El local recupera la estética original, la barra de mármol y el espíritu marinero. El barrio celebra el retorno de un emblema que ha sobrevivido al paso del tiempo.
El Born vuelve a tener su propio corazón. En la plaza de Sant Agustí Vell, entre calles que aún conservan el eco del viejo barrio portuario, el Bar Mundial ha vuelto a encender las luces después de cuatro años de silencio. La reapertura no es solo gastronómica: es también un acto de memoria y de resistencia ante la homogeneización del centro de Barcelona. Detrás de este regreso está el Grup Confiteria, responsable de rescatar locales con historia y devolverles el alma original.
Un siglo después, vuelve el latido del Born
Fundado en el año 1925 por la familia Tort, el Bar Mundial fue durante décadas uno de los puntos de encuentro más singulares de Barcelona. Su nombre no es casual: a principios del siglo XX, el local se convirtió en espacio de reunión de aficionados al boxeo, un deporte entonces muy popular en la ciudad. Las paredes estaban llenas de carteles de combates, fotografías de púgiles y recuerdos de una época en que los bares eran verdaderos clubes sociales.
Durante buena parte del siglo pasado, el Mundial fue mucho más que un bar. Coincidían periodistas, marineros, vecinos y artistas que compartían conversaciones bajo los espejos oscurecidos por el humo. Era un espacio de convivencia, un refugio informal donde se mezclaban acentos y generaciones. La familia Tort lo dirigió con una mezcla de rigor y calidez que lo convirtió en una institución sentimental.
Con el tiempo, sin embargo, las crisis y la pandemia causaron estragos. En octubre de 2021, el Mundial bajó la persiana, y muchos pensaron que sería para siempre. El barrio, cada vez más ocupado por franquicias y tiendas de recuerdos, perdía una de sus últimas barras con historia. Pero el destino aún le tenía reservado un segundo asalto.
Cien años después de su nacimiento, el Grup Confiteria, liderado por Enric Rebordosa y Lito Baldovinos, decidió reabrirlo conservando hasta el más mínimo detalle. “Queríamos que los vecinos, al cruzar la puerta, sintieran que volvían a casa”, explicaron en la presentación. La barra de mármol, las estanterías metálicas, las mesas de hierro fundido y los espejos centenarios se han mantenido con una restauración cuidadosa. Todo parece detenido en el tiempo, pero con un brillo renovado.
El retorno con sabor a mar
La nueva carta del Mundial respira mar y nostalgia. Su cocina rinde homenaje a los platos que lo convirtieron en leyenda: las tapas clásicas, sencillas pero inconfundibles. Encontramos cazón en adobo, tortillitas de camarones, boquerones en vinagre, anchoas y berberechos en salsa verde. También hay pequeños guisos como los callos de mar o los garbanzos salteados del día, que recuerdan la cocina tradicional de las tabernas marineras.
Entre los bocadillos más celebrados está el pepito de atún con huevo frito, heredero directo de los menús de los años cincuenta. No faltan el bocadillo de pulpo frito ni los clásicos suquets de pescado servidos en cazuelas de barro. Y, para terminar, el bar conserva la colaboración con el Forn Vilamala, otra institución centenaria del barrio, que elabora las milhojas caseras y el flan de toda la vida.
Uno de los gestos más comentados de la reapertura ha sido la posibilidad de pagar en pesetas durante los primeros días, un detalle simbólico que muchos vecinos vivieron con emoción. “Fue como volver a un tiempo en el que la gente se conocía por el nombre y los bares eran de todos”, explicaba un cliente habitual con sus antiguas monedas en la mano. Ese aire de complicidad y recuerdo impregna hoy cada rincón del local.

Patrimonio que resiste a la turistificación
El regreso del Bar Mundial no solo reabre un restaurante: recupera un trozo de identidad del Born. En un barrio donde la presión turística ha transformado la vida cotidiana, rescatar un bar de 1925 es un acto de resistencia cultural. El Grup Confiteria, que también ha revivido espacios históricos como el Senyor Vermut o la Confiteria de Sant Antoni, asegura que su objetivo no es abrir más locales, sino salvar los que cuentan historias.
Esta filosofía conecta con un movimiento cada vez más extendido en Barcelona: proteger los comercios emblemáticos antes de que desaparezcan. En el caso del Mundial, la reapertura se ha vivido como una pequeña victoria vecinal. Algunos antiguos parroquianos han donado fotografías y objetos del viejo bar, que ahora decoran las paredes. Entre ellos hay guantes de boxeo, retratos en blanco y negro y una placa con una frase atribuida a Gabriel García Márquez: “Tort, si yo hubiera conocido antes este bar, habría escrito Mil años de soledad”. La cita resume el espíritu de un lugar donde realidad y memoria se entrelazan como en una novela.
El nuevo Mundial mantiene el ambiente cálido de siempre, pero con una cocina más cuidada y sostenible. Los proveedores son locales y muchos productos llegan directamente de las lonjas del Maresme. La carta cambia con las estaciones y apuesta por elaboraciones sencillas, fieles al estilo de barra barcelonés. “Queremos que continúe siendo un bar de barrio, no un museo”, dice Rebordosa. Esta idea resume la intención de quien lo ha devuelto a la vida: conservar su alma, no embalsamarla.
Una barra con memoria
Quien entra hoy al Bar Mundial tiene la sensación de viajar en el tiempo. Los espejos restaurados reflejan las lámparas antiguas, las mesas de mármol conservan las marcas de generaciones de conversaciones y el gran mural de boxeadores continúa presidiendo la sala. Es un lugar donde las capas del pasado no se han borrado, solo se han pulido.
El sonido de los platos, el olor de fritos y el murmullo de los clientes crean una atmósfera familiar. Muchos vecinos que vivieron el cierre han vuelto con emoción. Algunos se sientan en las mismas mesas de antes. “Aquí venía mi abuelo a leer el periódico”, recordaba una vecina durante la reapertura. Estos recuerdos, multiplicados, hacen del Mundial un espacio más emocional que físico.
La reapertura también marca una tendencia: la de reconectar con la Barcelona auténtica, aquella de los bares pequeños y las tapas compartidas. Ante la velocidad del turismo y la moda de lo efímero, lugares como este invitan a detenerse. Sentarse en su barra es participar de una historia colectiva que aún late entre sus azulejos y fotografías.
Volver al Mundial es volver a casa
El Mundial no solo reabre un bar: reabre un trozo de la Barcelona que se niega a olvidar. Su regreso demuestra que aún es posible equilibrar tradición y modernidad, y que los negocios con alma pueden sobrevivir al paso del tiempo si se cuidan con respeto. En un siglo ha visto guerras, dictaduras, pandemias y crisis, pero su espíritu ha resistido.
Cuando cae la tarde y el bar se llena de conversaciones, parece que nada haya cambiado. Los camareros continúan sirviendo vermut, los vecinos vuelven a ocupar la terraza y los turistas observan con curiosidad un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. En su barra, la memoria aún se sirve en copa pequeña.
¿Cuántos bares como el Mundial quedan por rescatar en Barcelona? Quizás pocos, pero su regreso recuerda que conservar lo auténtico también es una manera de avanzar. Y que, a veces, volver al pasado es la mejor manera de reencontrarse con el presente.