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El BCE frena las bajadas de tipos a la espera de más certezas

Europa se acerca a una nueva decisión monetaria en un momento de alta tensión. El terremoto macroeconómico comenzado con la pandemia todavía no se ha parado, y el Banco Central Europeo, en una Unión fragmentada,busca lograr una estabilidad de precios olvidada desde el 2021. La inflación entre los países de la moneda única se ha mantenido a los voltios del 2,5% en los últimos meses -alcanzaba el 2,6% el mayo después del 2,4% de abril-; pero no acaba de romper los umbrales necesarios para garantizar que la espiral disparada con la guerra de Ucrania ha llegado a su fin. De hecho, la subyacente -el indicador de precios que excluye los elementos más volátiles de la cesta, la alimentación no preparada y la energía-, frota el 3%, a casi un punto de los objetivos a medio plazo de Frankfurt, que se sitúan a los dos puntos. Unas seis semanas después de rebajar los tipos de interés por primera vez desde el otoño del 2022 -en unos exiguos 25 puntos básicos, dejando la tasa de operaciones de refinanciación en el 4,25%-, el organismo presidido por Christine Lagarde pulsará, según las expectativas de mercado y expertos, el freno; y mantendrá intacta su principal palanca monetaria. «La intención del consejo de gobierno es bajar los tipos, pero no lo harán sin lógica», explica a Món Economia el profesor de los estudios de Economía y Empresa de la UOC Joaquim Clarà.

Ya durante la reunión del 3 de junio, la primera reducción de la ratio de préstamos, varios gobernadores nacionales -principalmente aquellos de los países históricamente más ortodoxos con la política monetaria, como por ejemplo Alemania o Austria- plantearon dudas sobre el ritmo del «proceso desinflacionista» en la Unión Europea. El índice de precios, alertaban, no mostraba una contracción al ritmo que descontaba el banco central. Se trata de un proceso que también se está dando en otras economías avanzadas del planeta: la Reserva Federal norteamericana proyectaba a principios de curso hasta tres rebajas en la tasa de refinanciación en el país. La tozuda inflación, que permanece por encima del 3%, ha parado su ritmo -que ya es más lento, de hecho, que el del resto de bancos centrales de Occidente; tanto que no se han movido de los cinco puntos que marcan sobre los tipos-; y pocos al mercado inversor esperan que Jerome Powell comunique antes de final del 2024 tres flexibilizaciones del precio del dinero. «Si los bancos centrales han aprendido algo, ha sido dar muy bien sus mensajes», razona Xavier Brun, director del Máster Universitario en Mercados Financieros a la UPF-BSM.

Más todavía, confirman los expertos consultados, justo antes del verano: en los ciclos anuales, entre julio y el agosto el consumo -la demanda, y, por tanto, uno de los motores de los precios- suele dispararse. Si, además, el regulador monetario da motivos para acelerar el crédito, «se genera una burbuja inflacionista especialmente peligrosa». Además, el fin del primer semestre ofrece indicadores económicos de sustancia, tanto en cuanto a las arcas públicas como a los balances del sector privado; y los gobernadores prefieren «esperar un poco para poder leerlo todo». De acuerdo con este calendario, mercado y academia apuntan a dos bajadas más en la segunda mitad del año -idénticas a las de junio, de 25 puntos básicos-: el septiembre y el diciembre. La misma presidenta Christine Lagarde ha alertado, desde junio, que «el control de la inflación no será lineal; habrá altibajos». La reunión de julio, demuestran las previsiones, se situará a la parte baja de la gráfica.

Más allá de las cuestiones estacionales, los expertos identifican una coyuntura poco favorable para las bajadas de tipos. La buena salud de los mercados laborales, así como unas grandes economías europeas que sostienen -con excepciones escasas- un crecimiento suficiente, no ponen ningún tipo de presión sobre Frankfurt, que constata que los miembros del club del 27 funcionan bien sin inyecciones de adrenalina como las que supondría una bajada de tipo. El gran motor de esta resiliencia es el consumo interno: las familias de los principales países del continente continúan comprando, y «los precios elevados se van normalizando». Con mejores cimientos laborales y, en general, salarios más elevados, las empresas se permiten un traslado más claro a precios finales de aquellos eslabones de sus cadenas de valor que mantienen la tensión. «Hay una lectura triangular: las ventas no bajan, los inventarios se estabilizan y por eso no sube tanto el PIB, porque no se produce tanto», analiza Brun. Así, a pesar de momentos de recesión técnica a entornos tan importantes como el alemán o el neerlandés, no se ve la necesidad de acelerar el curso económico. «Hay un gran notario, que es el paro: y la ocupación se mantiene fuerte», conecta el profesor de Pompeu Fabra. De este modo, ni la inflación abre la puerta a debilitar el control, ni el contexto económico necesita más libertad para el crédito. «Los tipos de interés suben en ascensor y bajan por las escalas», bromea el académico.

El vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, en una imagen de archivo / EP

País a país

El ritmo de Frankfurt, pues, coincidirá relativamente con los planes de los conocidos como halcones, los banqueros centrales económicamente ortodoxos, a menudo de las economías del centro y norte de Europa. El presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, consta entre las figuras más destacadas de este contingente al consejo de gobierno. Incluso cuando los mercados más collaven la presidencia para comenzar el recorte de los tipos, Nagel gritaba a la calma, negando el «piloto automático» que supondría, a parecer suyo, una nueva bajada de tipo en julio. Entre sus aliados consta el austríaco Robert Holzmann; que también a finales de mayo negaba el «sentido» de un recorte de tipo dos reuniones consecutivas. El contexto, justo es decir, ha estado favorable a los centroeuropeos; y ha dejado atrás fuertes liderazgos del sur del continente. Es el caso del líder del banco central portugués, Mário Centeno, especialmente crítico con un ritmo de recortes que «vaya adelante y atrás». A ojos de Centeno, las bajadas tendrían que ser estables, dado que una aproximación demasiado coyuntural «no ofrece seguridades a la economía», y las inversiones oscilan con demasiada fuerza. De hecho, en uno de los ámbitos más afectados por el movimiento de tipo, como es el inmobiliario, el primero -y ligero- mensaje de Lagarde ha servido para disparar cerca de un 30% la firma de hipotecas después de cerca de dos años en constante descenso de la actividad.

El enfrentamiento, justo es decir, es más cultural que material. A pesar de los intentos de una relativa protección de los intereses nacionales en las votaciones a los encuentros de política monetaria que identifica Clarà, difícilmente la política nacional se acabe imponiendo a las cuestiones macroeconómicas. «Los intereses nacionales chocan con las indicaciones macro», razona el profesor. Muchos países de la UE -sea por su elevado endeudamiento, como es el caso español; sea por las necesidades de la industria, como Alemania- preferirían vivir en uno en torno a tipos bajos que incentivara sus empresas y recortara los intereses del pasivo. En todo caso, contempla Brun, podría llegar a haber choques entre las potencias más industriales y las más ligadas a los servicios; atendida la necesidad de devolver a la competitividad de los países más afectados por la crisis energética. En esta batalla, pero, no estará presente el Estado español a corto plazo: la falta de acuerdo para renovar el gobernador del Banco de España después del fin del mandato de Pablo Hernández de Cos, combinada con las funciones limitadas de la subgobernadora Margarita Delgado, dejan el mundo monetario español con voz, pero sin voto a la decisión hasta que Moncloa resuelva el callejón sin salida.

El director general de la Reserva Federal, Jerome Powell / EP
El director general de la Reserva Federal, Jerome Powell / EP

La Fed marca el camino

El tercer factor que entra en el prospectivo frenazo de los recortes de tipos de interés a Europa ha estado, a pesar del rechazo de Lagarde, Washington. El no de Jerome Powell a una flexibilización monetaria en la reunión de gobernadores del pasado mas de junio, que deja la Fed atrasada respecto de grandes reguladores como el Banco del Canadá o el Banco de Inglaterra, dificulta sobre manera las decisiones de sus homólogos transatlánticos. La representante alemana al Comité Ejecutivo del BCE, Isabel Schnabel, se comprometió que la diferencia entre las políticas monetarias de Frankfurt y Washington serían «ligeras y temporales». Así, el regulador europeo no hará ninguno escapada respecto del estadounidense. «Europa no bajará con fuerza los tipos de interés hasta que no empiecen a hacerlo también los EE. UU.», apostilla Brun. Esta busca del equilibrio responde una cuestión esencial: el petróleo -la energía en general, de hecho-. La divisa global del mercado energético es el dólar; y un euro demasiado débil respecto de la moneda estadounidense podría volver a encarecer la luz, la gasolina y otros derivados al continente. «Desgraciadamente, estamos bastante cogidos por el que haga la Reserva Federal», comenta el docente. La dependencia de Washington se hace especialmente tensa a solo cinco meses de unas elecciones presidenciales que podrían cambiar radicalmente el enfoque monetario al país: un segundo mandato de Donald Trump, constata Clarà, buscaría «proteccionismo y un dólar más fuerte; un desajuste político». Así, Europa, independientemente de sus necesidades, se encuentra enjarje en los intereses del todavía primera potencia mundial.

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