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El Tech Spirit explora el «nuevo contrato social» en el mundo de la IA

El advenimiento de la inteligencia artificial, más allá de los campos que ya han descubierto aplicaciones disruptivas, sigue siendo un misterio. El director asociado del Barcelona Supercomputing Center, Pep Martorell, así lo constata: preguntado por sus efectos sobre el tejido social, evita dar una respuesta clara: «hacer una predicción que no puedo probar no me gusta mucho», resuelve el experto. Las revoluciones como la que se vislumbra, como se puede extraer del debate que cierra la primera jornada de la edición de este año del festival Tech Spirit, organizado por el Tech Barcelona, la entidad empresarial del mundo tecnológico barcelonés, tienen capas y aristas, y resolverlas es un proceso inimaginable a corto plazo. Según el presidente de la Fundación .Cat Genís Roca, ya ahora -aún a la espera del desarrollo concreto de la técnica-, la IA «ha cambiado las reglas del juego de la sociedad, las maneras de hacer política, de ganar elecciones, de ejercer el poder». Estados y administraciones, pues, mutan con programas como el ChatGPT y sus evoluciones, pero aún no han entendido cómo insertarlos en su aparato normativo; una meta indispensable, según el experto, para explorar los límites del fenómeno. Es necesario hacerlo, apunta, a pesar de que este es «muy difícil de constituir, porque la evolución es muy dinámica». «El otro día oí decir que Estados Unidos innova y Europa regula. Bien, ¡alguien tiene que hacerlo!», sentencia Roca.

Las capacidades de la IA, según los ponentes, hacen que el alcance de su estudio y de las normas que la regulen sea prácticamente holístico: los efectos van desde la organización social hasta la distribución de la riqueza, pasando por la preservación de la cultura o la lengua. Así lo constata Roca, en defensa de unos «sesgos necesarios» en la construcción de los algoritmos. «Sin un sesgo, no aparecería en los buscadores de internet ni un solo contenido en catalán», en tanto que se encuentran superados cuantitativamente por un océano de artículos y vídeos en inglés. «En la ciencia las cosas son más objetivas; pero cuando el reto es defender el catalán en internet, tenemos muchos problemas», razona. El gran obstáculo, pues, es el acceso a los procesos por los cuales se introducen los sesgos en las ecuaciones, y cuáles son los que acaban definiendo las aplicaciones que usan los usuarios. La forma en la que la IA marca la organización social, como en la mayoría de disrupciones tecnológicas, es de lo más económica; y la forma en la que se produce y se crea riqueza -y los problemas que generará- están en el centro de la futura sociedad digital.

Una «evidente» pérdida de trabajo

La primera cuestión, tratada siempre en los debates sobre IA, es su efecto sobre el mercado laboral. Para Roca, sin embargo, no hay discusión: hay que descontar, ya ahora, una pérdida sustancial de fuerza de trabajo. «Habrá un salto rotundamente negativo», lamenta el experto, acusando a buena parte del mundo tecnológico de «ser un poco cínicos». «Por definición, una tecnología reduce el trabajo, todas lo han hecho. Debemos dejar de disimular», argumenta. Las lecturas que aseguran que el cambio digital destruirá empleo, pero creará niveles suficientes, tienen problemas tanto cualitativos como cuantitativos: en primer lugar, apuntan los ponentes, no generará tantos para cubrir todos los que se pierdan. Y, en segundo, habrá una brecha generacional y de formación. El presidente de .Cat pone el ejemplo de la industria del transporte: «los taxistas que pierdan el empleo cuando llegue el coche autónomo no se podrán poner a programar coches autónomos». Así pues, un importante grupo poblacional se encontrará sin actividad; mientras que el que mantenga el trabajo deberá adaptarlo; ya que «ya no serán trabajadores eficientes si no saben usar estas herramientas». Así, un primer paso esencial, añade Martorell, «es necesario dedicar esfuerzos al upskilling, atraer talento, hacer apuestas por infraestructuras y alinearse al 100% con las estrategias europeas» de adaptación tecnológica.

Imagen del Tech Spirit 2024 / ACN
Imagen del Tech Spirit 2024 / ACN

El vacío material que dejará esta revolución -exacerbada, explica el dirigente del BSC, por un «mundo global» que no estaba presente en anteriores cambios industriales- requiere, según Roca, volver a pensar el organismo social incorporando sus nuevas normas. Por ahora, y aún a la espera de aplicaciones definitivas de la IA, el contrato social se encuentra en un interregno: «hay cosas del viejo acuerdo industrial que ya no sirven, y hay cosas del nuevo digital que aún no funcionan». El reto de la gobernanza política digital es «elegir»: identificar qué factores tradicionales aún funcionan y cuáles deben ser actualizados; y arraigar las características digitales que son deseables para el mundo que viene. Según el experto, el carácter global de las actividades digitales dificulta las fórmulas de redistribución de la riqueza que marcaron el bienestar del siglo XX. «Se genera riqueza pero no se reparte; por eso Jeff Bezos puede tener 1.400 millones de dólares», argumenta. Europa, con su ausente unidad fiscal, permite, además, deslocalizar las contribuciones de las empresas digitales allí donde las normas son más beneficiosas, como Irlanda. «Hasta que no se resuelva esto -espeta Roca- la sociedad digital empobrecerá los territorios; y esto deriva en conflictos».

Liderar la transición

La transformación que traerá bajo el brazo la IA, pues, es de un alcance comparable a los grandes quiebres tecnológicos de la historia. Dado el volumen y profundidad del cambio que viene, Martorell reclama «jugar un papel». «Y eso significa liderar, en el mundo actual no hay segundos y terceros», apunta. Barcelona, y Cataluña en general, tienen la capacidad de convertirse en un nodo imprescindible para la telaraña digital mundial, aunque el dirigente del BSC detecta un importante «cuello de botella»; uno del cual el sector de las nuevas tecnologías lleva tiempo alertando: la producción de talento. La capital del país, lamenta el técnico, no tiene suficiente acceso a los profesionales que necesita para implementar la transición. Recuerda, de hecho, una reciente reunión con varias empresas de semiconductores, que discutieron la cantidad de potenciales vacantes que acumulaban en su organigrama. «Cuando llegamos a los 600, ya dejamos de contar», ironiza. A pesar del potente sistema de conocimiento del que Cataluña puede presumir, continúa, «solo con la oferta que podemos generar como sociedad, no es suficiente; no lo ha sido en el pasado y no lo será en el futuro». La solución, bien discutida: atracción y más formación. Sin esto, «sería una pena que Barcelona no juegue un papel relevante» en el sistema mundial.

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