“Cada vez cuesta más encontrar gente joven en el campo”. Una frase breve y concisa que refleja la percepción del campesinado que hace relativamente pocos años que se ha hecho cargo de las tierras y que se ha intentado hacer lugar dentro de un sector cada vez más envejecido. Genoveva Camats y Joan Antoni Camats son dos hermanos de Corbins, un pequeño pueblo del Segrià, que en 2017 asumieron el reto de ponerse al frente del negocio familiar: Cireres de Corbins Camats Carpi. La empresa, que hace más de 40 años que está especializada en el cultivo de cerezas, siempre había estado a cargo de su padre. Los años, pero, pesan, y el negocio ha tenido que cambiar de manos: “El año 2017, cuando yo tenía 40 años y Joan Antoni 35, cogimos las riendas de la empresa, y desde entonces no ha sido un proceso fácil”.
Según relatan en conversación con

Las «barreras económicas» de salir adelante una explotación
Los hermanos Camats han mantenido el negocio familiar, pero esta no es la realidad de todos los agricultores jóvenes -grupo compuesto, según definición, por todos los campesinos de entre 16 y 40 años- del campo catalán. Andreu Aragonès decidió emprender la aventura de poner en marcha su propio negocio. Antes de empezar con Fruites y calçots Andreu, una explotación especializada en el cultivo y la venta de todo tipo de fruta y de calçots -los cuales cosechan y comercializan cocidos durante la temporada alta- trabajaba en el campo con su familia. “Empecé de muy joven cuando acabé mis estudios en la escuela agraria. Siempre he trabajado en el campo. Después de la pandemia, a causa de discrepancias con mi familia sobre cómo teníamos que llevar el negocio, decidí marchar, comprar mis tierras, y empezar desde cero”, explica. Andreu relata que desde que se ha hecho cargo de su explotación ha tenido que hacer frente a adversidades económicas. «Cuando pones en marcha tu propio negocio tienes que hacer una gran inversión, porque hay que tener en cuenta que desde que plantas un árbol frutal hasta que llega el fruto pueden pasar cinco o seis años. La sequía o cualquier helada inesperada lo pueden enviar todo a pique. Es una carrera a largo plazo».
Para apoyar a los jóvenes agricultores, la reforma de la Política Agraria Común (PEC), aprobada el 2023 y con validez hasta el 2027, prevé una prima mínima de ayudas de 22.000 euros para el campesinado. Ahora bien, tal como explica el representante de juventud de Unión de Campesinos, Sergi Claramunt, estas subvenciones tienen truco: «Los 22.000 euros no llegan de golpe. El primer año recibes 11.000 y, en el jefe de dos años, llega el resto», asevera, a pesar de que alerta que «no siempre llega a manos de los campesinos la cantidad estipulada». Para cerrar esta rendija de financiación, las entidades campesinas del país hace tiempo que reclaman en el Gobierno un sistema de anticipos del 100% del importe comprometido por Bruselas, que agilice la llegada de los fondos europeos a las arcas de los productores. Un sistema cabe decir, incluido -no siempre con los montantes máximos- en muchas de las resoluciones aprobadas en el último pleno monográfico del Parlamento de Cataluña.
Estas ayudas, pero, son mínimas. En caso de que se requiera un volumen más grande -a causa de las características de la explotación y la tipología de material necesario para llevar a cabo el trabajo-, las ayudas pueden ascender hasta 37.500 euros, y también se reciben fraccionadas en dos tongadas. Para poder recibir esta subvención, pero, el campesino solicitando se tiene que comprometer a explotar las tierras, como mínimo, durante cinco años, y a no tener una extensión superior a 100 hectáreas. «Las ayudas son útiles, pero la inversión que se necesita es muy superior. Los jóvenes vivimos al día, y esto supone una barrera económica enorme a la hora de introducirse en este sector», lamenta el representante de juventud de Unión de Campesinos. Es por eso, y tal como confirman los campesinos consultados por este diario, que la manera más ‘sencilla’ de hacerse cargo de una explotación agrícola es continuar el negocio familiar. Ahora bien, las complicaciones del relevo generacional no son exclusivamente económicas.

El mito del campesinado joven
Antoni Aresté, propietario de Mel Can Toni, empezó a trabajar en el negocio familiar cuando apenas tenía 18 años, puesto que optó por no continuar su vida estudiantil y ponerse a trabajar directamente en el campo. Desde su almacén de Seròs (Baix Segrià), Antoni explica que es la cuarta generación apicultora de la familia y que ha sido el encargado de ampliar el horizonte con el cual trabajan, hasta llegar a distribuir su producto en unos ochenta supermercados Caprabo y Aplus, a pesar de que buena parte de la venta se centra en el comercio minorista. Durante los años que puerta al frente de la empresa ha visto como el campesinado se envejecía, y los posibles sucesores desaparecían despacio: «Mientras que en las ciudades los jóvenes luchan para llegar a final de mes porque los precios abusivos de los pisos complican mucho las cosas, los jóvenes de pueblo intentan marchar para encontrar las comodidades [sobre todo laborales y de ocio] que aquí no encuentran. Si no hay jóvenes que han vivido el campesinado desde muy pequeños, es muy difícil garantizar el relevo», argumenta Antoni.
En estos momentos, el campesinado joven es una especie de mito. Si bien es cierto que hay gente menor de cuarenta años que trabaja en el campo, pocos de ellos lo hacen como propietarios de las tierras. Y, de los que lo hacen, muchos de ellos las adquieren durante la etapa que se los considera juventud, pero cuando empiezan a recibir los primeros frutos ya no forman parte de esta categoría. De hecho, según los datos del Censo Agrario del 2020, solo un 4,84% de los jefes de explotación de Cataluña tienen menos de 35 años. Un dato que crece ligeramente hasta el 7% si se amplía el margen hasta los 41 años -momento en que se deja de incluir el campesino dentro de la categoría de juventud-. Ahora bien, estas cifras contrastan significativamente con el número de jefes de explotación mayores de 65 años, puesto que un 48,09% de las tierras pertenecen a personas que ya se encuentran en edad de jubilación.
«Hay que convencer la gente joven para que tenga la voluntad de seguir trabajando en el campo para continuar adaptándose a los nuevos tiempos. El mercado cambia y el tipo de cliente también, pero los campesinos continúan siendo los mismos», afirma el propietario de Frutas y calçots Andreu. Similar es la posición de Claramunt, que apuesta por arraigar la población en el territorio. En este sentido, critica la última iniciativa contra «despoblamiento» del Departamento de Territorio, una promoción de vivienda con precios accesibles en el mundo rural, porque no se enfoca el «problema real»: «Tenemos que trabajar contra el despoblamiento de los pueblos. Si evitamos que la gente se marche, no habrá que intentar atraer nuevas personas. Y esto, tarde o temprano, se acabará convirtiendo en relevo generacional por el campo catalán», concluye. Así pues, a pesar de las «barreras económicas», los dolores de cabeza burocráticos y los rifirrafes familiares, el cambio de generación del campo catalán intenta consolidarse. La carrera, pero, es de fondo.