Hay locales que, una vez cierran, dejan un vacío difícil de explicar. Espacios donde la luz, el ruido de los cubiertos y el olor a caldo forman una especie de memoria compartida que se confunde con la vida del barrio. En el Raval, esta sensación es especialmente intensa.
Cuando pasas frente a un portal silencioso, es fácil imaginar las conversaciones que quedaron atrapadas entre azulejos y maderas antiguas. En uno de estos portales, hacía años que se esperaba un regreso.
El peso simbólico de un restaurante
Barcelona ha visto desaparecer muchos de sus locales más queridos. Entre cambios de hábitos, presión inmobiliaria y una pandemia que lo sacudió todo, las calles han ido perdiendo establecimientos que no eran solo restaurantes, sino puntos de encuentro. Lugares que actuaban como pequeños archivos de la memoria urbana, donde se mezclaban vecinos, artistas, familias y visitantes ocasionales.
En medio de este contexto, el nombre de Can Lluís continuaba surgiendo cuando alguien evocaba el Raval de siempre, aquel que combinaba intimidad y bullicio, conversaciones interminables y platos que olían a receta casera. Desde su renacimiento en los años veinte hasta el último día de servicio, el local había sido un punto de encuentro constante.
Una historia que comienza en 1929
Fundado por Lluís Rodríguez y Elisa Viaplana en el año 1929, Can Lluís se convirtió rápidamente en un país particular dentro del barrio. Artistas, intelectuales y gente del Raval compartieron mesa y mantel, creando una atmósfera que hoy recordamos con una combinación de nostalgia y respeto.
Entre estos nombres están Serrat, Sara Montiel, Harold Pinter, Tony Curtis o Saramago. Y también deportistas, periodistas y escritores que encontraban un refugio discreto. Pero hay una anécdota que sobresale por encima de todas, una historia que parece casi leyenda y que vincula este pequeño restaurante con una de las figuras más importantes del fútbol contemporáneo.
La servilleta que forma parte del mito
Dicen que Leo Messi, aún adolescente, hizo su primer acuerdo informal con el Barça justo aquí. Antes de la famosa servilleta que todos conocen, antes de que la historia del club cambiara para siempre, fue en una mesa de Can Lluís donde se verbalizó aquella decisión que acabaría resonando durante décadas. Ligar para siempre un futuro con una servilleta de papel puede parecer poca cosa, pero en este caso se convierte en un símbolo.

Este episodio es solo una pieza más del mosaico que conforma el restaurante, pero ayuda a entender por qué su reapertura va mucho más allá de un simple cambio de persiana.
Un cierre largo y doloroso
Can Lluís bajó la persiana el 14 de marzo de 2020, cuando la pandemia obligó a detenerlo todo. Pero las dificultades habían comenzado antes, con el final de los contratos de alquiler antiguos en 2014 y el aumento de los costos que fue complicando la gestión del local.
El espacio sufrió ocupaciones, robos y daños materiales. El desahucio de su propietario, Ferran Rodríguez, cerró una etapa marcada por el desgaste, por el esfuerzo de mantener vivo un lugar que parecía condenado a desaparecer. En un barrio acostumbrado a la transformación, la pérdida de Can Lluís se vivía como una herida más.
Una reapertura que es también una restitución
Ahora, bajo la gestión de Denis Minkin y Olga Minkina, antiguos clientes del restaurante, Can Lluís prepara su reapertura para septiembre de 2025. La pareja, procedente de Moscú pero establecida en Barcelona desde hace más de una década, ha apostado por una restauración minuciosa que combina respeto y sensibilidad.
Han recuperado la barra de mármol, la nevera de madera y la histórica cafetera Futurmat. También han restaurado los emblemáticos azulejos verdes que siempre han definido el local. No es solo una cuestión estética, sino una manera de preservar los detalles que cuentan la historia de un espacio casi centenario.
Rastrear la memoria entre las paredes
El trabajo ha ido más allá de los elementos visibles. En algunos rincones hay marcas que narran episodios oscuros, como la cicatriz en el suelo que recuerda el atentado anarquista de 1946, un suceso trágico que forma parte del pasado del restaurante y que afecta directamente a la familia fundadora.
También se han incorporado carteles históricos y elementos de los Comediants, encontrados en los Encants, que aportan una textura teatral al espacio y evocan un Raval lleno de creatividad y músicas improvisadas.
La cocina que regresa al centro
El nuevo Can Lluís mantendrá la cocina tradicional catalana que siempre lo definió. Volverán platos icónicos como los pies de cerdo con caracoles, el canelón de pollo a la catalana, la escalivada o las costillas a la brasa. Reaparecerá también el menú diario, previsto por unos veinticinco euros, un detalle que refuerza la idea de un restaurante que quiere seguir siendo popular a pesar de su historia de origen.
En un barrio donde la gastronomía forma parte de la identidad colectiva, este retorno supone recuperar una pieza esencial de una memoria que a menudo se desdibuja. Reabrir Can Lluís es reactivar un espacio vivo, un punto de encuentro y de arraigo.
Un legado que continúa
Casi cien años después, el restaurante conserva un magnetismo que no se puede forzar. Quizás es la combinación de platos caseros e historias acumuladas, quizás es la manera en que los camareros siempre han sabido reconocer a los clientes habituales. O quizás es simplemente ese espíritu del Raval que, a pesar de los cambios, se resiste a desaparecer.
Cuando Can Lluís vuelva a abrir, no será solo la inauguración de un local renovado. Será la recuperación de un trozo de Barcelona. Un espacio que cuenta la ciudad a través de sus mesas, de sus vinos, de sus silencios y de una servilleta de papel que, sin quererlo, quedó ligada para siempre a una leyenda.
