La política monetaria restrictiva del Banco Central Europeo parece haber tocado techo. Desde la última reunión del Consejo de Gobierno, las siempre prudentes autoridades de Frankfurt empezaron a ser explícitas en cuanto al camino a corto plazo. Tanto la presidenta Christine Lagarde como el vicepresidente y exministro español Luís de Guindos hace semanas que reconocen el que los mercados ya dan por hecho: el próximo seis de junio, los tipos de interés bajarán por primera vez en dos años. La ratio de refinanciación -el coste del crédito- se ha quedado, finalmente, a solo dos décimas del máximo histórico: el 4,5% actual frota el 4,75% que registraba el instituto emisor durante los primeros meses de la moneda única. Con la inflación a la eurozona relativamente estable, en un 2,4% marginalmente superior a la referencia que se establece la entidad para sí misma -el 2%-, todo parece indicar que el precio del dinero caerá para comenzar el verano. Ahora bien, a pesar de que las expectativas inflacionistas continúan siendo halagüeñas -aunque en el Estado español, por ejemplo, se mantiene por encima del 3%- la tensa situación geopolítica pone en entredicho la estrategia a medio plazo. «Los datos actuales retardarán el proceso», indica a
El retroceso que expertos e inversores descuentan para el próximo jueves es de 25 puntos básicos, y situaría el cambio en el 4,25%, una ratio idéntica a la que marcó el Banco al inicio de la crisis financiera del 2008. El conflicto, pero, está en el más allá. «Los mercados no piensan en que hará el BCE este jueves, o el mes que viene: piensan a seis meses vista», reflexiona el profesor de la UPF-BSM Xavier Brun. «Por eso las bolsas ya han subido». Es decir: la euforia por la caída del precio del crédito ya ha hecho su efecto sobre los flujos financieros, y la respuesta en lo sucesivo dependerá de las medidas que anuncie Lagarde en lo sucesivo. Este año quedan cuatro reuniones, además de la del próximo jueves: en julio, en septiembre, en octubre y en diciembre. Las próximas tablas de gobernadores, según las últimas declaraciones, estarán lejos de ser pacíficas: algunos de los mercados más potentes de la Unión tienen posiciones contradictorias en cuanto a las restricciones monetarias que hay que imponer con los datos de precios, ocupación y crecimiento que registran los 27. La división, la de siempre: el sur de Europa quiere cambios; el norte y el centro gritan a la calma.
A las economías mediterráneas, pero también en Francia, «el recuerdo de los hombres de negro hace todavía mucho miedo», alerta Clarà. Con un retorno de las normas fiscales europeas, los límites duros de gasto y los nuevos umbrales de endeudamiento hacen sufrir especialmente en los estados menos productivos. «Son muchos millones que se ahorran con los recortes de tipos de interés», continúa Brun; recordando que, a raíz de la Gran Recesión, el pasivo se ha trasladado de las empresas -más precavidas a raíz de un 2008 especialmente pernicioso para los negocios con desequilibrios al balance- al sector público. No es extraño, pues, que los llamamientos en las bajadas sostenidas vengan de estas geografías: el gobernador del Banco de Italia, Fabio Panetta, ha sido explícito, pidiendo «una serie de recortes» que vuelvan el coste del crédito a la Unión a un «punto neutral». Su homólogo francés, François Villeroy de Galhau, también ha dejado la puerta abierta a continuar con la flexibilización en la reunión de julio; una postura que no descartan los expertos. «Harían falta bajadas progresivas», considera Brun; una estrategia que permite modular reunión a reunión las posturas según cómo responde el entorno económico. «Si la bajada es poco a poco, el mensaje es que la economía va bien y que vayamos deshaciéndonos de los problemas», argumenta el economista. Por el contrario, una medida única, pero muy brusca hace pensar los mercados que «te has pasado de frenazo», que hace falta una corrección inmediata. «Y esto sería muy negativo».

Los históricos
La nueva normalidad de los tipos elevados
El ritmo de bajada, pero, no cambia los objetivos: la realidad monetaria que vivió Europa desde el 2012, con media década de tipo cero, «no volverá». El consumidor final, apunta Clarà, busca este tipo de decisiones: «desean la situación anterior, porque vivieron cómodamente durante muchos años»; recuerda el economista. Sin coste de operaciones de refinanciación, las hipotecas variables acontecieron la norma, con mensualidades generalmente bajas, y el endeudamiento familiar se situó como gran potenciador del consumo. Durante la última crisis inflacionista, pero, préstamos inmobiliarios «que podían estar en los 700 euros de repente saltaron a los 1.000 o 1.200 en muy poco tiempo». Esta tensión se moderará, es cierto, pero no llegará a desaparecer. «La inflación aterrizará en el 2-2,5% -argumenta Brun- y los tipos se mantendrán por encima de este nivel». Es decir, el crédito comunitario no volverá a ser gratuito a corto plazo. Esto, por otro lado, explica el retroceso del pasivo entre negocios y particulares: la deuda familiar en el Estado cayó el 2023 por debajo del 100% de la renta disponible -por debajo de Alemania- según datos de la OCDE; mientras que, como recuerda el docente, «desde el 2008 hasta ahora el endeudamiento de las empresas sobre activos ha disminuido».

Mirar «de reojo» en los Estados Unidos
Frankfurt, pues, apunta hacia la bajada de tipo de interés a corto plazo. También lo hace Londres: a pesar de que el aislamiento provoca que la inflación se sitúe al 4,4% en el Reino Unido, lo Bank of England también mujer pistas de un recorte en el coste del crédito durante el verano. Ambos, pero, lo hacen con un ojo a la otra banda del Atlántico: la Reserva Federal, siempre líder en las medidas monetarias, está en alerta. Tal como anunció recientemente su director general Jerome Powell, los tipos se mantendrán intactos durante el trimestre. Algunos gobernadores, incluso, alertan que el punto de equilibrio puede ser más alto del que se esperaba; alarmados por una inflación consistentemente superior al 3% que no consiguen doblar.
Todo y la independencia de Washington que Lagarde reivindica siempre que es preguntada por sus homólogos estadounidenses, «en un mundo global con fuerzas de mercado globales», razona Clarà, adaptarse al contexto acontece una obligación. Una caída del precio del euro respecto del dólar tiene algunos beneficios, como por ejemplo una mejora en las exportaciones y la atracción de capitales. Ahora bien, siente la moneda norteamericana la divisa clave de mercados estratégicos -como es el petróleo-, el peligro supera las garantías. «Como que la energía se compra en dólares, una subida del dólar respecto del euro comportaría un repunte de la inflación», alerta Brun. Así, el Consejo de Gobierno tendrá que «mirar de reojo» el que haga Powell. Más todavía, prosigue el profesor de la UOC, en un contexto de tensión al sector del crudo. «La OPEP ya ha anunciado que reducirá la producción para tener menos stock»; hecho que encarece el producto.