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Cataluña se moviliza en la batalla común del campo europeo

Nadie esperaba los campesinos europeos. El estallido del campo a la Unión, que ha tenido su réplica catalana este mismo martes, ha cogido por sorpresa –como ha constatado incluso el flamante primer ministro francés, Gabriel Attal– a las autoridades de medio continente porque no lo ha puesto en marcha ninguna chispa. La guerra de Ucrania, los efectos comerciales de la pandemia o el nuevo impulso de Bruselas a las regulaciones medioambientales son agravios identificables, pero que ya hace tiempos que ahogan las cuentas del sector primario de toda la Unión. «Es un tema de acumulación, en algún momento tenía que explotar», explica el presidente de la comisión de Economía Agroalimentaria del Colegio de Economistas de Cataluña Francesc Reguant. La paciencia del sector se ha agotado por «varias casuísticas», con protagonismos diferentes a cada país: en Alemania, la retirada de los subsidios en el campo es la bandera principal de los manifestantes; mientras que Francia rechaza la competencia desleal de países foráneos, así como el aumento de costes de producción. En todo los 27, los campesinos notan una bajada significativa de su nivel de vida. «El campesinado a Europa no sufre nada diferente a lo que sufrimos aquí», declara el responsable de organización de Unión de Campesinos, Carles Vicente.

Las movilizaciones campesinas no son nuevas en Europa. No hay que ir muy lejos para el anterior ciclo: en 2019, los ganaderos neerlandeses tomaron las calles por las limitaciones que el gobierno de Mark Rutte impuso sobre el sector intensivo; mientras que los productores de carne irlandeses marcharon contra el aumento de los objetivos de emisiones. La diferencia clave está en Bruselas: se trata de la primera gran brecha en el campo comunitario desde la reforma de la Política Agraria Común (PEC), tramitada y aplicada en 2021. Vicente asegura, de hecho, que parte de las quejas surgen de la aplicación misma de la PEC: la financiación que ha llegado efectivamente a los campesinos y ganaderos ha sido insuficiente. «La PEC cada vez sirve por menos: nos hacen producir menos, sembrar el que vuelan ellos», añade Esmeralda Robleda, presidenta de los Jóvenes Agricultores y Ganaderos de Cataluña (JARC) a la demarcación de Lleida. El dinero de la Comisión, de hecho, en algunos casos ni siquiera han llegado; y no es la única financiación que ha perdido el sector. «Los ecoesquemes no se han cobrado, las ayudas a la sequía no se han cobrado, las de las heladas no se han cobrado. Hay gente que se ha arruinado, y quién tiene la culpa?», remacha Robleda.

Para Reguant, el pecado original de la nueva PEC es el que describe como «una carencia de realismo medioambiental». Las restricciones ecológicas sobre el sector, desde el uso del agua hasta los herbicidas o los fitoquímicos, no se han hecho de la mano de los productores; y algunas de las normativas impuestas desde Bruselas han estado nocivas para el negocio –y, a menudo, beneficiosas para el medio ambiente solo en parte–. El economista pone el ejemplo del explorado fin del permiso de venta del glifosato –que no se llegó a aplicar, por la queja de los agricultores–. Se trata de un producto que «permite la agricultura regenerativa; y sin él la producción baja en un porcentaje muy alto». El aislamiento de los legisladores europeos respecto de la industria campesina y ganadera, según las organizaciones del sector, se ha mantenido en todos los conflictos que se han dado. «Europa no habla mucho con el sector: pero cuando legislan sobre sequía, restricciones a las granjas… somos una parte implicada», denuncia la dirigente de la JARC. La misma Robleda reconoce que no todos los campos se crean igual; y el catalán es de los que reciben menos atención. «Tenemos el peso en Europa que tenemos, pero quizás hay países que se les hacen más caso», espeta.

Manifestantes a una de las movilizaciones de campesinos que han colapsado las carreteras catalanas / Quico Sallés
Manifestantes a una de las movilizaciones de campesinos que han colapsado las carreteras catalanas / Quico Sallés

Burocracia contra los campesinos

Si cada país tiene su agravio de bandera en cuanto a la supervivencia del campesinado, Cataluña, como en otros muchos casos, menciona primero un exceso de «papeleo» de cara a las administraciones. Si bien los campesinos y ganaderos catalanes siempre han sufrido un exceso de burocracia –la agrupación Ganaderas de Cataluña demostró en un documento durante el otoño que una iniciativa con ganado tiene que completar más de 40 trámites entre su constitución y el desarrollo de la actividad–, la última estocada ha llegado desde el mundo tecnológico. Se trata del Cuaderno de campo digital, una compilación de toda la actividad de un campesino impuesto por la Unión Europea. Las organizaciones del sector son críticas con su aplicación, que consideran «excesivamente compleja», sobre un sector que tiene especiales dificultades para hacer la transición digital. «Un campesino no interpreta su empresa como cualquier otro negocio, el campo no es una aseguradora», lamenta Reguant.

Más allá de la complejidad de la aplicación, Vicente es especialmente crítico con el hecho que son los mismos campesinos y ganaderos los que tienen que asumir los costes de este procedimiento. El control automatizado del uso de fertilizantes, del agua o de los efectos de la producción sobre el suelo colisionando es, para el representante de Unión de Campesinos, positivo. Se convierte, pero, en una carga cuando «el peso lo tiene que asumir el campesino», sin facilidades ni asistencia por parte de las instituciones.

El campo europeo, sin libre mercado

El apartado de costes es también uno de los grandes agravios que identifica el campesinado catalán como causante de su mala situación. El aumento de costes energéticos y de materias primas a raíz de los cuellos de botella generados por la pandemia, así como de la guerra en Ucrania, son responsables en parte –una de las primeras protestes campesinas a Europa durante el 2024 fue el cierre de fronteras en Polonia para evitar la entrada de grano ucraniano–. Ahora bien, la Política Agraria Común, y en concreto las nuevas restricciones ecológicas, también tiene mucho que decir. La «falta de realismo» medioambiental que lastra a la PAC, a ojos de Reguant, sitúa a los productos catalanes –y del conjunto de la Unión– en clara desventaja competitiva. «Europa forma parte del mundo», bromea, y la Organización Mundial de Comercio (OMC) ya alertó que las restricciones ambientales de la UE aplicaban solo sobre los productos cultivados y en la UE, y no sobre las importaciones. Esto provoca que la competencia extracomunitaria de los campesinos y ganaderos catalanes llegue en mejores condiciones que la producción local.

Cabecera del corte de la C16 a Santo Fruitós/Quico Sallés
Cabecera del corte de la C16 a Santo Fruitós / Quico Sallés

«Cuesta más producir aquí que no en el Marruecos o en Suráfrica», lamenta Vicente, que detecta casos de dumping con el producto foráneo. Para cumplir con la norma de Bruselas, los campesinos y ganaderos tienen que hacer inversiones en tiempo y dinero que deberían subir el precio del producto final; mientras que el mismo producto, pero con menores estándares sociales, ambientales y de calidad, llega de otros países a precios mucho más bajos. «Aquí vienen inspecciones de trabajo, garantizamos condiciones dignas, mostramos los permisos», enumera Robleda. Proveedores de fuera del continente no tienen que garantizar los mismos registros: tienen bastante con cumplir con las referencias de la OMC. Esto pone, según la representante de JARC, la gran distribución en una posición de poder sobre los productores –una todavía más pronunciada que la que ya tienen de sede–. Los supermercados, critica, «nos hacen vender los productos abajo precio y limitan nuestro beneficio». «Es un círculo vicioso que no nos permite ganarnos la vida», concluye la campesina.

«Punto de inflexión» a la regulación agraria

Las protestas del campo antes de la pandemia habían conseguido algunos éxitos -«una larga lista», celebra Vicente-, si bien los cambios estructurales en la aproximación europea al campesinado no han acabado de llegar. El carácter continental de las manifestaciones del último mes, pero, las hace coger mucho más impulso. «Las protestas tienen muchísima fuerza -avisa Reguant-, los campesinos están unidos, en el momento en que se unen los campesinos, la comida no llegará a la mesa». Con protestas más allá de las fronteras de un solo mercado, las posibilidades gananciales permanentes se disparan. El representante de Unión de Campesinos, de hecho, ve claras posibilidades de una articulación entre los campos de los diferentes países europeos que dibujen un movimiento. El reparto de dinero de la PEC, recuerda el miembro de Unión de Campesinos, fragmentó las organizaciones agrarias, que tenían como principal preocupación el aterrizaje de financiación europea a sus países. «Ahora que todos hemos perdido, se reactivarán», razona el secretario, celebrando que «volvemos a ser todos».

Que la capacidad de movilización de esta oleada sectorial es diferente a la que ha habido en otros momentos lo ha demostrado la rápida reacción de las instituciones. Más allá del declarado apoyo por parte de las administraciones locales -tanto el Gobierno como Moncloa han hecho declaraciones a favor de los campesinos durante la mañana de marchas por las carreteras catalanas-, Bruselas ha empezado el día rindiendo algunas de sus propuestas más impopulares de cara en el campo. La presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen ha comunicado esta mañana la retirada de la ley de reducción del uso de pesticidas; y ha retirado la referencia específica en el campo en los objetivos de reducción de emisiones de la UE para el 2040. A la espera de la llegada en Barcelona de los tractores del territorio, el campesinado asegura que el movimiento es bastante fuerte para continuar hasta que se noten los resultados. «Espero que esto sea un punto de inflexión. Pero tenemos pulmón, tenemos aguante», alerta Robleda.

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