Las tecnológicas continúan buscando salidas para mantener el crecimiento imparable que ha garantizado su enriquecimiento desde la pandemia. Así lo revela el último movimiento masivo de Nvidia: la compañía más valiosa del mundo, la fabricante de chips por excelencia que ocupa el núcleo infraestructural del desarrollo de la IA, anunció el pasado lunes una inversión de 100.000 millones de dólares, unos 83.000 millones de euros, en Open AI, la creadora del célebre ChatGPT «como parte de una nueva colaboración» entre gigantes. Según la firma de Jensen Huang, la nueva apuesta busca que Open AI amplíe su capacidad en «como mínimo, 10 gigavatios» de potencia de computación para continuar entrenando sus modelos lingüísticos. En las primeras horas tras el anuncio, la bolsa saltó de alegría: en solo una jornada, Nvidia disparó su capitalización en un 3,6%, y arrastró al alza al resto de las Magnificent 9 -dos más, gracias a la adhesión de Broadcom y Oracle a las siete tradicionales-, en un claro ejercicio de multiplicación bursátil. Ahora, solo 24 horas después, los accionistas ya se han autocorregido: la multinacional ha perdido un 3,3%, la práctica totalidad de las ganancias del lunes, y vuelve a buscar nuevas palancas para entusiasmar al capital. Para los analistas, el batacazo era previsible: el mercado tecnológico mueve mucho dinero, pero cada vez genera menos rentabilidades, a juicio del experto en finanzas y responsable de capital riesgo en el fondo TREA Capital, Xavier Brun. «Sus movimientos coinciden con una burbuja«, alerta Brun.
A juicio del gestor, las subidas recientes responden a una dinámica propia de las cadenas de valor tecnológicas en sus fases de euforia: «el mercado premia la oferta, los volúmenes; pero está a las puertas de una sobrecapacidad». Es decir, los principales actores del mundo de la IA invierten cada vez más cantidades en infraestructura, en programas, centros de datos, microchips y aplicaciones, sin saber con certeza quién será el consumidor final. «Al final, son cuatro señores cambiando el dinero de manos, sin generar mucho más valor», ironiza Brun.
Menos sombrío es el analista de mercados Manuel Pinto, a pesar de que identifica el mismo fenómeno: «así funciona la cadena de valor de la IA: diferentes compañías generan contratos multimillonarios con otras compañías, con un crecimiento muy alto, pero también una exigencia muy alta». No en vano, este grupo de 9 que forman Nvidia, Broadcom, Oracle, Tesla, Amazon, Alphabet, Microsoft, Apple y Meta -añadiendo a Netflix, a quien algunos analistas locales ya incluyen en el equipo de los Ten Titans– aportan el 40% de la capitalización total del índice S&P500. «Esta concentración tiene grandes riesgos», explica Pinto, porque un golpe de cualquiera de estos eslabones interconectados puede hundir el conjunto del mercado, incluso más allá de la tecnología.
La concentración es arriesgada, detalla Brun, porque todas las alzas de estas empresas en la bolsa neoyorquina se explican por inversiones de otra empresa de la lista. El gestor de capitales pone el ejemplo de Oracle, con su servicio de computación en la nube: «presentó resultados mediocres el segundo trimestre, pero se disparó un 30% en la bolsa porque anunció que tenía pedidos de 450.000 millones. ¿De quién? De Open AI. ¿Y el dinero de Open AI de dónde sale? De Nvidia». Y de Microsoft, que mantuvo un matrimonio tortuoso hasta este pasado verano, con inversiones millonarias. El gran problema, a juicio de los expertos consultados, es que el emperador podría ir desnudo. Las inversiones, como recordaba Brun, buscan consolidar cada vez más volumen de servicios de IA, a pesar de que su demanda no está garantizada a largo plazo. «Se hacen todas estas inversiones; pero el día que alguien pregunte por la rentabilidad, caerá todo», alerta el economista.

Un crecimiento sin medida
Observando solo el rendimiento en bolsa, hay quien ve claros signos de una burbuja a punto de estallar. En un reciente informe, el experto inversor del Bank of America, Michael Hartnett -una de las grandes autoridades bursátiles del planeta- recordaba que, en los últimos dos años, las principales tecnológicas de EE.UU. se han disparado un 223% en bolsa. Las anteriores burbujas, como la de las puntocom a principios de siglo, habían estallado alrededor del 244%. La IA, entonces, está ya a tocar del evento horizonte de su desarrollo de negocio, aún sin una aplicación clara. «Sus expectativas se basan en inversiones muy grandes, pero ¿quién pagará sus productos?», cuestiona Brun, que vislumbra un «exceso de oferta» a corto plazo, al menos durante la próxima década, antes de que el conjunto de consumidores adopte para sí soluciones relacionadas con la inteligencia artificial. A pesar de que, como apunta Pinto, firmas como Nvidia «suben de precio, pero también de ingresos»; el dinero se mueve en un circuito cerrado. «El valor de la acción estará justificado mientras puedan continuar generando esos contratos», sostiene el analista.
Es posible, sin embargo, que la cadena de valor comience a dar signos de desmantelamiento. Y esto se observa en la base: entre los fabricantes de maquinaria de fotolitografía, las herramientas esenciales para fabricar los microchips de alto rendimiento que están en el centro de la industria. ASM International, una de las neerlandesas que producen buena parte de estas herramientas -antigua matriz de ASML- ha rebajado a la mitad sus previsiones de crecimiento para el curso, de un 10-15% anterior hasta el 5%, en su capital markets day en Londres. «Si reduce las expectativas es porque las foundries comprarán menos. Si compran menos durante dos meses, se puede desmoronar todo el sector», alerta Brun.
La ficción trumpista
El gobierno de los Estados Unidos se convertirá en un actor esencial en mantener el frágil equilibrio del mercado tecnológico. En primer lugar, lamenta Pinto, por la política comercial del presidente, Donald Trump. «En 2026, la economía de EE.UU. será golpeada por los aranceles; y habrá presiones inflacionistas importantes», advierte el analista. Esto, unido a una hoja de ruta monetaria incierta, puede anclar el capital necesario para el desarrollo ficticio del mercado de la IA. «Hay miedo en el mundo de la tecnología, por el desaceleramiento que se vislumbra en 2026 y 2027», apostilla Brun. Así pues, los ritmos inversores anticíclicos pueden erosionar profundamente el crecimiento del sector.
Por el contrario, una Casa Blanca que busca disparar la productividad a cualquier precio. En un entorno de recortes fiscales y nuevas concesiones a las rentas elevadas, como el que ha impuesto Trump con su denostada Big Beautiful Bill, el ejecutivo intenta reducir los déficits a través de mejoras del PIB. «Esto generará un impulso de las empresas de IA, porque son las que generan más mejoras productivas. Mientras la administración Trump piense esto, invertirán miles de millones en IA», advierte Pinto. De esta manera, el sector público puede hacer de colchón -mientras aguanten las cuentas del tesoro americano-. Por otro lado, el rol de la administración puede ser esencial a la hora de «rebajar la dependencia» de Taiwán, que aún es el primer productor de microchips avanzados, de la mano del gigante TSMC. Es en este sentido que se explica, a ojos de Brun, la inversión en el 10% de la fabricante Intel, la gran derrotada de las batallas recientes entre las tres grandes fundiciones de chips -con la taiwanesa y Samsung-. El plan, sin embargo, muestra claras lagunas: «Intel se quedó atrás con los microchips de cinco nanómetros. Ahora, que estamos en dos y tres, imagínate», alerta el jefe de capital riesgo de Trea.