Este “todo” incluía casas de piedra y calles que aún guardan historias de generaciones pasadas. Pero, entre la actividad ganadera del siglo XIX y la reconstrucción tras la avalancha de 1803, Àrreu ha sobrevivido a mucho… y aún conserva un poco de su magia.
Hoy, el pueblo tiene un solo habitante muy especial: Eloi Renau. Él ha decidido revivirlo con un proyecto único para recuperar la artesanía tradicional y mostrar que es posible una vida más sostenible y equilibrada. En entrevistas a medios locales ha destacado que no busca ser un ejemplo, sino que solo quiere seguir el proyecto de vida que siempre había soñado.
Un viaje al pasado
Llegar a Àrreu es toda una aventura. No hay carretera asfaltada y solo se puede acceder a través de una pista forestal que comenzó a construirse en 2019 y que pone a prueba incluso a los todoterrenos más resistentes.
Esta dificultad añade un toque de misterio porque visitar esta localidad es como descubrir un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Es un destino perfecto para buscar experiencias auténticas y únicas y desconectar de la rutina cotidiana.
Entre 1950 y 1970 se vivió un rápido crecimiento de la red de carreteras en los Pirineos y esto, paradójicamente, marcó un destino claro para Àrreu. Mientras los pueblos vecinos se conectaban fácilmente con las principales vías de la región, este pequeño enclave comenzó a quedar aislado, sin acceso en condiciones óptimas.
La falta de infraestructuras se convertiría en el factor que, finalmente, sellaría su destino.

Tres jóvenes y un mismo sueño: devolver la vida a Àrreu
Aun así, este rincón pirenaico siempre ha despertado la esperanza de nuevos pobladores. En un proyecto de los años noventa, tres jóvenes, de entre 20 y 25 años, intentaron repoblarlo.
Su idea era vivir más cerca de la naturaleza y mantener viva la historia del lugar. Entre ellos estaba Eloi Renau. A pesar de la ilusión inicial con la que comenzó esta empresa, no logró consolidarse y, poco más de tres años después, terminó fracasando.
La última de los tres en marcharse fue Demon, cuando, en 1998 y tras casi cuatro años viviendo completamente sola entre las casas de piedra y los paisajes que aún hoy conservan la esencia de Àrreu, dijo definitivamente adiós.
Renau recuerda en una entrevista a un diario local, El Español, que por aquel tiempo era mucho más complicado porque no había ni siquiera una pista por donde subir con todoterreno y tenían que cargarlo todo a cuestas. Eso incluía la comida, el pienso de los animales, las bombonas de butano y lo que necesitaran.
La marcha de los jóvenes que intentaron repoblar Àrreu se produjo por diversas razones, pero la salida de Demon se aceleró tras el anuncio de que la empresa de estaciones de esquí Baqueira Beret pretendía extender sus instalaciones hacia el Valle de Àrreu.
Afortunadamente, la Unión Europea acabaría bloqueando aquel proyecto, dejando intacta la tranquilidad y la esencia de este recóndito enclave pirenaico.
Eloi Renau: el hombre que volvió a encender la vida en Àrreu
En 2019, Eloi Renau decidió hacer lo que muchos considerarían una locura: volver a Àrreu y comenzar allí una nueva vida. Con los ahorros de toda su vida compró una casa y varios terrenos. Corrían buenos tiempos y fue justo antes de que el mundo se detuviera por la pandemia. Su mudanza coincidió con el confinamiento más estricto, lo que convirtió el inicio de su proyecto en una prueba de resistencia.
Antes de llegar a Àrreu, Eloi vivía en un pequeño pueblo cerca de Sort, donde trabajaba la madera artesanalmente y con técnicas tradicionales. Durante más de veinte años combinaba la carpintería para vivir con la pasión por los deportes de montaña como entretenimiento.
Pero sentía la necesidad de un cambio radical. Entre las montañas, Àrreu se alza a 1.251 metros de altitud y guarda las cicatrices del pasado. Entre sus muchas historias está la avalancha que arrasó las casas y terminó con la vida de 17 personas a principios del siglo XIX.
Pero los supervivientes reconstruyeron su comunidad unos metros más abajo y hoy, casi dos siglos después, Eloi sigue esta misma voluntad: mantener con vida un rincón que se niega a desaparecer.
El proyecto en pie

Eloi Renau vive rodeado de huertos, gallinas, patos, dos yeguas jóvenes y dos perros de montaña. Cada mañana comienza igual, con su ritual de alimentar a los animales que, dice, son el motor que lo sostiene.
El proyecto lo subvenciona con sus ahorros y con la venta de piezas artesanales de madera de nogal. Sueña con terminar su casa, ampliar el taller y abrir una pequeña tienda de confianza frente a su puerta, donde cualquiera pueda comprar sus creaciones y dejar el pago en una hucha.
Un gesto simple, pero profundamente humano, que resume la filosofía con la que Eloi ha decidido vivir y quien ha declarado que desea tener vecinos que lo acompañen en este desafío.