Hay rincones que, sin hacer ruido, acaban convirtiéndose en iconos. Espacios donde la historia, la naturaleza y la estética se funden de manera tan natural que cautivan tanto al viajero más discreto como a creadores y fotógrafos de todo el mundo. Lugares donde el pasado se reencuentra con la belleza y juntos crean una armonía difícil de olvidar.
Recuerda que, si quieres explorar a fondo la Costa Brava, puedes echar un vistazo al artículo donde te proponemos una ruta de 5 días llena de paisajes únicos de Girona y pueblos con encanto. Muy cerca de esta cala puedes recorrer las calles pintorescas de Calella de Palafrugell o, si te apetece alargar el viaje hacia el sur, descubrir la belleza histórica de Tossa de Mar.
Cuando la estética y la historia se dan la mano

Algunos lugares combinan el encanto antiguo con una fuerza visual irresistible, capaz de seducir cineastas y turistas por igual. Son escenarios que podrían ser el fondo perfecto de un anuncio, pero que conservan intacta su autenticidad. Aquí el tiempo parece detenerse y cada piedra esconde una historia que espera ser contada.
Cala s’Alguer: un pequeño paraíso costero que resiste al paso del tiempo
No es una playa masificada ni un rincón escondido, sino una cala diminuta de poco más de 60 metros, con casitas de pescadores suspendidas entre rocas y pinos. Tiene una belleza serena y sin artificios, ideal para quienes buscan calma en estado puro. En 2004, su valor arquitectónico y paisajístico le valió la distinción de Bien Cultural de Interés Nacional.
Una playa que es historia viva
Las casitas, conocidas localmente como botigues, comenzaron a levantarse en el siglo XVI. El primer permiso lo obtuvo un pescador llamado Pere Resador, y a partir de ese momento se formó una hilera de construcciones de piedra con tejado de cerámica y acceso directo al agua. Servían para guardar barcas y víveres, y su integración perfecta con el paisaje, con rampas para varar embarcaciones y pozos de agua dulce, las ha mantenido casi inalteradas hasta hoy.
El gran peligro que nunca se consumó
A mediados del siglo XX, muchos puntos de la Costa Brava fueron víctimas de la especulación urbanística. Esta cala también estuvo en riesgo: en los años 70, el régimen franquista emitió una orden de desalojo y demolición, considerando las casitas “ilegales”. Su destino estaba marcado… hasta que la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, frenó la ejecución. Entonces, un movimiento vecinal y cultural se movilizó, logrando salvar este pequeño tesoro marítimo que hoy sigue en pie.

Finalmente, en 2004 el lugar obtuvo protección total, y hoy sigue intacto. Sin tiendas, ni servicios, solo aquellas casitas, rocas, pinos y mar.
El sello del arte y la cultura
La cala tiene una conexión literaria y artística muy potente. El pintor Josep Maria Sert, amigo de Dalí y Chagall, compró una finca cercana y convirtió la zona en un foco creativo. Personas como Salvador Dalí, Marlene Dietrich, Lola Flores y el escritor Josep Pla pasaron tiempo allí. Él mismo describió la cala en su obra Tres guies (1976).
Este legado cultural ha ayudado a hacer popular un rincón que, en algunos momentos, parecía escondido. Con este bagaje, no resulta extraño que National Geographic la incluyera en una lista de calas icónicas del litoral catalán.
Un escenario ideal para Instagram
La suma de casitas blancas, mar turquesa, rocas escarpadas y pinos crea una postal que existe solo en Pinterest. No es raro encontrar fotografías con marineros modernos, familias tranquilas o influencers seducidos por la estética pura del Mediterráneo. Todo esto, sin grandes construcciones, sin polución visual, solo una cala que ha huido del turismo masivo.
Un lugar para disfrutar con calma
Aquí no hay playas urbanas, restaurantes, ni actividades comerciales. Es mejor llevar escarpines y gafas de snorkel, explorar los fondos marinos y seguir el Camino de Ronda hasta la Playa del Castell, donde hay servicios y aparcamiento.

La cala es ideal para snorkel: los corales, peces y la transparencia del agua ofrecen una experiencia de mar sin aglomeraciones. Eso sí, sin servicios, así que hay que ir preparado: agua, comida, una toalla y respeto por el entorno.
Cómo llegar de forma inteligente
Desde Barcelona, toma la AP‑7 hasta Palamós, y sigue camino hacia la Playa del Castell. El aparcamiento es limitado, así que llegar temprano es clave. Desde allí hay un tramo de Camino de Ronda de unos 10 minutos que te adentra en un paisaje de postal.
Puedes alternar con la Playa del Castell o La Fosca si quieres más comodidades. Pero si buscas autenticidad y calma, esta cala es tu lugar.
Un ejemplo de resistencia y belleza
Este lugar no solo es bonito: es resistente. Testigo de luchas, protegido por vecinos y artistas. Un espacio que ha despertado el interés de potentes medios y que cada vez más personas quieren visitar para descubrir aquello que, un día, casi desapareció.

Con un estilo mediterráneo inconfundible, casitas blancas, mar limpio, pinos y rocas y ubicado a solo una hora y media de Barcelona, es un destino accesible pero vigilante para quien lo valora.
Una medalla para la autenticidad
Si buscas una experiencia genuina y lejos del turismo masivo, esta cala es una apuesta segura. No encontrarás chiringuitos ni tiendas de souvenirs, pero sí historia, naturaleza y una estética perfecta. Sa Conca (perdón, Cala s’Alguer) no solo ha resistido a la especulación: se ha convertido en un símbolo de preservación y resistencia. Y su final, aún por descubrir, lo puedes encontrar entre piedras, barcas y silencio.

Muy cerca de aquí, si sigues explorando la costa, te esperan otros rincones secretos de la Costa Brava como Cala Estreta o la misteriosa Cala del Crit, cada una con una personalidad única y un encanto que invita a perder horas.
Esta es una playa que demanda respeto y calma. Si deseas vivirla con todo su encanto, prepárate para respirar profundamente y dejarte llevar por el Mediterráneo más auténtico.