Hace un año, el campesinado catalán dejó una estampa histórica. El centro de Barcelona primero -después el de Madrid, sobre la movilización que se extendió por todo el Estado- se detuvo bajo las ruedas de más de 2.000 tractores, un grito de agonía de un sector que aseguraba estar muriendo bajo la multitud de presiones que sufre el campo del país. La manifestación, a pesar de llevar la marca de lo que entonces se conocía como Revolta Pagesa, fue diversa, compleja, y hacía tantas exigencias como agravios sufren los productores alimentarios del Principado. Los carteles de los manifestantes denunciaban desde el exceso de burocracia que imponen las administraciones en un territorio articulado por pequeñas explotaciones familiares hasta la amenaza que suponen los tratados comerciales internacionales, que dejan una puerta abierta a la «competencia desleal»