continente. «Nuestra proximidad intelectual y política es muy grande, pero no los tomamos mucho en consideración», avisa. Así, argumenta, la relación de Europa con este tipo de compañeros de viaje comerciales tiene que ser de «más diálogo pero con menos superioridad». «El reparto del poder y la riqueza no puede permanecer cómo es», concluye.