Tener trabajadores contratados es sustancialmente más caro en Cataluña este 2024 que en años anteriores. Así lo confirmaron los últimos datos tanto del Instituto Nacional de Estadística como del Observatorio del Trabajo y el Modelo Productivo, más cercano a la realidad del Principado, que apuntan a un aumento de los costos laborales generales del 3,3% en términos interanuales durante el tercer trimestre de este año, hasta superar los 3.200 euros, una cifra récord en el país que ha levantado polvo en el mundo empresarial por la amenaza que supone para la competitividad de las empresas. Si bien el responsable de estudios y políticas sectoriales de Pimec, Moisès Bonal, señala que este «aún no es un problema vigente» en el tejido de negocio, especialmente entre las pymes, sí que lo define como una tendencia preocupante en caso de que se mantenga a largo plazo, especialmente por la baja incidencia del salario real en el encarecimiento de la contratación. La lectura del mundo del trabajo, cabe decir, es opuesta: a juicio del responsable de Mercado Laboral y Economía de Comisiones Obreras Albert Ferrer, «nada nos hace pensar que el aumento de costos laborales tenga que ser un elemento problemático, ni que lastre la competitividad. Al contrario«. Las organizaciones sindicales, de hecho, valoran el dato como un síntoma del cambio del modelo productivo que desde hace años el país espera, como demuestran iniciativas como el Pacto Nacional para la Industria, que deje atrás la terciarización de las últimas décadas y recupere el foco para la economía productiva.
La lectura de Bonal es especialmente poco halagüeña por el papel de los costos salariales, lo que percibe el trabajador antes de sus propias aportaciones al erario público, en la evolución general. Comparando ambos datos -laborales y salariales-, se observa un hueco importante: el gasto directo en sueldos en el país queda cada vez más lejos de la cifra total. La dedicación efectiva a la retribución de los trabajadores se queda poco por encima de los 2.300 euros, una distancia con el monto total es de más de 870 euros. De hecho, el ritmo de crecimiento de contingencias, pagos a la seguridad social y otras aportaciones es marcadamente superior al de los salarios: en el primer caso, el alza interanual es de más del 5%; mientras que en el segundo, la expansión se queda en un 3,3%. La aportación general a las alzas del tercer trimestre también sobrerrepresenta los costos no salariales: según el estudio, los sueldos aportan el 63,2% del crecimiento de los costos laborales, mientras que componen el 67% de estos. Por su parte, las cotizaciones obligatorias generan más del 30% de los incrementos, pero solo suponen el 25% del rompecabezas general.
La misma tendencia se reproduce con mayor o menor intensidad en todos los sectores económicos estudiados. Según las cifras del INE, la media de inversión laboral en la industria escala por encima de los 3.700 euros por trabajador y mes, mientras que el costo puramente salarial se queda en torno a los 2.660 euros, un diferencial de más de 1.000 euros en cada nómina a favor del tesoro público. En los servicios, el costo salarial se queda poco por debajo de los 2.280 euros, mientras que el gasto total supera los 3.111, un salto de unos 834 euros. En la construcción, para terminar, el salto es cercano a los 960 euros a favor de las cuentas del Estado. Así, se observa cómo, a mayor valor añadido, más grande es la brecha entre las compensaciones por el trabajo y el conjunto de los costos laborales. «No gusta que los costos no salariales puedan mucho más que los salariales. Son un impuesto sobre el trabajo y nos hace menos competitivos», lamenta Bonal. Se trata de una tendencia, añade, que «encarece el empleo, y con tasas de paro tan elevadas como la catalana, esto no ayuda». Cabe recordar que la ratio de demandantes de empleo en el país, a la espera de la EPA del tercer trimestre, cerró la primera mitad del año poco por debajo del 9%, sustancialmente por encima del 5,9% que marca la media de la zona euro.

A juicio del dirigente patronal, la problemática no se detectará a corto plazo, sino que se podrá acabar plasmando en los negocios del país en caso de que se acumulen muchos trimestres como el último. «Por ahora, la falta de talento es la principal deficiencia», apunta. De hecho, según el último estudio de coyuntura anual de la misma Pimec, un tercio de las pymes esperan ampliar plantillas en 2025. Ahora bien, los cimientos de la crisis están ahí, dado que una escalada de los costos laborales no salariales como la que muestra el Observatorio puede acabar por «desincentivar la contratación» y motivar a las empresas para invertir en capital -maquinaria y otras apuestas productivas- más que en personal. En la raíz de la problemática, observa Bonal, está el sistema de pensiones: con una pirámide poblacional de base ancha, como la que había en el estado a finales del siglo pasado, el sistema de cotizaciones directas para llenar la hucha de las prestaciones públicas funcionaba bien. «Ahora, el modelo ya no es suficiente», lamenta el experto; que observa cómo la progresiva reducción de la población en edad de trabajar y el aumento de pensionistas se compensa con una mayor presión impositiva sobre el mundo del trabajo. A pesar de las buenas perspectivas que el gobierno español mantiene sobre el aparato económico, insiste el representante de Pimec, este «tendrá que cambiar». «Se genera menos empleo sin que se refleje directamente en el poder adquisitivo inmediato», critica.
Cuestión de composición
La perspectiva sindical, cabe decir, es diferente respecto de la que ofrecen las empresas. A juicio de Ferrer, el aumento de los costos laborales es no solo necesario, sino un indicador halagüeño para el conjunto de la economía. Por un lado, destaca que el incremento real de la inversión -es decir, descontando la inflación- es solo del 1%, lo que limita a esta cantidad la recuperación de poder adquisitivo de las rentas del trabajo tras la crisis inflacionista. Por otra, el sindicalista pone el foco en la composición de los aumentos salariales y contributivos: la evidente escalada en los subsectores industriales y productivos, así como en los servicios de alto valor añadido, indican un «cambio lento del tejido productivo» que genera más valor añadido y, con él, mayor dedicación a la mano de obra dentro del balance de las empresas. «El tejido productivo se va reconfigurando, y cada vez pesan más segmentos más valiosos», comenta el responsable de Economía de Comisiones Obreras.

Los datos del Observatorio apoyan, de hecho, esta tesis: las ramas económicas que menos riqueza crean, como la hostelería, la administración o el sector inmobiliario, registran aumentos del costo salarial muy limitados -del 2,8%, el 1,5% y el 0,6%, respectivamente-; mientras que entre las subidas de sueldos más acusadas destacan la industria química, la salud o las empresas metalúrgicas, todas ellas ampliamente por encima del 5%. Cabe decir que algunos servicios también escalan posiciones entre los más exigentes en cuanto a inversión en salarios: es el caso del mundo financiero, que crece un 5,8% y se sitúa por encima de los 3.830 euros -solo en sueldos-; o las TIC, que superan los 3.900, aunque son uno de los escasos sectores que dan un ligero paso atrás interanual, en su caso del 0,6%.
Convenios y beneficios
Ferrer, en defensa de la parte de la mesa que le corresponde en el seno de la negociación colectiva, establece una continuidad clara entre los sectores que más han mejorado su gasto salarial y la actividad sindical de estos. Sin ir más lejos, la metalurgia y la química son dos ramas productivas en las que se ha aprobado un nuevo convenio colectivo en el último año y pico. En paralelo, constatan importantes aumentos en la lectura de los costos salariales. «Allí donde hay presencia de los sindicatos y una negociación colectiva seria, también suben los costos salariales», celebra.
En este sentido, el cambio de modelo productivo que detecta el representante laboral deja atrás las ocupaciones menos técnicas, menos especializadas y más cercanas al servicio al gran público. Así, el deber de la mejora económica se encuentra «claramente en los sectores más bajos, los de menor presencia sindical y más atomizados». Sin ir más lejos, la hostelería: los costos salariales medios en el sector crecen muy por debajo de la media, y la dedicación es la menor de toda la economía catalana, poco más de 1.500 euros por trabajador y mes. Similar es el caso de los trabajadores administrativos, con una dedicación económica de 1.660 euros y un aumento año tras año aún menor, del 1,5%. Aunque se mantiene por encima de la restauración y el ocio, es aún menos halagüeña la evolución del comercio minorista, que registra un descenso interanual cercano al 3% y se queda por debajo de los 1.640 euros por trabajador y mes. Sobre estos datos, Ferrer reclama un «cambio de pensamiento» por parte del capital en estos sectores de menor capacidad salarial. «Los márgenes empresariales se van moderando, pero aún juegan un papel importante. Es decir, los empresarios aún ganan mucho», razona el sindicalista, que celebra políticas como los aumentos del Salario Mínimo Interprofesional como palancas para paliar las «importantes diferencias sectoriales» que se hacen evidentes en el mundo laboral del país.