Rendirse ante el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, no ha sido la cura para el mundo empresarial que esperaba la Comisión Europea. Uno de los principales argumentos del gobierno de Ursula Von der Leyen para rendir sus activos de mercado ante la Casa Blanca -en un acuerdo descrito por expertos y empresarios como una «humillación«, sin prácticamente contrapartidas para los 27 más allá de limitar los aranceles- fue la supuesta tranquilidad del mercado: valía más, a ojos de Bruselas, un futuro poco halagüeño que uno desconocido. Un mes después del pacto, con el conflicto comercial oculto temporalmente bajo la sombra de los conflictos bélicos con los que Trump intenta hacer malabares, no hay luz al final del túnel de las exportaciones del continente. Tampoco de las catalanas: analistas de todos los colores, desde la Cámara de Comercio de Barcelona hasta el BBVA, prevén que las exportaciones contribuyan cada vez menos al crecimiento, con un claro paso atrás respecto del protagonismo que habían acumulado tras la pandemia. Consultados por este medio, los principales sectores exportadores del país -que tienen a EE.UU. muy abajo en su ranking de mercados objetivo– ven cómo el precio geopolítico a pagar por el acuerdo es, potencialmente, más grande que la relativa ganancia de haber capitulado.
A juicio de las administraciones catalanas, la salida al callejón sin salida viene por la búsqueda de nuevos mercados. Si bien es cierto que EE.UU. no es un comprador prolífico de productos catalanes -solo un 3,4% de la facturación exterior del Principado provino de la federación en 2024-, muchas cadenas de valor europeas, de las que forman parte negocios del país, sí se dirigen allí. Así, la Generalitat ha activado una ayuda de 50 millones de euros, que se movilizará a partir de septiembre, en busca de compradores fuera de las geografías afectadas por la política comercial trumpista. «Tal como están las cosas, lo más prudente, sensato y que conviene hacer es diversificar los mercados”, declaró el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en una atención a medios desde la ciudad de Hefei, durante su viaje oficial a China.
El gigante asiático es la alternativa que viene primero a la mente cuando uno se pregunta por la nueva internacionalización del Principado; pero los expertos consultados por Món Economia advierten que el pacto con Trump, que toca puntos sensibles de la relación entre Washington y Pekín, puede alejar unas posiciones que deberían estar acercándose. En concreto, el entendimiento entre Von der Leyen y Trump contemplaba tratos preferentes en ámbitos como las tierras raras o la cadena de valor de los microchips, dos de los frentes en los que la guerra comercial entre las dos principales potencias ha sido más cruenta. La distancia con el mercado chino se nota especialmente en un sector donde ya hace tiempo que pesa la disputa comunitaria con el gobierno de Xi Jinping: el del automóvil.

Superando el bloqueo asiático
Según detalla a este medio el cluster manager del Clúster del Automóvil de Catalunya, Josep Nadal, la industria automovilística catalana -tanto los operadores generales, como es el caso de la Seat, como los proveedores de piezas y materiales- miran mucho más al este que al otro lado del Atlántico cuando se trata de pedir la paz arancelaria. «Catalunya no tiene tantas empresas que exporten a EE.UU.», sostiene Nadal. Y las que lo hacen, a menudo filiales de grandes grupos europeos, tienen la producción diversificada. De hecho, los miembros del grupo empresarial sufren más por las fronteras comerciales que Trump mantiene hacia México, donde muchas firmas han instalado las plantas que aterrizan los productos para los consumidores estadounidenses. El pacto de Turnberry, aún rodeado de misterio -ni Trump ha firmado la orden ejecutiva detallando las tarifas acordadas, ni la CE ha hecho público el contenido del entendimiento-, pues, afecta a los coches catalanes en otro sentido: los fabricantes chinos tienen que colocar su producto, y ya no pueden hacerlo entre los compradores norteamericanos. Por lo tanto, «el fabricante chino tiene que venir a Europa. Ya está pasando, vienen mucho más», asegura el empresario.
A juicio de Nadal, sin embargo, que la mirada china llegue a Catalunya y a sus mercados vecinos no es, de suyo, un problema. «La clave -sostiene- está en formar alianzas internacionales»; mediante las cuales las empresas externas esquiven las barreras comerciales y, a su vez, ayuden a hacer escalar firmas locales. La alianza de Ebro Motors con Chery es, para el tejido empresarial, el ejemplo paradigmático.
De hecho, mediante estas colaboraciones, el cluster manager llama a «relativizar» el peso de la propiedad sobre las empresas que operan en el territorio. «Nos tenemos que centrar en hacer competitivas las plantas productivas que hay en Catalunya. Se necesitan inversiones», opina. En cuanto a los aranceles sectoriales que aún mantiene la UE sobre los vehículos chinos, un 34% de sobrecoste, Nadal lamenta que «afectan más a las empresas locales» que tienen líneas de fabricación en el país asiático. Es el caso de Seat, que lleva un modelo tan exitoso como el Cupra Tavascan desde su fábrica en Anhui; y que a principios de curso advirtió que, si continúa la batalla arancelaria sectorial, podría llegar a prescindir de 1.500 trabajadores en sus centros del Estado. «Los chinos son, de hecho, los menos afectados», apostilla. De hecho, según la consultora Jato Dynamics, las OEM asiáticas han disparado su cuota de mercado hasta el 6% entre los compradores comunitarios, el doble que en 2024.

La alimentación busca salidas
Los grandes afectados por el programa arancelario trumpista, sin embargo, son los productos de alto valor añadido, muchos de ellos en el vertical de la alimentación. Según datos de la agencia Prodeca, los tres verticales de la industria agro que más se mueven en EE.UU. son el fine food -comida procesada de categoría prémium-, que facturó cerca de 67 millones solo el primer trimestre de este año; el vino, con más de 16 millones hasta marzo, y el aceite, que ya ha sufrido un primer impacto con unas ventas de 35 millones de euros en el país norteamericano, unos 10 millones menos que el año anterior. Según el presidente de la comisión de agroalimentaria de la patronal Pimec, David Coll, el pacto entre Trump y la CE no ha resuelto aún el misterio para los exportadores. Ciertas voces del sector sostienen que una tarifa del 15%, como la que prometió Trump en la reunión, no sería especialmente problemática; en tanto que el consumidor estadounidense de comida y bebida catalana tiene, en general, un poder adquisitivo alto, y no debería renunciar a los productos locales por esta subida. «No quiere decir que perderemos el mercado» argumenta Coll.
El peligro, a su juicio, viene de mucho más cerca de casa. «Catalunya no tiene mucho de todo», explica el empresario. Sin grandes volúmenes de producción, se explica la apuesta por productos de alto valor añadido; más caros y, por tanto, con un público más capaz de asumir el sobrecoste. Ahora bien, los países vecinos, como el Estado español o Italia, no se mueven en estas latitudes: la viña y el olivo españoles, con mucho más volumen que los catalanes, se pueden permitir elaboraciones menos exigentes a cambio de mayores cantidades y precios más bajos. En este tipo de productos, que van dirigidos al público general, sí que se podría notar la escalada arancelaria. Así, algunos exportadores españoles podrían plantearse abandonar parcialmente el mercado de EE.UU., y dejar en Europa buena parte del producto. «Ha sido un año de mucha producción de aceites y vinos, y esto puede presionar el mercado para rebajar precios», un daño colateral que sí podría perjudicar al empresariado catalán en el mercado europeo, que sigue siendo la opción preferente.
Vista esta carambola, Coll sostiene que «el trabajo es continuar exportando, y hay posibilidades de abrir nuevos mercados». Para el representante patronal, el sudeste asiático debería ser un objetivo prioritario; dado que la renta disponible de los ciudadanos va en aumento, y el producto europeo -y, concretamente, el catalán- ofrece una «seguridad alimentaria», una calidad y una sensación de estatus superior que el de otras geografías. «El consumidor que ha salido, que ha conocido mundo, valora la certeza con que se trabaja la alimentación» en Catalunya y su entorno. Por otro lado, la misma Comisión Europea ha abierto una nueva puerta a los flujos comerciales del principado, con el aún trabado acuerdo comercial con el Mercosur. Los mercados del cono sur, para Coll, «suponen una oportunidad, especialmente en el aceite y el vino». Aun así, se debe analizar con cuidado cada mercado; y dirigirse antes que nada a aquellos países con una clase media más estable, que pueda comprar con cierta seguridad productos de calidad prémium y precio exigente, como son los catalanes. «No se puede confiar tanto en una clase media consumidora en algunos de los países que forman parte», argumenta el experto; lo que obliga a los productores locales a modular sus expectativas.

La química espera concesiones
El tercero en discordia de las exportaciones catalanas -el primero, de hecho, dado que hace meses que las lidera- es el sector químico. Las firmas locales, a menudo vinculadas a cadenas de valor más largas en el conjunto de Europa, lamentan las nuevas fronteras comerciales, dado que la relación con sus homólogos norteamericanos había sido históricamente muy próxima. De hecho, Cefic, la organización sectorial europea, reclama a las partes que continúen las negociaciones para llegar a un punto de encuentro «que beneficie a ambas partes». En el caso de la química, diversificar mercados es, como confirman fuentes de Acció en Món Economia, una tarea mucho más complicada que en otros segmentos económicos, dado que la mayoría de países sostienen niveles elevados de vigilancia hacia los productos que se quieren vender.
De esta manera, generar relaciones comerciales nuevas de cero puede ser un callejón sin salida prácticamente insuperable a corto plazo; especialmente para subsectores como el farmacéutico, que deben pasar una multitud de controles antes de poder ofrecerse a los compradores de cualquier ecosistema. En este sentido, ganan impulso empresas catalanas como Grifols, que tienen patas productivas a ambos lados del Atlántico; y que ya habían iniciado procesos de obtención de licencias en China, entre otros mercados. Con todo, las empresas químicas continúan pidiendo «compromisos bilaterales que aseguren la manufactura de productos químicos» a niveles necesarios para «mantener la innovación»; y no parecen plantearse buscar otras vías de salida.