Andreu sale de casa cada mañana cuando todavía es oscuro y vuelve muy entrado el anochecer. Los fines de semana, sus hijos no van a los partidos de fútbol o baloncesto, sino que suben al tractor, ayudan los masoveros o juegan entre los campos de su padre. Con alrededor de una treintena de hectáreas, el campesino vive para trabajar, un trabajo «duro, pero satisfactorio», según relata. En su caso su especialidad son algunas frutas, desde peras, a albaricoques y tomates; pero también los calçots, tanto crudos como cocidos. Para Andreu vivir del campo implica dedicación y horas, pero sobre todo conseguir encontrar el equilibrio. Él, como muchos otros, lo ha hecho a través de encargarse de toda la cadena de valor, es decir, Andreu no tiene intermediarios, la fruta que él planta es la fruta que él vende al mercado, a los restaurantes y bares o a los mismos vecinos. El mismo hacen los hermanos Camats, que venden las cerezas que cultivan ellos desde Corbins a gran parte de la comarca. Trabajan con tenderos y restaurantes, pero también «gente que llega a la sede y compran cajas», dicen Genoveva y Joan Antoni. Dos historias que lejos de ser casos aislados, podrían formar parte de una solución para recuperar la fe en la supervivencia del campesinado: el mercado minorista.
«Tenemos dos agriculturas: las que compiten en calidad y las que compiten en cantidad«, expone Francesc Reguant, presidente de la Comisión de Economía Agroalimentaria del Colegio de Economistas de Cataluña, quien también añade que «es complicado cambiar de un lado al otro». De este modo, los productos siempre se han distinguido por su personalidad o bien por la cantidad que se puede cultivar. Por ejemplo, un vino siempre tendrá más posibilidad de entrar en un mercado de valor que no un tomate. Aun así, el mercado minorista hace años que empieza a abrirse a otros horizontes. Donde antes solo entraban productos «de lujo» ahora hay toda una nueva gama de frutas y verduras que tienen cabida. Esta nueva tendencia hace que algunos campesinos vuelvan a los orígenes y monten sus paradas al mercado. «La gente vuelve a ir cada vez más al mercado», afirma Andreu Aragonès, propietario de Fruites y Calçots Andreu.
La vida en el campo ha probado ser insostenible bajo las leyes españolas y catalanas. La entrada de productos de fuera y el escaso precio que se paga a los campesinos han creado unas condiciones con las cuales una gran parte del campo catalán no está de acuerdo. El mercado de grandes cantidades siempre ha sido el más sencillo para los campesinos catalanes. En una buena época, una persona con más de una decena de hectáreas se podía acercar a Mercabarna o alguna cooperativa y sacar provecho. A estas alturas, hacer este proceso hace perder dinero a los trabajadores del campo. Es por eso que la alternativa de la venta al por menor se levanta en medio de un mar de protestas y manifestaciones. «Es la única posibilidad que le veo», argumenta Aragonés. Una opinión que también comparten los hermanos Camats, que añaden que «la manera de ganarse la vida lo han encontrado vendiendo ellos sus cerezas». Ambas empresas son familiares y están lideradas por campesinos jóvenes y, a pesar de cultivar diferentes productos, coinciden en afirmar que competir en el mercado grande «nos estaría haciendo perder mucho dinero».

Si bien es cierto que la venta al por menor puede ser una solución, no está hecha para todo el mundo, puesto que no es ningún secreto que para vender productos en el mercado local en Cataluña sobrarían campesinos. «Esto es una simplificación, pero al final estamos hablando de una demanda limitada», argumenta Reguant, quien explica que «ya es complicado sobrevivir«. En este sentido, los campesinos tienen dos opciones, o bien bajan la cabeza y continúan trabajando con precios por debajo coste o se levantan y se manifiestan, tal como hace meses que hacen. Ahora bien, parece que la familia Camats y Aragonés han encontrado una solución alternativa que, quizás no está hecha para todo el mundo, pero a ellos les parece una alternativa digna para continuar trabajando en el campo. «Te cansas de entrar a competir con gente que tiene más ventajas que tú», dice el gerente de Frutas y Calçots Andreu.
Una demanda que crece gracias a la gente joven
Como muchos campesinos jóvenes de Cataluña, ambas familias se hacen merecedoras de la frase «renovarse o morir», pero todavía la llevan más allá. Mientras los campesinos reclaman nuevas leyes y más aranceles para las frutas que vienen de fuera, los hermanos Camats han conseguido hacer un mercado sólido de cerezas a su alrededor. «Quizás no seremos ricos, pero vivimos de esto; y no todo el mundo lo puede decir», explica Genoveva Camats. Es evidente que los ejemplos no pueden ser muestra de toda la realidad, pero tanto Cireres Corbins como Fruites i Calçots Andreu han encontrado el equilibrio entre ganarse la vida y no perder dinero en el intento. «Empiezas haciendo clientes por aquí, yendo al mercado y te das cuenta con el tiempo que todo va creciendo», explica Aragonés. Aun así, no es solo el esfuerzo y dedicación de los campesinos lo que hace que continúen sobreviviendo, sino también el cambio de tendencia social y cultural, que lleva a menos gente al supermercado y más al mercado.
«Yo cada vez veo gente más joven que viene a comprar», explica Aragonés. De hecho, hay la creencia que las nuevas generaciones cuidan más lo que comen y, por lo tanto, también se preocupan de aquello que se cultiva cerca de casa. La proximidad hace años que es una de las razones por las cuales el ciudadano medio se decanta por un producto u otro. Se podría hablar, pues, de un cambio de mentalidad social que estaría jugando a favor de los campesinos que apuestan por el mercado minorista. «La demanda es limitada, pero el mercado está creciendo», explica el presidente de la Comisión de Economía Agroalimentaria del Colegio de Economistas de Cataluña, quien asegura que en el territorio siempre se ha tenido en cuenta «la calidad del producto».
Esta es precisamente la clave del éxito del mercado al por menor, centrarse en la calidad, es decir, aportar algo que no puede dar nadie y, en consecuencia, ganarse clientes fieles. Una ecuación que quizás fácil de conseguir, pero complicada de mantener y, sobre todo si entran más jugadores en el tablero: «Necesitas diferenciarte de los otros; ¿si todos los campesinos van al mercado al por menor, donde habrá la diferencia?», se pregunta Reguant, que confirma que hay que encontrar una manera de conseguir mejorar la vida de los campesinos, pero no ve una salida para todo el mundo en el mercado minorista. Unas afirmaciones que se chocan con el modo de vida de los hermanos de Cireres Corbins y Fruites i Calçots Andreu que han convertido sus producciones en distribuidoras, reclutadoras de clientes y comercializadoras.

Las cooperativas son la tirita en una herida de bala
Las cooperativas tenían que ser la alternativa que ahora plantea absorber el mercado minorista. La falta de recursos de los campesinos y el poco porcentaje de supervivencia profesional de los últimos años han hecho que muchas explotaciones se juntaran para crear asociaciones y empresas dedicadas a la venta al por mayor. Lo que aparentemente empezó como una solución a las prácticas abusivas de los distribuidores y comercializadores, ahora se ha sumado al carro de la explotación. «Las cooperativas no lo están haciendo del todo bien», aseguran fuentes del sector en declaraciones al
No son solo las voces del sector, sino que los mismos campesinos que trabajan por su cuenta aseguran que juntarse no es siempre la mejor opción. «Aquí tenemos todo el poder de decisión sobre el precio, si lo llevamos a alguno otro lugar ya no lo sé», explica Genoveva Camats. Paralelamente, Aragonés también asegura que ir por libre a él le ha aportado más e incluso reconoce que también hace de distribuidor otras explotaciones con su marca, pero siempre a precios justos. De hecho, esta tendría que ser la premisa principal de cualquier explotación, pero el poder lo continúan teniendo los comercializadores, una situación que deja sin margen de negociación a los mismos campesinos; como si los feudos no hubieran desaparecido nunca: «Hemos cambiado el coche, pero no la batería», concluyen las fuentes.