Desde el Pirineo hasta el Maresme, pasando por calas, acantilados y pueblos marineros, la travesía de Portbou a Blanes es una inmersión costera total.
La ruta completa, conocida como Camí de Ronda, recorre más de 200 kilómetros de litoral gerundense. Aunque algunos la hacen entera, muchos prefieren dividirla por etapas. Desde la abrupta costa del Cap de Creus hasta los paseos marítimos de Blanes, cada paso revela un paisaje nuevo.
Una ruta con historia: del contrabando al senderismo
El Camí de Ronda no nació como una ruta de ocio. Sus orígenes se remontan a caminos de vigilancia utilizados por la Guardia Civil para controlar el contrabando y la pesca ilegal a lo largo del litoral catalán. Hoy, este pasado se camufla entre senderos bien señalizados, pasarelas de madera, tramos empedrados y escaleras que salvan los acantilados.
A diferencia de otras rutas de senderismo, aquí el mar es el protagonista constante. El Mediterráneo acompaña cada paso, ofreciendo un contraste único entre la brutalidad de los acantilados y la calma de las calas escondidas. Muchos tramos permiten imaginar a los antiguos pescadores transportando redes o a los contrabandistas cruzando de noche.
Caminar este camino es también seguir las huellas de la historia local: desde vestigios de búnkeres de la Guerra Civil hasta los faros que aún vigilan la costa. No es solo naturaleza: es cultura, memoria y paisaje.

De Portbou a Blanes: etapas, pueblos y paisajes
La travesía completa se puede hacer en unas dos semanas si se camina a ritmo moderado. Sin embargo, muchos optan por dividirla en etapas más asequibles, como un fin de semana largo o escapadas encadenadas. Cada zona tiene su encanto y sus retos.
Al norte, Portbou marca el inicio (o final) del recorrido. Desde allí se asciende y desciende por paisajes salvajes, atravesando pueblos como Colera o Llançà, donde la montaña y el mar se funden en una sinfonía natural.
Uno de los puntos más impactantes es el Cap de Creus, con su geología lunar y vistas infinitas. Llegar a Cadaqués, el pueblo blanco que enamoró a Dalí, es una recompensa emocional y estética. Su arquitectura, el ritmo pausado y la luz especial hacen una pausa obligada.
Más al sur, aparecen localidades como Tamariu, Llafranc o Calella de Palafrugell, que conservan el espíritu de los antiguos pueblos pescadores. Las calas se vuelven más accesibles y el terreno alterna caminos de tierra con tramos urbanos. A medida que se avanza hacia Tossa de Mar o Lloret de Mar, el paisaje se vuelve más turístico, pero no por ello menos espectacular.
Finalmente, Blanes recibe al caminante con un cambio sutil: deja de ser Costa Brava y comienza el Maresme. Aquí termina (o comienza) una ruta que atraviesa el alma del litoral catalán.

Consejos prácticos para preparar el camino
Aunque la ruta no es técnicamente difícil, sí exige preparación y constancia. Caminar varios días seguidos entre subidas, bajadas y calor requiere una buena forma física. Lo ideal es llevar un calzado adecuado, bastones si se está acostumbrado y una mochila ligera pero bien equipada.
El clima mediterráneo puede ser engañoso. En verano, el calor es intenso, y en invierno, aunque las temperaturas son suaves, el viento puede ser fuerte. Por eso, la primavera y el otoño son las estaciones ideales para hacer la ruta.
Es importante planificar bien el alojamiento. Cada pueblo costero ofrece opciones diversas, desde hoteles hasta pensiones familiares. Algunos servicios incluso permiten trasladar el equipaje de un punto a otro para aligerar la caminata.
No olvides llevar agua, protección solar y un poco de comida en los tramos más aislados. Aunque hay bares y restaurantes en la mayoría de poblaciones, entre algunos pueblos el camino puede ser largo y sin servicios.
Además, existen varias guías impresas, aplicaciones y mapas descargables que permiten seguir el trazado con precisión. También se puede acceder a la ruta mediante transporte público en muchos puntos, lo que facilita hacer solo algunos tramos.
Por qué hacerla (al menos una vez en la vida)
Pocas rutas en Cataluña combinan tanta variedad paisajística, riqueza cultural e infraestructura como el Camí de Ronda. Desde playas escondidas hasta castillos medievales, desde pueblos pescadores hasta reservas naturales, este sendero regala al viajero una visión íntima y panorámica de la Costa Brava.
No se trata solo de caminar. Se trata de detenerse, de mirar, de mojarse los pies en una cala desierta, de comer pescado en un puerto pequeño, de ver una puesta de sol desde un mirador donde no hay nadie. Es una experiencia que activa todos los sentidos.
Quien la ha hecho suele repetir. Cambia de dirección, elige otras etapas, pero vuelve. Porque caminar la Costa Brava a pie no es solo un viaje físico, sino también emocional. Hay algo transformador en avanzar día tras día siguiendo la línea del mar.
Un camino para perderse (y encontrarse)
En un mundo que corre, esta ruta invita a detenerse. A seguir la línea costera no por obligación, sino por placer. A redescubrir el acto sencillo y profundo de caminar. A sentir el viento, el sol, la sal y la piedra bajo los pies.
¿Te atreves a cruzar toda la Costa Brava a pie? Comparte tu etapa preferida o empieza a planificarla.