Como el resto de industrias, el mercado petrolero ha tenido que buscar salidas de urgencia a la crisis de los aranceles. La guerra comercial de Donald Trump ha generado temor en un negocio que fundamenta los costos de todas las demás ramas de la economía. Solo 20 días después del primer anuncio de la Casa Blanca, el precio del barril se ha desplomado, y ya ronda los 60 euros, lejos de los cerca de 75 a los que llegó antes del conflicto. El desplome de los futuros del crudo, el aspecto inversor del sector, ya ha cargado a la baja el precio para los consumidores finales, y la distribución petrolera, tanto las grandes empresas como los minoristas, lo comienzan a notar en sus estaciones de servicio. «Los precios en las gasolineras están muy bajos, y hoy mismo han vuelto a bajar«, comenta Jordi Roset, presidente de Petrolis Independents, en conversación con el Món Economia. Las últimas publicaciones del boletín petrolero de la Unión Europea confirman el diagnóstico de los empresarios: por primera vez desde el otoño de 2024, el litro de sin plomo 95 ha caído de los 1,5 euros. En el análisis elaborado el pasado 21 de abril, de hecho, perdía incluso los 1,48 euros.
La incertidumbre que sufre el sector, pues, puede traer buenas noticias para los consumidores finales. Sin embargo, el medio plazo cargado por Trump puede ser mucho menos halagüeño. El presidente de Nieves Energia, Lluís Nieves, lamenta que el conjunto de la política internacional del inquilino de la Casa Blanca ha «influido notablemente» en las sacudidas que han sufrido tanto los productores como los intermediarios y los vendedores finales. «Los aranceles y las tensiones con países como Irán o Venezuela han alterado los flujos comerciales globales», analiza Nieves. Además, parte de la caída del precio responde al hecho de que «los inversores descuentan una recesión o, al menos, una desaceleración económica relevante» provocada por el huracán Trump.
La montaña rusa económica que ha sido la administración estadounidense ha eliminado cualquier previsión sectorial. «Ha incentivado aumentos o recortes de la producción, según el momento», critica el empresario; y ha hecho imposible concretar una hoja de ruta. La Organización de Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP) rompió a principios de abril su doctrina productiva reciente. Después de más de dos años de recortes, la asociación de países liderada por Arabia Saudita anunció el seis de abril, pocos días después del Día de la liberación trumpista, que volvería a aumentar el output de crudo. La industria recibió con sorpresa la noticia, que ha disparado la oferta general de petróleo, rebajando su precio en el mercado abierto. A juicio de Nieves, la OPEP busca «anticiparse a posibles disrupciones comerciales» y «mantener su cuota» frente a unos Estados Unidos que han amenazado con cerrarse en banda a los socios comerciales.

Parte del sector hace una lectura política de la reacción de la OPEP a los aranceles de Trump. El movimiento saudí, como apunta el CEO del Grupo Moure, Manel Montero, sirve como «defensa al ataque de la Casa Blanca». La entrada de un nuevo flujo de crudo al mercado sirve para rebajar sustancialmente el precio tanto inmediato como en futuros -y, en consecuencia, el de los productos derivados, como los carburantes-. Cabe recordar que Estados Unidos tiene un umbral de rentabilidad muy elevado, porque buena parte de su producción requiere procesos costosos, como es el fracking. En concreto, las empresas estadounidenses comienzan a perder dinero cuando la etiqueta global del barril West Texas baja de los 55 dólares. Los 60 actuales, pues, dejan un margen muy ajustado para los inversores locales. «Estamos al límite; si el precio baja más, dejará de ser rentable para los productores locales extraer petróleo», reflexiona Roset. En este sentido, la OPEP busca enviar un mensaje a Washington: «nosotros también podemos jugar a este juego», defiende Montero.
El jaque petrolero de Trump
Los efectos de una batalla entre las dos potencias productoras pueden hacerse notar en todo el mercado petrolero -y, en consecuencia, en el conjunto de la economía-. Cabe recordar que Estados Unidos ha tomado un nuevo protagonismo entre los proveedores europeos de hidrocarburos a raíz de las sanciones de Bruselas a Rusia tras la invasión de Ucrania. De hecho, las petroleras estadounidenses son las segundas que más han aportado al fondo energético del Estado español en los últimos meses, con más de 600 toneladas de producto en febrero; superadas solo por las de Brasil, que han multiplicado su oferta a los compradores europeos desde la ruptura de relaciones con Moscú. Históricamente, las compañías estadounidenses destinaban buena parte de su producto al consumo interno, pero la oportunidad de clavar la bandera en Europa fue más atractiva que la tradición. «¡Ahora, se están forrando!», ironiza Roset. Ahora bien, un aislamiento completo puede resquebrajar sus balances, matiza Montero, dado que «difícilmente pueden vivir por sí solas» tras el cambio asumido en los últimos años.
Para Nieves, todo depende de la escala del conflicto. Si la OPEP plantea este aumento de producción como una palanca de emergencia para equilibrar el mercado tras el repliegue de Trump, los efectos sobre el precio serán limitados. Servirá como una suerte de parche, para cubrir aquel petróleo que no se compre a EE.UU. durante las semanas que dure la escaramuza arancelaria. Ahora bien, en caso de que Arabia Saudita y sus aliados lo planteen como una hoja de ruta a largo plazo, el movimiento puede acabar de hundir los precios petroleros. «Más aún si la demanda no acompaña»; puntualiza el directivo.

Tanto Montero como Roset, ambos dedicados a la venta al consumidor final, prevén que las compras particulares se mantengan. El de los carburantes es un mercado muy elástico, y los consumidores buscan garantizarse la movilidad. «Con la bajada de precios, la gente comprará más; cuando perdemos consumo es cuando todo es más caro», razona el dirigente de Petrolis Independents. Ahora bien, a una escala industrial, una mala situación económica puede complicar el futuro inmediato del sector. La mala mar económica puede limitar las ventas, por ejemplo, la logística, que dedica buena parte de su gasto a mantener en marcha las flotas corporativas. Nieves, en este sentido, detecta «síntomas de desaceleración» en los grandes compradores. La guerra arancelaria ha resquebrajado la confianza de empresarios y clientes, y cualquier nueva sacudida la puede destrozar. «Estamos en una situación de vigilancia constante, donde cualquier cambio en el panorama puede tener consecuencias rápidas», observa Nieves; que pueden amenazar las buenas perspectivas sectoriales.
Inversores temerosos, clientes contentos
El mal sabor de boca que ha quedado en el gran capital petrolero no ha amargado tanto los balances de los vendedores minoristas. Las petroleras independientes, que no cuentan con capacidad de refinado propia, tienen un acceso al mercado general mediado por las grandes operadoras. La guerra comercial, pues, los toma como «espectadores». De hecho, una bajada intensa de los precios petroleros, a pesar de los peligros macroeconómicos que puede liberar, tiene sus beneficios para las gasolineras. El vendedor final de carburantes tiene unos márgenes establecidos. Es decir, consigue un beneficio prácticamente fijo de cada litro de gasolina o diésel que vende. Así, unos precios más bajos, que estimulan el consumo más allá de los niveles estrictamente obligatorios, mejoran las perspectivas de las pequeñas empresas del sector, aunque puedan ser vistos como una amenaza por las grandes corporaciones.
Los empresarios permanecen, pues, a la espera de los movimientos de los futuros a corto plazo. Cabe decir que las bajadas del precio final que se han detectado en las últimas semanas aún no han recogido el conjunto de la caída del barril. Como apunta Montero, hay un cierto desfase entre los valores generales y su aplicación. «La bajada se consolidará en las próximas semanas», prevé el empresario. Además, la elevada carga fiscal que sufren los distribuidores, muy beneficiosa para las arcas públicas, también impide que la última compra sea tan barata como deberían indicar los futuros. Con todo, los 1,47 euros que, de media, marca la oferta de Sin Plomo 95 en las gasolineras catalanas pueden ser solo una parada más en el camino de una caída mucho más intensa. «Tomará tiempo estabilizarse; incluso podría volver a bajar», concluye Roset.