L'escapadeta
Cierra uno de los restaurantes más queridos de Barcelona: el alquiler insostenible obliga a bajar la persiana

La cálida luz de las farolas cae sobre una fachada que ha sido punto de encuentro durante más de una década. Dentro, el ruido de las copas y el perfume de los asados conviven con risas y recuerdos. Pero todo tiene un final, y hasta los lugares más queridos deben bajar la persiana cuando las cifras no cuadran.

Un final que nadie quería imaginar

Los vecinos del barrio habían encontrado una segunda casa. Los turistas, una sorpresa que no aparecía en todas las guías. Los habituales sabían que allí siempre había un lugar para un pollo jugoso al horno, un cochinillo crujiente o un vino catalán con historia. Pero la realidad económica es terca, y el aumento del precio del alquiler ha sido un lastre demasiado pesado para un negocio familiar.

El cierre no llega de repente: son años de resistencia, de intentar negociar, de afrontar crisis globales y personales. Finalmente, la combinación de un alquiler insostenible y la dificultad para encontrar personal comprometido ha hecho inevitable la despedida.

Chez Cocó: la idea que revolucionó un plato humilde

Cuando abrió sus puertas, en 2012, el proyecto quiso dignificar el pollo asado y otras aves. Convertir un plato de domingo en una experiencia gastronómica con sello propio. No era solo comida, era también escenografía y ambiente.

Coquelet, pollo pequeño, con hierbas y cogollos con vinagreta

El diseño del espacio, a cargo de Lázaro Rosa-Violán, evocaba los vagones elegantes del Orient Express, con detalles que convertían una cena en un viaje imaginario. Los hornos castellanos ardían sin descanso, y los asadores hechos a medida en Francia eran parte del ritual.

Una apuesta por la memoria y el gusto

Desde el primer día, el restaurante se distinguió por unir producto honesto y calidad con una atmósfera inolvidable. Era el lugar donde celebrar, donde llevar visitas de fuera, donde reencontrarse con amigos. Muchos clientes cuentan que vivieron allí comidas que se convirtieron en recuerdos familiares.

Las dificultades que marcaron el camino

En trece años de trayectoria, el local vivió de todo. El proceso político en Cataluña, la pandemia que hizo tambalear toda la restauración, e incluso una inundación por una tubería rota que lo obligó a cerrar durante semanas.

A pesar de todo, el restaurante resistió. Pero cada vez era más difícil. El contrato de alquiler se convertía en una espada de Damocles, con subidas que resultaban incomprensibles. Al mismo tiempo, el sector sufría la falta de camareros y cocineros cualificados que quisieran mantener el oficio.

Los propietarios, Jordi Gotor y su pareja, también debían lidiar con otro factor decisivo: la familia. La crianza de los hijos hacía inviable continuar dedicando jornadas maratonianas a la sala y la cocina.

Un cierre con sabor agridulce

La despedida no es solo el final de un negocio, sino la pérdida de un símbolo para muchos barceloneses. Aquel lugar donde la alcachofa al horno se maridaba con cava y donde el cochinillo crujía al cortarlo queda ahora en la memoria.

Muchos clientes hablan de una sensación de tristeza colectiva. No era solo comer bien: era formar parte de una historia que combinaba innovación, tradición y acogida.

Lo que queda tras la persiana del Chez Cocó

El restaurante deja un legado de sabores y momentos compartidos. También abre un debate sobre la fragilidad de la restauración en Barcelona, donde los alquileres y la presión económica pueden hacer caer proyectos sólidos y queridos.

El recuerdo perdurará: las noches con largas conversaciones, las cenas con platos que sorprendían, el ambiente de vagón antiguo donde cada mesa era un compartimento íntimo.

Una lección de ciudad

Esta despedida nos recuerda que los restaurantes son mucho más que empresas: son espacios culturales y emocionales. Cuando cierra uno, la ciudad pierde una parte de sí misma. Quizás es hora de preguntarnos cómo queremos que sea el futuro de nuestra gastronomía y qué estamos dispuestos a hacer para conservar su esencia.

Un brindis por la memoria

Cuando se apagan las luces y la puerta se cierra por última vez, queda el eco de las risas y el recuerdo de los platos. Tal vez algún día, en otra dirección, en otro formato, el espíritu de aquel restaurante volverá a renacer.

De momento, queda un agradecimiento inmenso a quien lo hizo posible. Y el deseo de que la ciudad no olvide nunca que, detrás de cada persiana que baja, hay historias vividas que merecen ser recordadas. ¿Y tú? ¿También tienes un recuerdo especial de este lugar?

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa