Europa, con Cataluña a la cabeza, es una región de ideas. La investigación, la invención y el desarrollo de técnicas están integrados en el día a día de unos 27 que centran más esfuerzos que nadie, en cuanto a gasto público, en pensar. Pensar, sin embargo, puede ser algo de lo más inmaterial, tal como han demostrado varios de los ponentes que han ocupado los dos últimos días la barcelonesa Llotja de Mar en el marco del congreso Tech Spirit Barcelona 2024. El sistema universitario del país, especialmente en el ámbito técnico y tecnológico -y, más específicamente, el médico y biomédico- es capaz de competir con la inmensa mayoría de ciudades de su entorno. Lo aseguraba Joan Romero, director general de Acció, la agencia para la competitividad de la empresa del departamento de Empresa y Trabajo de la Generalitat: el Principado «no tiene nada que envidiar a cualquier otro ecosistema innovador del mundo» cuando se trata de hacer descubrimientos, investigar y descubrir. Ahora bien, la célebre transferencia tecnológica, el salto de la tabla al mercado, es un agujero que Cataluña, así como su entorno inmediato, aún no ha sabido superar. Desde el capital riesgo, clave para hacer este salto y ausente en buena parte del mundo empresarial del país, tienen claro el diagnóstico: para Israel Ruiz, barcelonés, exvicepresidente del MIT y presidente de Engine Ventures, un fondo de referencia global dedicado a lo que definen como Tough Tech, Barcelona, y el conjunto del continente, sufren de una «serie de impedimentos de ambición económica» que impiden dar un salto global indispensable para competir.
«Es una cuestión de ambición», asegura el ponente, en una de las charlas que ha cerrado la quinta edición del festival. «En Europa, decir que eres ambicioso tiene una connotación negativa; en Estados Unidos es algo bueno», razona, señalando que, al otro lado del Atlántico, están los fundamentos materiales y la cultura para hacer que cualquier proyecto aspire al mercado mundial. Cataluña, por su parte, es capaz de crear proyectos; y también de ponerlos en el mercado, pero en el momento en el cual se alcanza una masa crítica suficiente para plantear una expansión que permita la escalabilidad, faltan puentes, escaleras y, sobre todo, dinero. Fuera del mundo tecnológico, incluso: en una de las mesas redondas de la jornada lo constataba Jordi Herreruela, director del festival musical Cruïlla. Tal como comenta Herreruela, en Barcelona existen una multitud de opciones para sacar adelante un proyecto empresarial, y para que dé sus primeros pasos. Ahora bien, cuando se debe dar el salto definitivo, hay que mirar hacia afuera. «En mi sector es facilísimo encontrar apoyo en el mundo anglosajón», comenta el directivo; lamentando una cierta incapacidad de arraigo, de pertenencia de los productos y servicios innovadores que se crean.
Así lo constata Ruiz, que elogia la capacidad de Barcelona como agente digitalizador en el sur de Europa. «Como apuesta en la región, su impacto es enorme», celebra el inversor; si bien le falta un «empuje». Una transformación que es material, pero también cultural y reguladora. «Las oportunidades que se crean deben escalar a todo el mundo», continúa; porque, tal como explicaba durante el mismo certamen el director adjunto del Barcelona Supercomputing Center Pep Martorell, en el mundo tecnológico «no hay primeros ni segundos: participar significa liderar». En este sentido, todos los ecosistemas tecnológicos que aspiran a ser alguien en la red global deben «ganar una Champions», razona Ruiz. En Barcelona, y en la mayoría de núcleos europeos, les falta una gran victoria, una empresa tecnológica insignia que nazca, se desarrolle y triunfe allí. «Y eso aún no ha llegado», sostiene el exvicepresidente del MIT.

Cómo quedarse en casa
Existe, además, un problema «geográfico» que lastra a Barcelona, así como a otras ciudades del continente: un inversor debe tener el capital, sí, pero también la capacidad de acompañar aquellas iniciativas que financia. Preguntado sobre si se verán apuestas catalanas por parte de Engine Ventures, Ruiz lamenta la dificultad que supone «ayudar a una empresa a funcionar telemáticamente». El gran capital riesgo está en Estados Unidos, en Arabia Saudita o en puntos muy concretos de Europa, en cantidades mucho más modestas. El caso de Engine podría ser aplicable a muchos otros vehículos. Si bien las ideas que se juegan son disruptivas, potencialmente evolutivas para muchos sectores, las oficinas que mueven el financiamiento «necesitarían una presencia en Barcelona» que, en el caso de la firma del ponente, «no hemos planteado». Así pues, un ecosistema innovador local exige un tejido financiero próximo, algo que no está tan presente en el continente. Para alcanzar el éxito «no es suficiente una cartera de 300 millones, se necesitan 1.000 millones, 3.000 millones», defiende Ruiz.
Sistema de referencia
Todo ello no anula la inmensa capacidad de Barcelona de sacar adelante iniciativas punteras en el planeta. Ruiz dibuja un nodo presente en el Principado al cual -nunca mejor dicho- ningún entorno del planeta puede hacer sombra: el Instituto de Ciencias Fotónicas de Castelldefels, adscrito a la Universitat Politècnica de Catalunya. El organismo, a juicio del dirigente, está «en la frontera de la innovación». En su campo, apunta, el instituto «se encuentra a una escala mundial» en términos de capacidad tecnológica. El trabajo que se realiza allí, por ejemplo, en términos de computación -desarrollando soluciones para mejorar y eficientar la comunicación entre microprocesadores, por ejemplo- no podría ser más avanzado, y «el talento, el personal y la actitud están allí». La complicación, plantea, es el acceso a recursos. A pesar de la revolución teórica que se dibuja, «convertirla en empresas es muy difícil, porque se necesitan dinero y perfiles muy diversos».
Una vez llegue la apuesta, a su juicio, la escalabilidad es, incluso, sencilla. El mismo Ruiz toma como ejemplo el santo grial del sector energético: la esquiva fusión nuclear. En 2018, su vehículo invierte en la start-up Commonwealth Fusion, surgida del mismo MIT y dedicada a investigar y poner en marcha soluciones para esta fuente energética inagotable. En el momento, la compañía era única en el mundo, dada la aparentemente insuperable dificultad de su misión. Ahora, cada vez más cerca de una solución, «ya hay un mercado de la fusión», con un puñado de compañías dedicadas al mismo propósito. Similar fue su participación en la célebre Moderna, una de las empresas encargadas de desarrollar y distribuir la vacuna contra el Covid 19. En 2016, cuando el directivo comenzó a formar parte de su board, «nadie la conocía». Ahora, es una de las farmacéuticas más celebradas del planeta gracias a sus avances en RNA. Engine, con perfiles como estos, ya ha levantado más de 1.200 millones de dólares en 165 operaciones en todo el planeta, siempre con un vínculo cercano al Massachusetts Institute of Technology.