Los campesinos de todo Cataluña han colapsado las principales arterias de Barcelona este miércoles. Más de 2.000 tractores han entrado hasta el centro de la capital del país, procedentes de las movilizaciones que ocuparon autopistas y carreteras de todo el territorio ayer. Detrás, hay uno de los grandes ciclos de insatisfacción del campesinado catalán de las últimas décadas, ante una bajada histórica de las condiciones de vida de los trabajadores del sector. Las movilizaciones campesinas no son nuevas en Cataluña: ya el 2017, el primario se movilizó en la Marcha campesina por la dignidad del campo catalán, para reivindicar un mejor tratamiento económico. Cerca de siete años después, lejos de revertirse los retrocesos, “todo ha ido a peor”. El culpable no es único: todas las administraciones —a pesar del apoyo que profesan en público hacia el sector primario— han representado su papel en los ataques en el campo, aseguran los movilizados. Madrid, Bruselas, y también la Generalitat, son, en diferentes grados, culpables.
En conversación con Mundo Economía, manifestantes de varias partes del territorio lamentan los agravios endémicos que sufre un sector que nunca ha acabado de vivir bien. “El año 1977 los campesinos ya hicimos demandas sobre los precios, y el 2024 todavía estamos igual”, exclama uno de los participantes de la protesta de la avenida Diagonal, miembro de Unión de Campesinos. La olla del campo ha hervido especialmente este 2024 por una acumulación de factores que nunca se había dado: los precios a los cuales vienen ellos son igual de bajos que hace cinco décadas, pero la inflación, las nuevas regulaciones y la competencia internacional han provocado un importante agujero a las cuentas del campesinado catalán. “Nuestros precios son los mismos, pero los costes no paran de subir”, comenta otro manifestante, espetando que “ya se ha llegado al límite”.
Entre las reivindicaciones clave de los campesinos destacan los bajos precios que las cadenas de distribución ofreceen a los productores, pero también la excesiva burocracia que, aseguran, se sufre desde el campesinado. “A menudo tenemos que hacer el mismo trámite tres veces, uno para cada administración: Barcelona, Madrid y Bruselas”, declaran miembros de la Unión de Campesinos. Una acumulación de papeleo que se agravia especialmente en Cataluña –históricamente lastrada por el pesado trabajo administrativo y las abundantes páginas del DOGC–. Los problemas económicos, explica uno de los campesinos, se regulan a la Moncloa y a la Comisión Europea. “Pero la burocracia nos viene de aquí”, acusan. Cómo en otros muchos casos, el Estado ha atizado el fuego con una decisión controvertida: la imposición del Cuaderno de Camp Digital, una aplicación que hace seguimiento de todas las actividades que un productor hace a sus explotaciones. Una aplicación, justo es decir, que para la UE es todavía un objetivo a medio plazo, pero que Madrid quiere obligar a usar a partir del 2025. Según los manifestantes, implementar esta herramienta tendrá un coste de unos 1.100 euros anuales, sin ayudas por parte de la administración. “Ha sido la medida que ha hecho derramar el vaso”, exclama una de las manifestantes.

La forma en que la Unión Europea ha concretado la política agraria común (PAC), el sistema de regulación del sector campesino de la Unión, ha contribuido, según los participantes en la marcha, más al ahogo de los productores que no a una garantía de vida digna —como se registra a los objetivos de la norma—. “Las instituciones han estado muy listas, se lo han hecho venir muy bien”, razona un ganadero del Berguedà concentrado en la plaza Sant Jaume. Las ayudas comunitarias, clave para garantizar la supervivencia del sector primario, se vinculan al cumplimiento de normativas ambientales y sanitarias que, a menudo, chocan con la realidad del territorio. El mismo manifestante ponía un ejemplo claro: la Comisión Europea ha endurecido las condiciones territoriales necesarias para las explotaciones ganaderas, exigiendo más terreno de pasto por cada animal. La exclusión de los bosques de la consideración de terreno de pasto en relación con las ayudas comunitarias, pero, complica extremadamente la vida a los productores en zonas montañosas, donde, recuerda, “el bosque nos ha salvado la vida durante la sequía”. “En la misma finca donde antes tenía 200 vacas, ahora Europa me dice que puedo tener 90”, lamenta el ganadero.
Movilizaciones de campesinos encendidas
Las imágenes que ha dejado la marcha del campesinado del norte, que ha entrado por la Meridiana y ha finalizado su recorrido ante el Departamento de Acción Climática de la Generalitat, evocan la situación límite de sus explotaciones agrarias y ganaderas. Liderando la caravana, el grito de guerra de los campesinos del país: “Nuestro fin, vuestra hambre”, en recuerdo de un sector castigado, pero imprescindible para la subsistencia del conjunto de la población. En su punto de mira, unas administraciones que, en sus ojos, legislan sin tener en cuenta las necesidades del campo. Destaca, por explícito, uno de los vehículos agrícolas que han ocupado la calle Aragón de camino de la consellería: “La política agraria quiere muerto al campesinado”; una denuncia compartida por la mayoría de organizaciones del sector. “El que nos genera malestar de verdad es no podernos ganar la vida”, lamenta otro de los participantes.
Los manifestantes detectan un ambiente marcadamente diferente al otros ciclos de movilizaciones del campo, sea catalán o español. Los participantes en la marcha observan una “unidad” que no se había visto en las protestas, sin ir más lejos, del 2017. Una unidad que permite, por primera vez, pensar en grande. “Siempre pensamos que esta será la buena”, reconoce uno de los participantes en la marcha de tractores. Aun así, los gestos por parte de las instituciones que los diversos levantamientos campesinos que asolan Europa desde los primeros días de enero no son todavía suficientes, ni mucho menos están garantizados. “Bruselas solo ha dicho que hará cosas, pero todavía no han hecho nada”, critican miembros de Unión de Campesinos. Justo es decir que, a pesar del enojo, el ambiente es festivo: un grupo de jóvenes campesinos han recorrido la Gran Vía hacia Acción Climática haciendo sonar esquelles, mientras otros manifestantes preparaban una botifarrada. “El éxito y la respuesta de la gente nos ha sorprendido a todos”, celebran durante la marcha.

El campo ve las administraciones lejanas
Las movilizaciones, con todo, son marcadamente diferentes de las de antes del 2021. La reforma de la PEC de ahora hace dos años, vista por los campesinos como perniciosa para su supervivencia, ha estado responsable; pero también la estructura misma de la convocatoria. Los convocantes, a diferencia del 2017, son plataformas ajenas a las organizaciones tradicionales y sus intereses de parte, hecho que ha facilitado “identificarse con sus demandas”. El escepticismo hacia las estructuras que han representado el campo hasta ahora, justo es decir, se ha hecho patente a la concentración ante el palacio de la Generalitat, con gritos de “fuera sindicados”. El decálogo de las nuevas entidades detrás de la movilización, pero, no es sustancialmente diferente a las demandas de la Unión de Campesinos o la JARC.
Las demandas concretas para resolver la compleja situación campesina, recogidas al manifiesto de