El canto que dice que Europa es una, y no veintisiete, parece haber fracasado. A raíz de la pandemia, la Comisión Europea liderada por Ursula von der Leyen paseó por el continente a los autores de dos informes destinados a cambiarlo todo. Los dos ex primeros ministros italianos Mario Draghi y Enrico Letta -uno, centrista tecnocrático y antiguo presidente del Banco Central Europeo; el otro, un socialdemócrata convertido en cara visible del federalismo europeo a través del instituto Jacques Delors- recorrieron el continente para reclamar una unión que fuese más unión; con una integración más significativa entre los miembros y mejores mecanismos de coordinación laboral, financiera y bancaria que sirvan de cimientos para una Europa más competitiva. «Un año después -lamentaba Draghi en una conferencia comunitaria de alto nivel el pasado septiembre- todos los desafíos han empeorado». La implosión del orden internacional provocada por la administración Trump, criticaba, empujó a los 27 a caer en «la trampa de llevar a cabo esfuerzos nacionales sin coordinación». Europa, sostenía, está aún menos integrada, aún más fragmentada: sin unión de capitales, sin unión bancaria ni financiera. Y, según un estudio del Banco Central Europeo, esta calamidad agujerea directamente los bolsillos de los consumidores: los tipos de interés, la principal herramienta monetaria de control de la inflación, funcionan mucho peor en contextos fragmentados que en entornos bien articulados en sus políticas económicas.
Es decir, la capacidad del BCE de enfriar las espirales de precios en la cesta de la compra está recortada por culpa del rompecabezas sin acabar que es aún la UE. Así lo revela un reciente estudio encargado por el regulador monetario a los economistas portugueses Mariana Pires y Joao Duarte, ambos profesores en la Nova School of Business and Economics, la antigua Facultad de Economía de la Universidade Nova de Lisboa. En el informe, que se fundamenta en datos de precios de los países de la UE, los expertos demuestran que «la integración es un determinante clave en la efectividad de la política monetaria dentro de la zona euro».
Más movimiento de precios y del PIB
Según las cifras que desglosan los autores, una subida de tipos de interés para controlar una espiral inflacionista tiene «un efecto insignificante» en el IPC de los países con menor integración financiera, alrededor del 0,04%; mientras que en aquellos mejor articulados con su entorno, la respuesta de la cesta de precios es 15 veces más intensa, de un 0,62% de la inflación interanual. Estos datos, aseguran, «indican que la transmisión de la política monetaria a los precios se fortalece marcadamente con una integración más elevada»; mientras que donde los mercados van por separados, los efectos son «insignificantes estadísticamente y económicamente».

El patrón, cabe decir, es similar en la expansión de la economía: el crecimiento del PIB como resultado de una rebaja de los tipos de interés es más significativo en los entornos bien integrados que en los fragmentados. Según el estudio, un año después de un movimiento monetario expansionista, un ecosistema bien integrado experimenta una aceleración próxima al 1% en el conjunto de la economía; mientras que aquellas regiones que no tienen la coordinación necesaria muestran unos efectos económicos «pequeños e insignificantes», con un repunte económico máximo del 0,21%. «La transmisión de la política monetaria está materialmente silenciada donde la integración financiera es baja», sentencian. Esto, cabe decir, tiene una salida positiva para el mosaico europeo: la mala transmisión de los tipos de interés funciona en ambas direcciones. Es decir, una bajada de tipos de interés también tiene un efecto menor sobre la inflación al alza.
Una gestión «desigual» del dinero
Como apuntan los autores, la Unión Europea no es una unión completa ni siquiera en lo que respecta a la fragmentación financiera. Los países del centro de Europa, históricamente mejor coordinados, forman una suerte de «núcleo» financiero de los 27, con relaciones bancarias, inversoras y económicas en general más próximas. La periferia, más tardía, está sustancialmente más incomunicada respecto de Bruselas y Frankfurt; y del resto de estados miembro. Así, Pires y Duarte separan los países de la moneda única en dos subcategorías. En una, los core: Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Luxemburgo y los Países Bajos. En la otra, los foráneos: Chipre, Grecia, Irlanda, Italia, Estonia, Letonia, Lituania, Malta, Portugal, Eslovenia, Eslovaquia y el Estado español.
Ahora bien, apuntan hacia esta periferia en un momento clave de su historia: la respuesta a la crisis financiera global, cuando las políticas de austeridad situaron muchas de sus agendas económicas bajo el control estricto de Bruselas. Entonces, su integración fue sustancialmente superior a la de los países del centro, en tanto que no eran, a todos los efectos, independientes de la Comisión Europea en términos fiscales y financieros. Bajo la integración total causada por los hombres de negro, la respuesta del IPC a una política monetaria expansiva -una bajada de tipos de interés- fue del 1%, en comparación con el 0,5% de los países del centro, más independientes por su carácter conservador en términos financieros. En cuanto al efecto sobre el PIB, las economías intervenidas reaccionaron a la rebaja de tipos con una expansión económica próxima al 1,1%, en comparación con un 0,75% registrado por sus contrapartes más responsables. Con una unión más próxima, además, los efectos de la política monetaria duraron más, mientras que en los más fragmentados, los efectos fueron «más transitorios».
Así, concluyen los autores, sin una integración financiera más sólida, no se puede garantizar que las políticas monetarias -sean estas restrictivas o expansivas- tengan los efectos que buscan los legisladores. En primer lugar, porque en un panorama supraestatal desgarrado, estos efectos podrían no aterrizar nunca en la economía real. Y, en segundo, porque sin una unidad de acción, podrían cristalizarse solo en ciertos entornos, dejando a otros países miembros a la intemperie en cuanto a posibles escaladas de precios o situaciones de estancamiento económico. «La integración financiera no solo es el telón de fondo de una unión monetaria, sino que determina su capacidad de transmisión», concluyen los economistas.

