Una protesta que ha sorprendido los propios convocantes. Miles de tractores han salido de cortijos, casas de campesino, granjas, explotaciones, viñas o, incluso, de los talleres mecánicos y de mantenimiento que procuran por las herramientas del campo con el objetivo de colapsar núcleos viarios claves de Cataluña. Ha sido un éxito, y más teniendo presente que la protesta salía, de base, superando los frenos que interponían, disimuladamente, los principales sindicatos del sector.
Columnas de John Deere, Fiado, Ford, New Holland, Laser -alguno Ebro o Massey Fergusson nostálgico- han ocupado y cortado la C25, la C16, la A2 o la AP7, la C37 o la C15. Esos viarios rápidos que atraviesan el país de arriba abajo y de poniente a oriente, con la voluntad de hacer sentir el malestar de un sector que ha cogido el relevo de la oleada de protestas que recorría Europa. Esta noche, mantendrán los cortes, y mañana a las nueve de la mañana se dirigirán hacia Barcelona, donde la llegada de centenares de tractores puede taponar la vida de lo que es visto por el campesinado como una metrópolis burocrática que ni los entiende, ni los quiere entender; y que sienten que los conciben como un enemigo, simples «delincuentes ambientales».
La decisión de dirigirse en Barcelona ha llegado después de asambleas donde se consideraban varias posibilidades, como por ejemplo entorpecer las entradas de grandes centros de distribución, posponer la marcha en Barcelona hasta el 13 de febrero o mantener la protesta unos días más. La amenaza, ahora, es bloquear la capital y toda su movilidad. «Se trata de aprovechar el impulso, que todo el mundo está muy caliente», opinan algunos de los portavoces de los diferentes grupos de campesinos.

Lejos de reivindicarse como una pieza romántica del país, los campesinos defienden ser un sector esencial. Uno que, además, ha hecho un esfuerzo ingente para adaptarse a los tiempos y a una legislación enrevesada y poco operativa. La protesta de hoy tiene muchos motivos y se dirige no solo contra Barcelona, Madrid y Bruselas, sino sobre una concepción social del campesinado muy alejado de la realidad y del día a día del sector.

Muchas reivindicaciones al zurrón
Las reivindicaciones son muchas y se arrastran desde hace tiempos. «Nosotros somos los del miedo guarda la viña y hoy lo hemos dejado para venir, y quizás nos estaremos días», comentaba Daniel, un campesino abastecido y con forro polar, para destacar la importancia del número de movilizados. «Estamos hartos de que nos traten como delincuentes ambientales», añadía Carles, otro ganadero de cuarenta y siete años, apoyado a su tractor. «Desde inspecciones biosanitarias repetitivas, a la uralita», comenta una ganadera de Manresa que no se resigna en la batalla constante que viven los campesinos con la «puta
«Los inspectores, funcionarios o cualquiera del departamento son unos perdona vidas, tienen demasiado poder y hacen con nosotros el que vuelan», comenta otra granjera en conversación con

«Controlan más a los campesinos que las residencias de abuelos»
«Yo no entiendo como podemos tener tres inspecciones y como que todos los inspectores son de una dirección diferente no se creen los datos!», critica una ganadera intensiva, a tocar de Manresa. «Tú sabes qué cantidad de registros tenemos que llevar?», comenta otro ganadero, tip de llenar papeles «que no sirven para nada». «¡Parece que su intención es multar y no que hagamos bien las cosas!», argumenta Joan, del Bages. «Nos controlan más a nosotros que a las residencias de abuelos», reprochan un grupo de cinco campesinos jóvenes que han espoleado llevar la protesta en Barcelona.
«Trabajamos con una mano ligada a las espaldas», define Rita, una joven trabajadora del campo serrando los dientes. «A nosotros nos lo miran todo y, en cambio, desconocemos si los pollos que llegan del Brasil, el trigo de Ucrania o la soja de Argentina pasan los mismos controles que pasamos aquí», remarca un campesino de cereal que no se ha sacado la rana verde en toda la jornada. «Estaríamos dispuestos a pagar el mismo, pero que los funcionarios, puesto que no hacen nada, no toquen aquello que no suena, que nos dejen trabajar». «Alimentamos un ejército de gente que solo sabe hacer de policía sin tener ni idea que es el sector», cargan tres ganaderos que no esconden cómo de quemados están.

La agenda 2030 y la sequía
Uno de los otros monstruos es la aplicación de la agenda 2030, que prevé un cambio de rasante en la gestión del paisaje y de los recursos naturales. «Lo basan todo en la protección de los espacios naturales, quizás hará falta que hablemos de qué es un espacio natural, no?», espeta Oriol, que se dedica a la huerta en el Solsonès. «Es la muestra del

La Claustre, ganadera de engorde de carne en el Solsonès, reniega especialmente de los que cargan la culpa de la sequía al sector agrícola. «Solo gastamos el 2% del agua que se gasta en Cataluña!», informa. «Solo falta que no llueva para ponernos a nosotros a la diana, incluso TV3 en sus documentales», detallaba un campesino. De hecho, TV3 también formaba parte del paquete de las quejas: han desconectado una cámara porque hacía un directo durante una asamblea y alguno de los jóvenes ha propuesto volcar el coche logotipado «por el reportaje que emitieron el otro día».
«Hasta esta semana, Barcelona y su área no ha tenido restricciones, nosotros se los tenemos que decir a las vacas que beban la mitad», refunfuña Ramón. «Si quieren que beban menos, que las paguen, pero esto de mandar y nunca pagar…», aduce. «En Iberpotash sí que tienen agua», deja caer un campesino del Bages en referencia a la mina de potasa de la comarca. Un ejemplo del que consideran la discriminación que sufren hacia otros sectores industriales o de servicios, como por ejemplo el turismo.
Una reivindicación importante también es la económica. La amenaza de la pérdida de subvenciones si no se cumple con la burocracia, el recorte de la Política Agraria Común, precios justos y reciprocidad de importaciones, la disposición de la tierra, el atraso del cobro de ayudas o de los seguros o la bonificación del gasóleo. El control de la fauna salvaje que provoca pérdidas intensas de las explotaciones también se ha incorporado en el catálogo de quejas o la revisión consensuada de la ley de bienestar animal o de la cadena alimentaria. En definitiva, los campesinos quieren que los dejen trabajar, porque ya hacen bien las cosas. Mañana en Barcelona, serán recibidos por el presidente Pere Aragonès, conscientes que tienen que aprovechar la fuerza que han demostrado este miércoles con el lema: «Nuestro fin es vuestra hambre».
