La tecnología móvil ha sufrido muchos cambios disruptivos en los últimos años: desde los sistemas operativos exteriores que llevaron al advenimiento del smartphone hasta las redes 5G, la forma en que el usuario se relaciona con el teléfono móvil —y, mediante este, con el mundo que lo rodea— ha cambiado a marchas forzadas. No es intuitivo pensar que una de las revoluciones más sustanciales del sector se pensó en Cataluña: los grandes saltos tecnológicos se hacen en Silicon Valley, en Redmond o en los mercados asiáticos. La empresa catalana Fractus, derivada de la Universitat Politècnica de Catalunya, tendría algo a decir: son los responsables de las antenas integradas en los teléfonos móviles, un hardware imprescindible para la conectividad tal como se entiende actualmente. En una entrevista con la Agencia Catalana de Noticias, el CEO y cofundador de la tecnológica, Rubén Bonet, asegura que, desde sus inicios, las ambiciones de la compañía ya eran muy grandes. «Desde el principio quisimos montar un proyecto grande», declara.
Los obstáculos que han tenido que superar para establecerse en los libros de historia de la telefonía móvil, sin embargo, han sido sustanciales: salidos de Cataluña a principios de siglo, ni el ecosistema local era tan ambicioso como ahora ni el capital estaba disponible para proyectos potencialmente disruptivos. «Cuando empezamos, el capital que nos llegó no era catalán ni español», declara a los micrófonos de la agencia el empresario. La idea, no obstante, era suficiente clara para encontrar fondos: «Visualizamos que hacía falta que las antenas fueran más pequeñas e integradas, y posicionamos nuestra tecnología para ocupar este espacio». Así, gracias a Fractus, el sector móvil pudo abandonar las pesadas antenas extraíbles para dar un salto a dispositivos más compactos y mejor conectados. Primero, la compañía apostó por la fabricación de antenas, pero acabó cerrado sus plantas para cambiar de rumbo y dedicarse a las licencias tecnológicas. Con sede en Sant Cugat del Vallès, Fractus «cubre mercados de todo el mundo, sobre todo Estados Unidos, Europa y la Asia». Ahora, con más de 100 patentes, la firma tiene a su cartera a multinacionales como Apple o Motorola. Más complicada es la relación con Samsung, que, a raíz de un juicio por infracción de patentes, tuvo que indemnizar a la empresa vallesana con 23 millones de dólares ahora hace más de una década.

Cataluña, un nuevo futuro
Como explica Bonet en declaraciones a la ACN, a pesar de la ambición de Fractus desde el primer momento, el ecosistema tecnológico catalán a su alrededor se desarrollaba a un ritmo extremadamente lento. «Hace unos años no nos acabábamos de creer que fuéramos capaces de exportar tecnología tan disruptiva, pensábamos que esto era una cosa que hacían otros lugares del mundo», declara el fundador. Congresos como el Mobile han permitido que la tecnología catalana se sitúe en los mapas internacionales; especialmente aquella con verdadera proyección. Cataluña, asegura el empresario, tiene iniciativas «capaces de triunfar». Falta, no obstante, «creer que lo podemos hacer». En este sentido, lamenta la falta de «ambición internacional» del ecosistema start-up del país, con menos proyección de la que tendría que tener si se atiende su potencia técnica. La tarea de transcender fronteras es compleja: «Nosotros tuvimos que entrar en todas partes a pico y pala», rememora.