El encarecimiento de los precios en España, sumado a las políticas antiinflación del gobierno francés, está detrás de este fenómeno creciente.
Una tendencia silenciosa que reconfigura hábitos, rutas y economías locales.
Cada semana, supermercados franceses a pocos kilómetros de la frontera reciben una clientela muy especial: familias catalanas que buscan abaratar su cesta de la compra.
El contraste de precios entre ambos lados de los Pirineos, junto con la proximidad geográfica, convierte ciudades como Le Boulou o Céret en destinos habituales para quienes viven en Figueres, Camprodon o Ripoll.
Y aunque parezca una costumbre reciente, muchos lo ven como una respuesta moderna a un fenómeno con raíces antiguas: el comercio fronterizo.
Un fenómeno que crece entre carros y maleteros
En Le Boulou, un pequeño municipio francés a menos de diez minutos en coche desde La Jonquera, los aparcamientos de los supermercados se llenan de matrículas catalanas. Allí, algunos compradores reconocen cruzar la frontera hasta seis veces al mes para llenar el maletero con productos más baratos.
“Nos compensa. Solo con carne y productos de limpieza ahorramos más de 40 euros por compra”, explica una vecina de Figueres que lleva más de un año haciendo el trayecto regularmente.
Los productos más buscados son los de consumo diario: leche, arroz, carne, pasta, huevos, papel higiénico y productos de higiene personal. También hay quienes aprovechan para llenar el depósito de gasolina si los precios lo permiten.
Este cambio en los hábitos de consumo ha traído una nueva rutina: preparar las bolsas reutilizables, consultar precios en webs francesas y cargar el coche para hacer la compra semanal… al otro lado de la frontera.
¿Por qué es más barato comprar en Francia?
La clave está en una política pública concreta: la “cesta antiinflación” impulsada por el gobierno francés, que logró acuerdos con supermercados para mantener precios bajos en más de 500 productos esenciales. El objetivo era frenar el impacto de la inflación en las familias trabajadoras.
En contraste, en España, aunque se aplicaron medidas puntuales (como la rebaja del IVA en algunos alimentos), no se logró una contención similar. El resultado: en ciertos productos, el precio puede variar hasta un 30% entre ambos países.
Además de las políticas públicas, también influyen las diferencias en los márgenes comerciales, las cadenas de distribución y la presión fiscal sobre algunos productos.
Otro factor es la percepción del consumidor: muchos consideran que los productos franceses son de mejor calidad, lo que potencia aún más el atractivo de cruzar la frontera para comprar.
La frontera como nuevo eje de consumo
El Alt Empordà y el Ripollès tienen una larga historia de relaciones transfronterizas. Desde el contrabando hasta el turismo, el paso entre Cataluña y Francia siempre ha sido un espacio de intercambio.
La novedad ahora es el protagonismo de las compras cotidianas. Ciudades pequeñas como Céret, Prats de Molló o Bourg-Madame han visto aumentar la presencia de compradores catalanes, especialmente los fines de semana.
Las rutas son sencillas y rápidas: desde Camprodon hasta Prats de Molló son 25 minutos en coche; desde Figueres a Le Boulou, menos de 20. No se necesita alojamiento ni una gran planificación. Solo ganas de ahorrar.
Pero este auge también genera efectos secundarios. Comerciantes locales del lado catalán informan de una leve caída en las ventas de productos básicos, y algunos se preguntan si esta dinámica puede afectar el tejido económico de proximidad.
Alt Empordà y Ripollès: dos comarcas en transformación
Lo que comenzó como una estrategia para ahorrar en la compra semanal revela algo más profundo: un reequilibrio de hábitos y expectativas en las zonas fronterizas.
En el Alt Empordà, además del fenómeno del carro, se añade otro movimiento: la compra de viviendas por parte de ciudadanos franceses. En algunas localidades costeras, hasta el 80% de los nuevos compradores provienen del país vecino.
Esto ha provocado un aumento de precios que dificulta el acceso a la vivienda para los jóvenes locales, al tiempo que revitaliza sectores inmobiliarios que estaban estancados.
En el Ripollès, más rural y montañoso, las masías y fincas tradicionales también despiertan interés de inversores franceses que buscan segunda residencia o turismo sostenible. Algunos pueblos han visto cómo la llegada de nuevos residentes reactiva servicios, pero también tensiona el mercado.
Lo que une ambos fenómenos —compra de productos y de propiedades— es la desigualdad de poder adquisitivo entre países vecinos. Una realidad que, a pie de calle, se traduce en maleteros llenos y tiendas con acentos mezclados.
¿Comprar fuera o repensar el modelo?
A primera vista, puede parecer una anécdota más: catalanes cruzando a Francia con bolsas y listas de la compra. Pero detrás hay un fenómeno que interpela al modelo económico, las políticas públicas y el futuro del consumo local.
“Ahora, comprar en Francia es como hacer mercado en el barrio, pero con mejores precios”, confiesa una compradora habitual que vive en La Jonquera.
¿Es esta una solución puntual o un síntoma de algo más profundo?
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