La industrialización y el surgimiento de una clase burguesa poderosa y satisfecha consigo misma provocó pronto la aparición en Cataluña de las modas y maravillas que en los países circundantes se desplegaron en torno al arte. Arte tradicional y arte moderno, a finales del siglo XIX, que pronto se enfrentaron en guerras fratricidas que ganó el segundo. Arte viejo contra arte nuevo.
En nuestro país el Modernismo –versión autóctona del Art Nouveau francés o del Modern Style británico– conllevó, también, la modernización de la cultura catalana –que había cobrado auge autónomo con la Renaixença– y la emergencia de unos artistas que tenían como referencia la Europa del momento, y sobre todo, el París capital bullicioso e internacional del arte.
Fueron arietes modernistas Santiago Rusiñol, Ramon Casas y Miquel Utrillo, que se movían de manera inquieta en la Barcelona del momento y que fueron motor y alma de revistas, tertulias y un local, Els Quatre Gats, que podemos considerar cuna de la vanguardia y protogalería de exposiciones de artistas excitados como Picasso o Nonell.
El concepto galería de arte se fue consolidando con el educado Noucentisme –con resortes tan interesantes como las Galerías Laietanes que las impulsaron–. Después de la guerra de los tres años, estos establecimientos funcionaron como cuna de contestación, de modernización y de proyección de todas las nuevas tendencias artísticas, a pesar de la asfixia oficial impuesta por la dictadura. La función social de las galerías durante el franquismo en Cataluña es indiscutible. Esta inercia se mantuvo durante los setenta y los ochenta, pero en los noventa la efervescencia y la modernidad de las galerías de arte catalanas comenzaron a tambalearse.
Un nuevo concepto –mercado del arte– que no funciona bien en Barcelona
Hoy día un nuevo concepto –el de mercado del arte– no funciona bien en Barcelona. Cataluña ha dejado de ser motor y referencia, y las galerías actuales no saben bien hacia dónde mirar. ¿El mundo del galerismo es también –como tantos otros– un submundo decadente en Cataluña? ¿La agitación de la Movida madrileña y la fuerza posterior de un Estado que quiere que su capital sea el único ombligo –económico, político, financiero, cultural y artístico– peninsular han sustituido el antiguo vigor barcelonés? ¿Qué y quién hay detrás de esta aparente decadencia de las galerías de arte catalanas? ¿Qué ha sido de las clases medias, urbanas e ilustradas, que antes compraban arte y se reunían en las galerías como centros de tertulia, exhibición y diversión?
Hay muchos puntos de vista y un murmullo de fondo. Un rumor de descontento o resignación. ¿Ya somos provincia artística de manera irreversible? Responden estas preguntas –intentan aclararse en ellas– tres galeristas de procedencias y métodos diversos y contradictorios: Manuel Valls, puntero del arte conceptual en Cataluña, veterano descarado, galerista antes y aún ahora, que acaba de inaugurar Arts Club BCN, “un espacio que pretende ser el escaparate donde el arte actual se pueda disfrutar de manera transversal e inspiradora”. Jordi Barnadas, galerista desde 1992, promotor de un local acogedor, que se quiere ecléctico, abierto, situado en lo que queda de la arteria artística de la ciudad, en la intersección entre la calle del Consell de Cent y el paseo de Gràcia. Y Miquel Alzueta, exeditor, propietario de dos galerías en Barcelona, una en Madrid, una en París, una en Casavells y una en Inglaterra. Alzueta trabaja con un conjunto aproximado de 50 artistas, de los cuales quince o veinte son el core business del grupo.

¿Hubo un poder sólido y artístico del mercado del arte en Barcelona? ¿O hemos vivido, también, a base de nostalgias y falsas percepciones de la realidad? Según Miquel Alzueta, “Durante la última parte del franquismo y la transición el sistema galerístico catalán era un sistema sólido, que tenía una función pública, política y cultural muy importante. Las grandes galerías que teníamos en Barcelona generaron un cierto mercado de coleccionismo y un cierto mercado de gente que compraba arte porque era algo socialmente bien visto y progresista”.
Manuel Valls coincide: “¿Qué sostenía las galerías hasta el 92? Muchos profesionales liberales tenían como punto de encuentro ir a las inauguraciones. Las galerías de arte aún cumplían en aquella época una función social. La gente iba allí a exhibirse y aquello era un punto de encuentro. Como había mercado, porque la gente compraba, también había unos cáterings a la altura de la situación, con sus camareros, sus copas y sus canapés…”.
No es una visión idílica, pues. En Barcelona, durante el franquismo y los primeros años del constitucionalismo del 78, había artistas, había compradores y coleccionistas y había mercado y unos lugares de encuentro vigorosos donde todos coincidían.
¿Qué pasó después en el mundo de las galerías?
¿Y qué pasó después? Alzueta lo ve de esta manera: “Eso se fue acabando porque muchos de esos galeristas fueron desapareciendo y muchos artistas murieron o terminaron su producción. Y se acabó también porque Arco, que era uno de los motores que debían regenerar este mundo, en lugar de quedarse en Barcelona, se va a Madrid. Arco inicialmente se hacía un año en Barcelona y uno en Madrid. Ese era el acuerdo inicial, pero en Madrid pusieron mucho interés en darle apoyo y en Barcelona había muy poco. Hubo un momento en que se desplazó claramente a Madrid. También hay que decir que dentro del galerismo catalán había muchos enfrentamientos internos. Eso nos hizo débiles en aquel momento”.
Valls apunta otra causa: “El año 93 supone un punto de inflexión clave. Ese año Hacienda empieza a ponerse muy dura. Las inspecciones y las sanciones se multiplican. Esto hace que todos aquellos profesionales liberales, que antes compraban arte de manera alegre y recurrente ya no disponen de las cantidades de dinero negro que tenían. Creo que esta es la primera crisis importante”.
¿Arco? ¿Habéis dicho Arco? ¿Tan importante es esta feria de arte que se ha pegado como una lapa a Madrid? Jordi Barnadas lo confirma: “La capital del arte en Cataluña ha terminado siendo Madrid. Todo el mundo va a Madrid a ganarse las habichuelas. Cuando yo empecé todo el mundo hablaba de Arco. Arco, Arco, Arco era una obsesión. Había una batalla por entrar. Si no eras de unas facciones muy concretas, era imposible que entraras. Creo que el hecho de que terminó en Madrid fue una decisión política. Aquí nos ha faltado visión política. Aquello ha sido una operación de Estado. El Estado ha entendido que el arte simbólicamente es muy importante. Y aquí no lo hemos sabido valorar”.
¿Pero realmente Arco lo explica todo? ¿Hasta qué punto la concentración de todos los poderes en Madrid ha influido en la decadencia del mundo del arte catalán? Miquel Alzueta lo matiza: “No es tan importante que todo el poder económico, financiero o cultural se haya ido concentrando en Madrid. Nuestro fue un problema interno, más del propio sector, que no externo. Se podía haber salvado un poder económico concentrado en Madrid y un poder artístico concentrado en Barcelona, pero no fue así. Después cuando se intentó hacer una feria local en Barcelona se fue al agua porque las asociaciones entre ellas se odiaban. Si iba este, no iba aquel, si iban aquellos, no iban los otros… ¿Qué pasaba? Que no se hacía la feria. Esto fue muy importante y marcó el fin de un ciclo a finales de los ochenta”.
Madrid está demasiado cerca
Barnadas no lo ve igual: “Madrid está demasiado cerca y hace de polo de atracción. Además de Arco, tiene muchas otras ferias. Los que quedaban desplazados, de Arco, ahora tienen ocho o nueve ferias alternativas a las que acudir. Creo que lo han hecho muy bien. Se acaba una y empieza otra. Vacían los pisos en Barcelona y se vende todo en Madrid. Los galeristas de Madrid han sido muy listos. No se han quedado nunca con los brazos cruzados. El mes de febrero, por ejemplo, es un festival de certámenes y toda Cataluña está allí”.
Tesis que suscribe, poco o mucho, Manuel Valls: “También es cierto que Madrid ahora es una ciudad que se ha convertido en un gran escaparate. Allí ahora hay muchas galerías que tienen la puerta cerrada. Tienes que tocar un timbre y hay un guardia de seguridad que te abre la puerta. Esto aquí es impensable. Allí les gusta figurar. En Madrid durante muchos años todas las instituciones, los bancos, algunas empresas, las fundaciones han comprado arte. Y continúan comprándolo. Aquello es otra cosa… Si Arco se hiciera en Barcelona, el gobierno español no invertiría en ella lo que invierte ahora”.
Miquel Alzueta, ya se ha visto, no cree en esta sustitución como explicación de la decadencia catalana: “Madrid no pinta nada en nuestro problema. Nuestro problema es la dimensión de la industria cultural que tenemos detrás del mundo del arte. ¡Este es nuestro problema! Si nosotros consideramos que basta con esta galería bonita, local, con un espacio tan bonito y que hace una exposición cada mes, nos equivocamos. Podemos sobrevivir y poco más. Sobre todo, si el galerista es una persona acomodada, como suele pasar. Nuestro techo es bajo. Si tomas las veinte o las veinticinco galerías más importantes del mundo, hoy día tienen salas en Nueva York, tres; en Los Ángeles, cuatro; en San Francisco, en París, Londres, Roma, Tokio, Berlín, Seúl… Se han convertido en enormes multinacionales donde trabajan cientos de personas, donde facturan cientos de millones de dólares… Son auténticas industrias que tienen todo integrado: salas de exposiciones, publicación de catálogos, contactos con museos a los que ofrecen exposiciones…”.
Internet lo cambia todo
Porque el mercado del arte cambió hace una década y media. El mismo Alzueta considera que a partir de ese momento se abrió una nueva etapa, que aún se mantiene: “A partir de los noventa se abre un nuevo ciclo con galerías nuevas, que tenían un planteamiento diferente al que tenían las anteriores, que cumplían una función cultural, política. Son galerías la mayoría pequeñas con una cierta modernidad, intelectualmente sólidas que intentan hacer una apuesta fundamentalmente local. El mercado es así entre el 90 y el 2005-2010. Es un período de una cierta calma. Se acepta que Arco está en Madrid y las galerías son débiles desde una perspectiva económica, pero suficiente para querer vivir instalados en esta realidad. ¿Qué cambia a partir de ese momento? Internet. Estos últimos quince años han comportado un tercer ciclo. Se genera un nuevo mercado absolutamente diferente en el que se demuestra que el mundo del arte es un mundo absolutamente interrelacionado e internacional”.

¿Y cómo es este mundo? Miquel Alzueta, que se mueve en él como una anguila, lo pinta así: “Las galerías tradicionales tenían al galerista, que elegía las obras; la secretaria, que atendía a los clientes, y un administrativo, que llevaba los números. En el momento en que entras en el mundo de internet tienes que tener mucha más gente y muy especializada. Muchas galerías de otras partes del mundo lo han hecho bien. Ahora ha cambiado el idioma. En las galerías se habla inglés. Nuestro problema no es que las galerías catalanas no se hayan adaptado, sino que su volumen no les permite desarrollarse en un territorio que requiere inversión, especialistas, tecnología… Además, no basta con internet. Tienen que verte en Copenhague, en París, en Madrid, en Nueva York, en Lima y en Tokio. Cuando te han conocido, después te encuentran en internet. Las galerías catalanas salen poco”.
¿Ese es el mal catalán? ¿Donde antes había inquietud y movimiento ahora hay lentitud y resignación? Jordi Barnadas espiga allí y añade otras causas: “Antes de Trump mis clientes eran la mitad de dentro y la mitad de fuera. Más aún, un sesenta por ciento de fuera y un cuarenta por ciento, de dentro. La política de Trump ha cambiado los hábitos de un público medio norteamericano, que está –no sé cómo decirlo– en estado de shock. Desde hace algunos meses no compran. Un galerista americano amigo mío me comentaba hace poco: “Tardaremos una generación en arreglar esto de América, si es que lo arreglamos”. El mercado del arte es muy psicológico. Muy afectado por lo que pasa social o políticamente. El arte no es imprescindible y se resiente fácilmente”.
El nuevo comprador de arte
¿Y los compradores? ¿Qué ha sido de aquellos burgueses ilustrados que antes colgaban cuadros sociales que les servían para presumir ante las visitas? Retrato del comprador actual, según Miquel Alzueta: “En Barcelona hay, de compradores. Todo el mundo lo es. Debemos entenderlo. Vivimos en una cultura de masas. Tú tienes cuadros en casa y yo, y aquel de allí también tiene. Tendrá unos o tendrá otros, pero tiene. Tu bisabuelo no tenía ninguno. Y tus hijos tendrán. El precio medio de un consumidor local, que no sea coleccionista enloquecido, para entendernos, estaría entre los 5.000 y los 9.000 euros. Pero, cuando tú pones en el mercado internacional una pieza, para ser algo, debe valer 50.000 o 60.000. Ese comprador aquí ya no lo tenemos. Antes lo había. Todo eso se ha acabado. No solo aquí. En todas partes ha cambiado este coleccionista, porque es cierto que ha aparecido uno que tiene una visión de la propia colección en parte cultural y en parte inversora. Eso entre nosotros es mucho más pequeño, porque nuestro producto es mucho más barato y tiene mucho menos recorrido. Si quieres ganar dinero en el mundo del arte, debes comprar cuadros que valgan 400.000 euros. No 4.000 o 20.000. La probabilidad de que te toque la lotería en este nivel es una entre un millón”.
Según Barnadas, esta mutación del comprador también deriva de un cambio en la manera de entender el mundo: “Hay una clase media catalana que compra arte, sí, pero está envejeciendo. Los jóvenes… Los jóvenes han cambiado el arte por el ocio como experiencia. Este es un fenómeno mundial. Los hoteles de lujo bajan mundialmente porque el rico ahora quiere otras experiencias. Quizás la covid podría explicarlo en parte. La gente viene ahora a Cataluña y prefiere un tour privado, con buenos restaurantes y buenos guías, que no venir a comprar arte”.

¿Y los galeristas… Ay! los galeristas de ahora. Afirma, entre escéptico e irónico, Manuel Valls: “Yo solo conozco a un galerista en Barcelona que sea un desgraciado. Los demás tienen todos dinero. Les viene de herencias, rentas familiares… Con poco público. Porque ahora aquellos profesionales que los tenían como referencia han centrado la atención en otras actividades. Los galeristas que conozco se toman su negocio como si tuvieran una actividad deportiva carísima. Como si hicieran carreras de coches o navegación. Y están dispuestos a gastar dinero en un negocio que no les es rentable. Pero eso les permite tener un estatus, un prestigio… Cuando los ves haciendo las tres o cuatro fiestas que hacen cada año puedes pensar que detrás hay un movimiento económico importante, pero eso no existe”.
Miquel Alzueta remata la sentencia: “En Barcelona tenemos alguna galería potente, como Senda, que es una galería con fuerza. Desde este punto de vista industrial no hay muchas, pero hay muchas que tienen la vocación intelectual de ser incisivas en el mundo del arte. Hay proyectos intelectuales muy sólidos, pero profesionalmente muy débiles. El sector se ha quedado en una visión romántica del galerismo de los años 20 y 30. No ha entendido que el mundo es diferente”.
Un elitismo que genera malestar
También Jordi Barnadas es contundente en este punto: “Barcelona no se ha sabido vender porque siempre hemos estado divididos. Es absurdo, por ejemplo, que haya dos mapas de galerías. Hay dos asociaciones de galeristas y Art Barcelona nunca ha querido hacer uno solo. El elitismo de algunas galerías –considerar que no todos estamos al mismo nivel– ha sido muy perjudicial. No puedes pretender que todo el mundo vaya a los restaurantes con estrella Michelin, pero eso no significa necesariamente que unos y otros no se coordinen”.
El enfrentamiento entre galeristas en Barcelona es un rumor que planea sobre todas las conversaciones del sector. Art Barcelona es una asociación de galerías que reúne a una treintena. “Elitistas”, los critican algunos. En el núcleo duro de la entidad los otros denuncian de manera velada que Carlos Durán, de Senda; Emilio Álvarez, de Galeria dels Àngels, y el exgalerista Llucià Homs, “con una fuerte incidencia en un grupo de comunicación fuerte”, “mueven todos los hilos y todas las subvenciones”. Sus detractores afirman que han “secuestrado” a Marta Gustà, directora del Área de las Artes visuales del Institut Català de les Empreses Culturals. En otro ámbito, por tanto, la “división” recurrente y crónica entre catalanes, incide también en una decadencia, la de las galerías de arte, cargada de matices generales y de nimiedades personales.

