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Los desafíos del aceite catalán en un mercado desigual

“El aceite de oliva catalán es el mejor aceite de oliva”. Estas son las palabras con las que el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, ha intentado reconducir la fuerte polémica que el mismo jefe del ejecutivo catalán ocasionó el pasado domingo 17 de noviembre al formar parte de la Fiesta del Primer Aceite de Jaén, que se celebró en Sabadell –el mismo día en que se hacía la clausura de la Feria del Aceite Verde de Maials (Segrià), organizada por una cooperativa catalana. La participación del inquilino del Palau de la Generalitat en la feria de promoción del aceite andaluz ha puesto en pie de guerra al independentismo político y parte de los productores del aceite catalán, y ha evidenciado, una vez más, el “menosprecio” que sufre el sector agrícola en Cataluña por parte de la administración. Esta diferencia entre el aceite catalán y el aceite andaluz también se nota cada día en la experiencia de los consumidores.

Comprar aceite de origen catalán –producido en Cataluña, no solo embotellado aquí– en un supermercado puede ser todo un reto para el consumidor. A pesar de la enorme variedad existente de aceites catalanes, muchos de los cuales están amparados dentro de las DOP Les Garrigues, Siurana, Terra Alta, Empordà y Baix Ebre-Montsià, localizarlos dentro de las grandes superficies tradicionales se convierte en una verdadera odisea apta, solo, para los clientes más motivados. El cúmulo de información en las etiquetas, a menudo, no especifica su procedencia. De hecho, aceites que, por el nombre, pueden parecer catalanes, realmente provienen de Andalucía -el gran productor de aceite español debido al enorme manto de olivos de su territorio.

«Producto de España». Este es el término con el que se identifican la mayoría de los aceites que se pueden comprar en los supermercados de Cataluña. Tal como ha podido comprobar este diario, la mayoría de los supermercados llenan sus estanterías de aceite con productos españoles. Ahora bien, dentro de la tónica general de las grandes superficies, también hay excepciones. Este es el caso del Grupo Bonpreu, donde el 80% de las referencias de aceite virgen extra que ofrecen en sus locales -tienen más de 100- provienen de cooperativas catalanas: «Y si añadimos nuestra marca propia, que también está elaborada en Cataluña, el 90% de las referencias son catalanas», asevera el jefe del área de compras de Bonpreu, Marc Parrilla, en conversación con Món Economia. «Apostar por los aceites catalanes es una decisión de grupo, forma parte del ADN Bonpreu», añade.

Según detalla el jefe de compras del supermercado, para llevar el aceite catalán hasta el gran consumidor, trabajan directamente con el producto de proximidad, kilómetro cero. «Siempre que abrimos un nuevo establecimiento intentamos potenciar a los proveedores de la zona [de las diferentes DOP] y, a partir de ahí, si vemos que tiene buena acogida, extenderlo por el territorio», argumenta Parrilla. Una estrategia que, según explica, les ha funcionado muy bien todos estos años. «Nuestros clientes tienden a decantarse por el producto de proximidad siempre que el precio se aproxime mucho al español, o, al menos, que el diferencial entre los dos productos sea aceptable», asevera. Teniendo en cuenta que el precio medio por cada 100 kg de aceite de oliva virgen extra andaluz es 720 euros -según cifras de 2024- y el catalán es de 724 euros, la tendencia que ha detectado Bonpreu entre sus clientes favorece a las cooperativas catalanas. El aceite catalán, pues, también tiene salida en los supermercados. Ahora bien, la mayoría de grandes superficies escogen el camino fácil y llenan sus estanterías de aceite andaluz, ya que hay mucho más.

Imagen de algunas aceitunas colgando de una rama de olivo en una imagen de archivo / Europa Press

Un aceite de calidad y proximidad con dificultades para llegar al consumidor

Para el presidente de la comisión de economía agroalimentaria del Colegio de Economistas de Cataluña, Francesc Reguant, esta tendencia se debe a la falta de una “buena estructura de comercialización” para el producto catalán hacia el consumidor generalista: «Las estructuras de comercialización son malas, es por eso que el aceite de oliva virgen y virgen extra catalán se suele vender directamente desde las cooperativas, no desde los supermercados», argumenta. De hecho, es por este motivo que el experto considera que los productores catalanes deben «unir fuerzas» y «coordinarse» para competir con el producto español. Para este especialista en economía agroalimentaria, la configuración actual de las «estructuras de comercialización», es decir, de las grandes superficies, lleva a los supermercados a centrar su oferta en el producto español, especialmente andaluz: «Tienen la capacidad para garantizar la cantidad de producto necesaria para cubrir la demanda», señala. Poniéndolo en datos, el año 2022 las cerca de 100.000 hectáreas de olivo de Cataluña produjeron unas 14.000 toneladas de aceite, mientras que Andalucía produjo 512.000, un 76% de la cosecha total del estado español de aquel año. Este peso significativo de la producción andaluza, pues, empuja a los supermercados a decantarse por el aceite elaborado en Andalucía antes que el catalán. Además, cabe tener en cuenta, también, que Cataluña, a pesar de tener menor cantidad de producción, exporta el aceite de oliva a 118 mercados de todo el mundo. Es decir, que buena parte del producto de oliva catalana viaja fuera del país.

Aunque Cataluña produce 30.000 toneladas de aceite de oliva al año de media -una cifra que se alcanza en los buenos años de cosecha, pero que no se producirá este 2024, de la misma manera que no se produjo el año 2022-, los consumidores catalanes consumen cada año 90.000 toneladas de aceite. Es decir, en los años buenos, el total de la producción catalana -incluyendo las exportaciones- permitiría cubrir un tercio de la demanda total de este producto. «El aceite de oliva de Cataluña es muy bueno, pero tiene mucha menos producción«, insiste Reguant. Es por este motivo, pues, que la mayoría de grandes superficies recurren a otras localidades con clima mediterráneo, como Andalucía o Italia, para adquirir este producto de primera necesidad y cubrir la demanda de los consumidores.

Sección de aceite de oliva de un supermercado / Ricardo Rubio - Europa Press
Sección de aceite de oliva de un supermercado / Ricardo Rubio – Europa Press

Una agricultura asfixiada por la sequía y la burocracia

El responsable nacional del sector del Aceite de Unió de Pagesos, Jordi Pascual, que es agricultor y productor de aceite en el Baix Penedès, coincidiendo con las palabras de Francesc Reguant, recuerda que la agricultura -en general, pero también los productores de aceite- han vivido años «muy duros» debido a la persistente sequía que azota Cataluña. La falta de lluvias y las altas temperaturas, que han alcanzado récords históricos los últimos veranos, ha perjudicado «gravemente» la producción y el crecimiento de los olivos: «Las lluvias de los últimos años nos han puesto en una situación en la que un olivo tarda tres años en conseguir el nivel de agua suficiente para hacer buena oliva, mientras que normalmente se alcanzaban esos volúmenes en un solo año», apunta. «Los olivos no están suficientemente cargados de agua», añade. Esta problemática, pues, condiciona directamente la producción de aceite de oliva. De hecho, la cosecha de aceite de oliva caerá un 50% este año respecto a la producción media histórica y solo alcanzará las 16.500 toneladas, según datos de la Federación de Cooperativas Agrarias de Cataluña (FCAC) -una cifra bastante similar a la de la cosecha de 2022.

Este descenso de la producción, que no ha visto mejoras a pesar de los últimos temporales de lluvias, también ha forzado a algunas cooperativas catalanas a no poder abrir los molinos para la temporada de este año. «Las cooperativas pagan sus infraestructuras con los kilos de su producción. Si no pueden producir, las letras siguen llegando y el dinero tiene que salir de otro lugar», asevera Pascual, que insiste en que el precio del aceite de las cooperativas -igual que el de los supermercados- se ha disparado debido a las exigencias del mercado. El productor del Baix Penedès, sin embargo, asegura que las grandes superficies, a diferencia de las cooperativas, usan el aceite de oliva como «reclamo», lo que condiciona indirectamente los precios del mercado: «El aceite andaluz es quien marca el precio del producto mundial. Como tiene una gran producción, incide directamente en el precio del producto catalán y las cooperativas se adaptan», apunta el sindicalista, que recuerda que la calidad de los aceites «no es la misma», ya que el simple hecho de formar parte de una de las cinco DOP catalanas marca unos estándares que no deben cumplir los productos andaluces: si no es aceite de oliva virgen extra (AOVE), no se puede embotellar dentro de la denominación de origen.

En esta línea, Francesc Reguant, apunta que la sequía también ha condicionado los métodos de cultivo de la oliva, ya que, antes de la falta de lluvias, buena parte del cultivo era de secano, mientras que la emergencia hídrica ha obligado a los productores a la cosecha de regadío: «Este método tiene ventajas en cuanto a los costos, pero incide directamente en el resultado final del producto», argumenta. La sequía, sin embargo, no es el único factor que asfixia a la agricultura. El responsable nacional del sector del aceite de Unió de Pagesos insiste en que «el exceso de burocracia» -uno de los grandes problemas del sector- y los «obstáculos de la administración en la distribución» son dos elementos que condicionan directamente la producción catalana: «A diferencia de otros países productores, como Marruecos, estamos sometidos a muchos controles. Necesarios, pero que a veces se exagera…», lamenta el sindicalista. Este cóctel de condicionantes, pues, obstaculiza la producción de aceites catalanes, que se ven obligados a hacer todo lo posible para competir en un mercado desigual con Andalucía como gran referente.

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