No todas las playas son iguales. Algunas tienen arena y agua, sí, pero hay pocas que pueden ofrecer historia viva, naturaleza salvaje y una luz de faro que aún guía soñadores. Así es la Playa del Faro, un tesoro del litoral catalán que parece haber quedado al margen de las aglomeraciones y el ruido, pero muy cerca del corazón de Vilanova i la Geltrú.
Con el Faro de Sant Cristòfol vigilando desde lo alto, y el Castillo de Sant Gervasi alzándose en el horizonte, este trozo de costa no es solo un destino para tomar el sol: es una ventana al pasado, un espacio para conectar con el mar y con una parte esencial de la identidad del Garraf.
A menos de dos kilómetros del centro
Ubicada a menos de 2 km del centro de Vilanova i la Geltrú, la Playa del Faro es accesible a pie, en bicicleta o en coche. También se puede llegar fácilmente en transporte público: tren R2 desde Barcelona hasta la estación de Vilanova (unos 50 minutos) y, desde allí, un agradable paseo de 20 minutos hasta la playa.
Un trayecto corto para llegar a un lugar donde el tiempo parece detenerse, donde no hay prisa, donde la recompensa no es una toalla de playa más, sino un rincón con alma.
Una playa con vistas y con historia
Lo que hace especial a esta playa no es solo su belleza natural. Es el contexto, las vistas, el simbolismo. El Faro de Sant Cristòfol, en funcionamiento desde 1905, le da un aire nostálgico, marinero, de esos que te obligan a sacar la cámara. Es uno de los faros más fotogénicos del litoral catalán, y no hace falta ser fotógrafo profesional para capturar su magia al atardecer.
Justo detrás, sobre una pequeña elevación, el Castillo de Sant Gervasi destaca por su silueta imponente. Aunque es de propiedad privada y no se puede visitar, sigue siendo un referente visual de la zona. Una presencia discreta pero poderosa.
Naturaleza, calma y buen ambiente
Rodeada de vegetación y pequeños caminos que invitan a paseos lentos, reflexivos, esta playa es perfecta para familias, parejas o solitarios con ganas de desconexión. Aquí no encontrarás batucadas improvisadas ni altavoces de playa. Lo que hay es silencio, olas y una luz que invita a leer, contemplar o simplemente no hacer nada.
La arena es fina y dorada, y las aguas son poco profundas, ideales para un baño tranquilo o para dejar que los más pequeños jueguen sin riesgos. Además, el acceso es fácil y la visibilidad del camino es perfecta para disfrutar de un paseo al atardecer.
Y después, una buena comida o un poco de cultura
Cuando el sol comienza a bajar y el día en la playa llega a su fin, puedes dar un paseo hasta el paseo marítimo de Vilanova, lleno de bares y restaurantes donde comer pescado fresco o tapas con vistas al mar.
Y si quieres prolongar la jornada con una propuesta cultural, muy cerca tienes el Museo del Ferrocarril de Cataluña, una parada fascinante para familias o para amantes de la historia ferroviaria.
¿Por qué vale la pena?
Porque no es solo una playa. Es un espejo de lo que era la vida marinera, un espacio donde el patrimonio y la naturaleza se dan la mano. Es un lugar para dejar las prisas atrás, para vivir el Mediterráneo con calma, con intención, con todos los sentidos.
Porque la Playa del Faro es de esos lugares que tienen alma. Y de estos, ya quedan pocos.