El mercado de las criptomonedas tiene, a pesar de la amplia diversidad de productos existentes, un solo nombre. Bitcoin, el criptoactivo por excelencia, está en la más cálida enhorabuena: en las últimas semanas, el hijo digital de Satoshi Nakamoto ha alcanzado cotas de valor inauditas para el público general. Tras la subida histórica acumulada a raíz del resultado de las elecciones estadounidenses, esta misma semana ha roto una percibida resistencia, más emocional que técnica: los 100,000 dólares -una cifra que, desde entonces, ha perdido sin mucha alarma: ahora ronda los 97,000-. El rebote es sustancial, dado que, semanas antes del último halving, la gran moneda descentralizada había perdido incluso los 17,000 dólares, arriesgando la continuidad de una multitud de inversiones. Tras la pandemia, el mercado se vio lastrado por la retirada de muchas inversiones de poco valor añadido al percibido universo cripto -como los NFTs, ahora ya olvidados-, así como por el estallido de traders de gran relevancia, con el FTX del condenado Sam Bankman-Fried como gran protagonista de la tragedia. Con los meses de estabilización y el ciclo electoral ya a la espalda, según el CEO de la empresa de inversiones crypto CommonSense Edu Forte, la moneda «se ha liberado de la incertidumbre que sufría». «Continúa la tendencia alcista que ya marcaba; si hubiera ganado Kamala Harris apuesto que también habría subido», comenta el empresario.
Similar es la lectura que hace la profesora de la UPF-BSM Luz Parrondo, que ve el estado actual de la moneda dentro de la continuidad «ascendente con burbujas» que ha acompañado al activo desde su creación. «El precio de Bitcoin está más determinado por su construcción interna», asegura, que por la actualidad económica. Informaciones favorables, como la victoria de Donald Trump y su impulso a figuras criptooptimistas en lugares de interés de la regulación económica estadounidense, pueden significar un «shock alcista al activo»; pero la escalada viene de otro lugar. «Cada cuatro años, el halving provoca un nuevo ciclo de anticipación, de hype«, lee la experta. El halving, cabe recordar, es el proceso por el cual se reduce a la mitad la recompensa por minería, lo que reduce sustancialmente la entrada de liquidez al conjunto del mercado y encarece inevitablemente la unidad. Según Parrondo, pues, este tipo de dinámicas internas marcan sustancialmente más el precio del activo que las decisiones políticas que puedan tomar los responsables de la nueva administración.
Este tipo de movimientos, pues, responden en buena medida a la escalada estructural del valor de la moneda. De hecho, según Forte, los «mínimos y máximos» donde se mueve el precio se van aclarando. «Lo podemos estar viendo entre los 60,000 y los 200,000 dólares», asegura el CEO. Contra el sentido común anterior, muy fundamentado en un Bitcoin en torno a los 16,500 dólares, la actual valoración es más «normal» que la de 2022. «La gente del mercado no está sorprendida: el mercado necesitaba una excusa para romper la tendencia lateral», argumenta. Es decir, la tabla siempre tenía que escalar; solo buscaba un catalizador. Así, la victoria electoral republicana es una chispa para encender una inversión que ya estaba preparada para apretar el gatillo. Para Parrondo, de hecho, los fenómenos del último curso ya apuntaban hacia una clara mejora de la coyuntura. «El ETF, la nueva regulación, la aceptación por parte de las instituciones… pesan mucho más que las decisiones de Trump», apunta la académica, defensora de un mundo cripto «con confianza y seguridad jurídica, que el inversor perciba que puede hacer lo que quiera sin que lo estafen».

En este sentido, Parrondo analiza los movimientos que ya ha hecho oficiales la administración trumpista como «vocaciones» aún «sin concretar». Es decir, la entrada de Trump, así como la de varios perfiles proclives al sector, promete un trato más amistoso hacia las criptomonedas; sin aún saber cómo se concretará esto en la regulación material del activo. Un ejemplo claro es el de la SEC, el equivalente estadounidense de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. El presidente electo ya ha anunciado su intención de poner al frente del regulador bursátil a Paul Atkins, exconsejero del organismo y CEO de la consultora Potomak Partners, especializada en multinacionales y tecnológicas emergentes. Atkins es recibido como un «defensor de las criptomonedas», un cambio de aires sustancial respecto de Gary Gensler, un histórico de las administraciones demócratas con carrera en Goldman Sachs y especialmente reticente a la normalización de los activos digitales. Más aún destaca la figura del que fuera COO de PayPal, el inversor David Sacks, que ocupará la posición de «zar de las criptomonedas y la IA». Más allá del encaje de estas figuras en la administración, los expertos apuntan a una cierta seguridad de cara al mercado: La normalidad que sugieren estos nuevos cargos, en clara continuidad con las decisiones financieras de 2024, acompañan una pérdida de tensión del mercado, que cada vez más ve cómo los bajos dejan de ser tan bajos y los altos, tan altos. «Las correcciones tendrán cada vez menos picos, aunque la tendencia ascendente se mantendrá», razona Parrondo. Más relevante que el ámbito inversor, sin embargo, será el tecnológico, donde la desaparición progresiva de las barreras administrativas puede ser aún más valiosa.
La difícil competencia con el oro
Bitcoin, pues, se percibe como un activo cada vez más regular; aunque aún no goza del acceso a los mercados generalistas de otros modelos de inversión. Según Parrondo, de hecho, el aumento de la demanda que ha acompañado la subida de las últimas semanas no corresponde ni de lejos a una irrupción de nuevo capital tradicional -inversores institucionales o retail que, con la administración Trump, se animan a dar el paso de las criptomonedas-. Las últimas semanas han «reforzado más aún a quien ya estaba», opina la experta, que se muestra «bastante escéptica» con el capital de toda la vida. Similar es la opinión de Forte, que atribuye a los «círculos más metidos en el mercado» la capacidad, prácticamente única, de entender el «alcance» del crecimiento que se avista. De la misma manera, cada vez queda más claro el papel de Bitcoin en las carteras tradicionales: aunque aceptar transacciones en la moneda de Nakamoto ha sido durante tiempo una suerte de medalla -Tesla es un notorio ejemplo- el inversor estima a futuro un modelo mucho más cercano «a un activo que a un sistema de intercambio». «Nadie piensa en transaccionar su Bitcoin: en todo caso, lo liquida y opera en euros», continúa.
Así pues, Bitcoin aspira a competir con el oro, mucho más que a convertirse en una divisa. Es decir, lejos de explicitarse como moneda en el sentido tradicional, el activo quiere convertirse en una suerte de refugio; un cobijo que guarde y revalorice el dinero en períodos, por ejemplo, de crisis de precios. «Tiene mucho sentido defenderse con algo que tiene la posibilidad de ganarle a la inflación, porque hay una emisión limitada», analiza Forte. Parrondo, por su parte, enfría ligeramente esta perspectiva. Según la experta, sus movimientos a favor del mercado -bajadas cuando la economía no funciona, subidas cuando sí lo hace- han impedido observar en él un comportamiento similar al de los metales preciosos como trinchera de la inversión. «Es una reserva de valor, pero aún no ha demostrado ser un refugio, como el oro», desarrolla la profesora de la BSM; señalando su carácter «demasiado procíclico» como principal freno de este carácter. Así pues, aún ahora se mueve como una pieza de trading; una inversión especulativa de movimientos rápidos, picos y valles. Ya se puede ver, sin embargo, la luz al final del túnel: la de un sector cripto que aporte verdadero valor a la economía que lo rodea.

Un goteo hacia las soluciones
Para Forte, visto todo ello, lo más valioso de los recientes movimientos de Bitcoin es todo lo que viene detrás. Lo más evidente, las altcoins: valores como Ether o Solana acompañan las subidas de la hermana mayor con revalorizaciones importantes, «no con récords, pero cerca de máximos». Ahora bien, muchas de estas, especialmente la de Ethereum, no funcionan como inversión: son el combustible que hace funcionar las cadenas de bloques que, según los expertos consultados, acercan la verdadera cara del mundo cripto. «Las altcoins se toman como inversión erróneamente: son elementos de utilidad para dar solución a determinados problemas empresariales», razona Parrondo. Una mayor confianza en el sector, pues, significará mucho más que ganancias para inversores -sean «sofisticados» o tradicionales-. «Muchos instrumentos financieros que hoy funcionan serían fácilmente tokenizables», defiende el empresario: por ejemplo, la vivienda, las inversiones en energías renovables o el capital de las pequeñas y medianas empresas. Para la académica, esta tokenización funciona para «lugares donde no existe un mercado, porque no había la posibilidad de establecerlo». Es decir, allí donde la inversión aún no había descubierto exactamente cómo entrar.
Para la profesora, este es el objetivo; aunque antes de llegar, hay que establecer un marco regulador solvente que «calme» los flujos especuladores. Las tecnologías ya están; se necesitan las leyes que las hagan arraigar. «Tenemos una viabilidad técnica que debe ir acompañada de la norma, pero aún llevará años», continúa Parrondo. En este sentido, los paralelismos con otras revoluciones tecnológicas son evidentes: internet también fue una estructura de negocio abierta a la especulación, hasta que la burbuja estalla y «quedan aquellas iniciativas que tienen sentido». «Hay un hype que enmascara las soluciones serias», continúa. Una vez el ciclo termine, solo quedará lo que es sólido -con unas palancas, celebran los expertos, que «servirán para muchas cosas»-.