Su caso no es único. En Carmona, una localidad de tradición agrícola en Andalucía, cada vez más tierras dejan atrás los surcos para convertirse en espacios generadores de energía fotovoltaica. Lo que comenzó como una curiosidad aislada hoy dibuja un nuevo mapa rural.
Del trigo al contrato solar: el caso de José Portillo
José Portillo cultivó trigo durante más de tres décadas. Las hectáreas que heredó de su padre, como muchos en la zona, eran una fuente modesta pero constante de subsistencia. Sin embargo, entre los vaivenes climáticos y los precios inestables del cereal, el beneficio neto apenas alcanzaba los 100 euros por hectárea al año. “Mucho sudor y poca ganancia”, recuerda.
Todo cambió hace tres años, cuando una empresa energética le ofreció alquilar sus tierras durante 30 años para instalar paneles solares. Le prometieron 1.900 euros por hectárea anuales, sin mover un dedo. Al principio dudó. “¿Y si era una estafa? ¿Y si me quedaba sin tierra?”. Pero la propuesta venía con garantías y contratos bien atados. Hoy, sus campos dorados por el sol no producen trigo, sino energía.
“Me dolió ver cómo desmontaban los almendros”, confiesa. “Pero no me arrepiento. Ahora vivo sin angustias y mis hijos no tienen que heredar un problema”.
Un boom solar en Carmona: cifras y dinámicas locales
Carmona, como otras zonas del sur de España, se ha convertido en un imán para los grandes parques solares. En menos de cinco años, más de 1.200 hectáreas se han reconvertido para uso fotovoltaico. Municipios enteros ven cómo el campo cambia de cara.
El atractivo es claro: sol casi todo el año, terrenos planos y precios bajos por hectárea. Las empresas energéticas encuentran el terreno ideal para desarrollar macroparques solares, y los propietarios rurales, una forma de renta sin inversión ni riesgo.
Actualmente, más del 10% del suelo agrícola de Carmona ya está comprometido con contratos solares, y se estima que esta cifra podría duplicarse en la próxima década. El ayuntamiento ha comenzado a estudiar planes de regulación para frenar un posible “éxodo agrario total”.

Economía fotovoltaica vs. cultivo tradicional
La comparación es, a menudo, brutal. Un agricultor puede obtener de media entre 80 y 200 euros por hectárea cultivando cereales o legumbres, según el año. Las rentas solares prometen entre 1.500 y 2.500 euros por hectárea anuales, sin gastos de maquinaria, semillas o agua.
Además del beneficio económico directo, muchos agricultores valoran la estabilidad de los ingresos. “Sabes lo que cobrarás cada año, sin depender del cielo”, dice José. En un mundo donde las sequías extremas son cada vez más frecuentes, este argumento pesa mucho.
Pero hay quienes alertan de los riesgos del “monocultivo solar”. El abandono agrícola puede afectar la seguridad alimentaria, la biodiversidad local e incluso el empleo en zonas rurales.
Retos, críticas y resistencia rural
No todos están contentos con la expansión solar. Algunos vecinos se oponen frontalmente. Argumentan que el campo no es solo una industria, sino también una cultura y un paisaje que se pierde.
“Mis hijos no verán un girasol en verano”, lamenta Carmen, vecina de la zona. Otros denuncian el impacto visual de los paneles o la ocupación de caminos rurales. En algunos pueblos, ya se han organizado protestas contra nuevos parques fotovoltaicos.
Además, la falta de una normativa nacional clara ha generado incertidumbre. Algunos contratos tienen cláusulas ambiguas, y hay temor de que, tras décadas de uso intensivo, las tierras queden improductivas.
¿Un modelo replicable? Miradas hacia el futuro rural
El caso de Carmona está siendo observado por otras regiones agrícolas. La clave, según los expertos, es el equilibrio. Ni todo solar, ni todo trigo. Algunos modelos apuestan por la “agrivoltaica”, combinando cultivos bajos con paneles elevados. Otros proponen rotaciones o limitar porcentajes por municipio.
España tiene una oportunidad histórica de liderar la transición energética sin sacrificar su alma rural. Para ello, será necesario repensar qué se entiende por “productividad” en el campo y cómo se valoran sus múltiples funciones.
La historia de José Portillo no es solo un cambio de cultivo. Es un reflejo de una transformación estructural que ya está en marcha.
¿El sol como salvación o como espejismo?
“Antes me levantaba temprano para regar. Ahora desayuno tranquilo mientras el sol trabaja por mí”, bromea José. Su caso genera envidia, dudas y también miedo entre sus vecinos. ¿Estamos vendiendo la tierra o simplemente reinventándola?
El futuro del campo español está en juego. Y cada hectárea que cambia de manos —o de uso— es una decisión colectiva.
¿Tú qué harías con tu tierra?