L'escapadeta
Ni Masella ni La Molina: la estación de esquí más premiada de España está en los Pirineos y destaca por algo más que la nieve

Las montañas, en invierno, parecen guardar un silencio denso, casi mineral. El frío tiene una manera propia de detener el tiempo, o al menos de hacerlo avanzar con un ritmo diferente, más profundo. Entre crestas que dibujan un horizonte cortante, una luz intensa se cuela cada mañana y revela un paisaje que no vive solo de nieve: hay una memoria antigua, casi solemne, que espera ser descubierta.

Cuando el relieve se convierte en oportunidad

España, un territorio a menudo definido por sus costas, sorprende cuando se mira hacia su interior: es uno de los países más montañosos de Europa. Esta condición, combinada con horas generosas de sol incluso en pleno invierno, crea una atmósfera particular para los deportes de nieve. Hay estaciones que ya forman parte del imaginario colectivo, lugares que aparecen cada temporada en conversaciones y recomendaciones, pero de vez en cuando algún nombre sobresale con una fuerza especial.

Entre las más de treinta estaciones de esquí operativas, solo siete han sido candidatas al galardón que cada año pone el foco en la calidad del conjunto: los World Ski Awards. Una selección estricta, casi una corta lista de privilegios.

Siete nombres, una ganadora

Las estaciones que han llegado a la fase final forman un mosaico representativo del país: las de Aramón Cerler y Aramón Formigal, en Huesca; Astún Candanchú, en el Pirineo aragonés; y, en la vertiente catalana, Masella, Baqueira Beret y Boí Taüll. A esta lista se suma Sierra Nevada, la más alta de la península, que a menudo acapara titulares por su imponente altitud y su carácter meridional inesperado.

Pero este año el jurado ha dejado clara su elección. La descripción es contundente: una experiencia invernal inigualable para los amantes del esquí. Una afirmación que, en este contexto, pesa tanto como una buena nevada.

La estación que se eleva más arriba en los Pirineos

La vencedora es Boí Taüll, la estación más alta de los Pirineos, con pistas que se extienden desde los 2.020 hasta los 2.751 metros. Esta franja de altura no solo marca un récord: define la calidad de la nieve y asegura un manto constante durante toda la temporada. El dominio esquiable, con 45 kilómetros de recorrido, dibuja un terreno variado donde conviven pendientes suaves para quien se inicia y trazados negros reservados a esquiadores experimentados.

También hay un snowpark que se ha ido ganando, con discreción, la reputación de ser uno de los más completos de la región. Un espacio donde el juego y la técnica se mezclan hasta que las horas pasan sin darse cuenta.

Un entorno que va más allá del deporte

Boí Taüll se encuentra en el corazón del Valle de Boí, un escenario que parece definido por la proporción justa entre naturaleza, silencio y patrimonio. Lo que rodea la estación no es meramente paisaje: es historia viva, sedimentada a lo largo de los siglos.

El valle forma parte de la Ruta del Románico, reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. La afirmación, que podría sonar solemne, toma una dimensión más íntima cuando se recorren los caminos que unen los pequeños núcleos de población. En cada curva aparece una iglesia, una torre campanario que emerge como una guía, un fragmento de piedra que aún guarda el eco de una liturgia antigua.

El románico que acompaña el viaje

En este trozo del Pirineo, el románico no es solo un estilo arquitectónico: es una manera de mirar el paisaje, de habitarlo. Hasta nueve iglesias románicas se distribuyen por el valle, cada una con su propio gesto y su atmósfera. Pero hay una que destaca por encima de todas, no solo por su belleza sino por la fuerza de su interior.

Sant Climent de Taüll: un espacio que custodia un mundo

En el ábside de Sant Climent de Taüll, el Pantocrátor del siglo XII sigue observando la sala con una expresividad que sorprende. Los colores, aún vivos, parecen desafiar el paso del tiempo. Hay visitantes que llegan después de haber esquiado toda la mañana; otros lo hacen como quien emprende un breve peregrinaje. En todos los casos, la sensación es similar: un espacio que obliga a detenerse, a respirar con más calma.

Es fácil imaginarse, al salir del templo, el contraste con el paisaje blanco que espera afuera. Nieve, piedra y silencio. Un diálogo constante entre el invierno y la historia.

Un valle que invita a quedarse

A medida que avanza la tarde, la luz se retira lentamente de las crestas y se enciende un frío que no es hostil, sino limpio. Los pueblos del valle, con sus tejados oscuros y sus calles estrechas, se convierten en un refugio natural para finalizar la jornada. El viaje continúa fuera de las pistas: en una conversación con la gente de aquí, en un plato caliente que llena la mesa, en la calma de un alojamiento que permite escuchar cómo cae la noche sobre las montañas.

Boí Taüll, con su reconocimiento reciente, no solo es una estación de esquí que destaca por la nieve o por la altitud. Es un punto de partida. Un lugar que abre puertas hacia un patrimonio excepcional y que recuerda cómo, a veces, lo mejor del invierno no es lo que hacemos sino lo que descubrimos mientras nos movemos.

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