La frase que lleva esta columna por título es una afirmación reciente de Beatriz Corredor, presidenta de Red Eléctrica, en el marco de sus justificaciones sobre por qué considera que no debe dimitir y que en realidad estamos ante un caso de buena gestión frente a una crisis imprevista. Los lectores probablemente compartirán el mismo sentimiento de incomodidad que sentí al leer esta frase para referirse a una de las fallas del sistema eléctrico más notables jamás documentadas en todo el mundo, afectando a 70 millones de consumidores durante unas 10 horas, con 6 muertos derivados de situaciones médicas que requerían suministro eléctrico, y con pérdidas económicas para el tejido productivo que ponen la piel de gallina.
Lo que ocurrió hace apenas una semana es de una gravedad extrema, por diversas razones. Para empezar, porque es poco habitual que una falla eléctrica traspase todas las sectorizaciones y afecte a toda la península: el sistema está segmentado en zonas, como si fueran piezas de un rompecabezas, y dispone de protecciones para aislar una zona problemática del resto de nodos. Una vez se produce el efecto dominó, la situación generada es ni más ni menos que una parada de España y Portugal. No me refiero a una parada del suministro eléctrico sino a detener el día a día de ambos países, como en los videojuegos que permiten pausar la partida. Detener toda producción industrial, toda transacción económica y prestación de servicio. También interrumpir trenes, gran parte de aviones y parte del tráfico rodado por problemas de semáforos y porque incluso llenar el depósito de gasolina requiere el bombeo eléctrico hacia los surtidores.
Estimar las pérdidas de todo esto mediante la agregación de pérdidas de cada caso particular puede parecer un ejercicio titánico, pero si le damos una vuelta a la cuestión observaremos que el cálculo mencionado debería asimilarse bastante al PIB diario de España y Portugal dividido entre 24 horas y multiplicado por 10 horas, que es la duración aproximada del apagón. Es cierto que quizá se mantuvo alguna actividad económica anecdóticamente, pero esta estimación también infravaloraría las pérdidas que exceden la actividad diaria e impactan a medio y largo plazo: comida tirada de neveras y congeladores, averías en maquinaria industrial, períodos de puesta en marcha de procesos productivos que superan con creces la duración del mismo corte de suministro… Por otro lado, la generación de valor no es uniforme durante las 24 horas del día: evidentemente es más alta a las 12:30 del mediodía que a las 3 de la madrugada, y esta estimación sencilla lo infravalora. Por todo ello, parece incluso un planteamiento conservador, a la baja. ¿El resultado? 1.850 millones de euros. Para ponerlo en proporción, es más grande que la suma de todas las modalidades de fondos Next Generation que han llegado a Cataluña.
Escoger las palabras “hacer las cosas bien” ante este monumental agujero es un atrevimiento, por decirlo suavemente. Sea cual sea su origen o las circunstancias, no hay ningún ángulo que permita relativizarlo. Pero todo esto es directamente escandaloso si añadimos que, una vez descartadas “de facto” las hipótesis de un ciberataque o de una gran incidencia técnica puntual (accidente nuclear, incendio en central, caída física de línea troncal…) lo que se nos plantea, por eliminación, es que hubo un error de gobernanza de la red. Un probable exceso de confianza que, de hecho, constituiría una falla inaceptable de la gestión de riesgos. Toda infraestructura crítica debe ponderar los riesgos por probabilidad y severidad – quizás los técnicos de Red Eléctrica confiaban en que esto era extremadamente improbable y ciertamente España es un caso pionero en la velocidad de implantación de fotovoltaica, lo que hace que no haya muchos precedentes comparables sobre los cuales calibrar esta probabilidad. Pero cuando pasamos a estimar la severidad de este riesgo, aquí no hay ninguna duda: es evidente y previsible que una caída del suministro peninsular durante horas puede comportar muertes y un impacto económico cifrado necesariamente en 10 dígitos. En la primera lección de cualquier clase de gestión de riesgos se explica que un escenario de probabilidad baja y severidad extrema requiere mitigación activa del riesgo. Por esta razón resulta sorprendente que, después de varios días acumulando observaciones de valores anómalos en las lecturas de frecuencia de la red, que incluso llegaron a detener una planta industrial en la petroquímica de Tarragona y a provocar incidencias en la circulación de AVE que compartió el mismo ministro Puente, no fuera hasta el día siguiente del apagón cuando Red Eléctrica limita virtualmente la generación eléctrica a partir de fotovoltaica y coloca en su lugar tecnologías que aportan mayor solidez a la red. Así pues, parece que había fórmulas de gobernanza del mix eléctrico que permitían mitigar estos riesgos, de baja probabilidad y severidad extrema, y que no se llevaron a cabo hasta después del lunes, lo que causó al menos 6 muertos y un agujero financiero de 1.850 millones de euros. Si eso es hacer las cosas bien, ¡no quiero pensar qué encontraremos el día que las hagan mal!