Es el Mediterráneo, donde el mar se abre ante nosotros con aquella luz limpia, cristalina y azul que solo existe junto a las olas.
Así comienza la ruta hacia Palamós, uno de los pueblos marineros más auténticos, bellos y pintorescos de la Costa Brava catalana. En él, la tradición, la sostenibilidad y el placer de los sentidos se funden en una experiencia única entre el mar, el pueblo y la buena mesa.
Navegar hacia los recuerdos en goleta
En el puerto de Palamós hay una empresa llamada Tela Marinera que se dedica a preservar el patrimonio marítimo tradicional de la Costa Brava. Esta no ofrece simples paseos turísticos, sino que propone navegar para recuperar la memoria y revivir la profunda relación entre el hombre y el mar.
Para comenzar la aventura, hay que subir a la Jolie Biche, una goleta centenaria construida en Argelia y que aún se mueve gracias a su motor original Badouin de tres cilindros.
A bordo, el tiempo parece detenerse. La tramontana sopla con fuerza y aroma de mar mientras el barco avanza entre pinos y siguiendo la costa, donde las calas de piedra son inspiración para nuestras postales.
Al frente podréis maravillaros con las Formigues. Estaréis acompañados de un pequeño grupo de islas frente a Cap Roig que emergen del agua como guardianes medievales del litoral.
En la costa se alzan las casitas blancas de los pescadores de S’Alguer y es imposible no recordar un pasado sencillo y laborioso de trabajo y pesca.

Un viaje entre olas, historia y sostenibilidad
Durante la travesía os entretendrán las historias de los marineros, que explican cómo funciona la cofradía de pescadores de Palamós.
Destaca el equilibrio entre tradición y sostenibilidad que debe ser ejemplo del turismo y de la actividad pesquera mundial.
Para garantizar el equilibrio ecológico rotan las zonas de pesca, las “pasadas”, para repartir las capturas y evitar conflictos entre barcos. Ellos lo llaman inequívocamente “Buen sentido aplicado al mar”.
A media mañana ya habréis llegado y fondeado frente a la cala de Castell. Allí el agua brilla en todas las gamas del turquesa y las chispas plateadas parecen danzar sobre la superficie.
Algunos no pueden evitar la tentación de un chapuzón y se lanzan al mar. Otros, en cambio, esperan en cubierta el momento más esperado, que no es otro que degustar la gamba roja de Palamós, a la plancha, con un toque de sal gruesa y aceite de oliva virgen extra.
El bocado es delicado, intenso y yodado, y lo acompañamos con un vino DO Empordà. Mientras, en la ladera vecina, nos contempla el antiguo Poblado Ibérico de Castell, cuyos vestigios miran silenciosos el mismo azul desde hace más de dos mil años.

Palamós: del puerto a la mesa en platos ‘km 0’
Al regreso, el puerto bulle, pero con calma. Los barcos descargan el fruto del día, los pescadores y comerciantes se mueven como hormiguitas mientras las terrazas se llenan de voces alegres.
Entre las calles del casco antiguo hay una parada imprescindible: La Cort del Mos, un restaurante modesto, sin pretensiones ni grandes lujos, pero que ha conquistado corazones y paladares gracias a su autenticidad y a la preservación del sabor local de su cocina.
En el interior puedes ver, hacia una cocina abierta, cómo trabajan Helena Termes y Jeffrey Ruíz, un tándem de chefs que combinan técnica, cultura y sensibilidad.
Ambos tienen un pasado culinario que destaca. Él trabajó en El Celler de Can Roca y ella en el Sport & Spa Hermitage de Andorra.
Se conocieron en el Resort Peralada, bajo la guía del chef Paco Pérez. Pero decidieron crear su propio proyecto en Palamós, convencidos de que el Empordà guarda la esencia de la buena vida. Y… tenían razón.
Su filosofía es tan clara como cautivadora y sostenible: cocina de origen, de productores locales, sin artificios. Es por eso que en La Cort del Mos, el término “kilómetro cero” no es una etiqueta, sino una manera de pensar y de llevar exquisiteces a la mesa.

Todo tiene nombre y procedencia: pescadores del puerto, pequeños agricultores, queseros, bodegas de la zona. Kilómetro cero significa que no hay huella de carbono, pues todo procede de cerca, lo más cerca posible. Así no solo se preserva el medio ambiente, sino que se consolida la economía local.
Sabores del Empordà de mar y huerta
Uno de sus colaboradores más especiales es Hidenori, un agricultor japonés establecido en Pals, Girona, que cultiva con técnicas ecológicas y prácticas biodinámicas.
De su huerto llegan calabazas, brotes frescos, topinambur, berenjenas japonesas y hasta wasabi natural. Todos estos ingredientes aportan matices a unas propuestas que no disfrazan, pero que no se alejan nunca del sabor auténtico de la Costa Brava.