No está entre los primeros resultados de ningún buscador ni ocupa páginas de ninguna revista de viajes. Y quizá, precisamente por eso, todavía conserva su encanto más salvaje.
Begur y el secreto mejor guardado
Quien conoce la Costa Brava sabe que Begur es uno de los pueblos más encantadores del litoral catalán. Sus casas de pescadores, las calas escondidas y el aroma salado que flota en el aire lo convierten en un lugar querido por locales y visitantes. Pero entre sus paisajes más conocidos todavía hay lugar para la sorpresa.
La mayoría llega y se detiene en Cala Sa Tuna, pensando que ya ha encontrado lo mejor. Pero unos pocos curiosos, impulsados por las ganas de ir más allá, siguen caminando por el Camí de Ronda. Y es allí, a unos 400 metros hacia la Punta de Es Plom, donde comienza a intuirse el regalo escondido.

El descenso hacia el agua turquesa
Desde el sendero ya se ve la intensidad de los colores. El mar se extiende como una alfombra de tonos azules y verdes, y entre las rocas comienzan a aparecer pequeñas barcas fondeadas que parecen flotar sobre un espejo.
Pero el acceso no es sencillo. El último tramo del camino requiere bajar por un sendero pedregoso y resbaladizo, casi como si te pidiera una prueba antes de llegar. No es para todos, pero para quien lo intenta, la recompensa es inmensa.
Una cala pequeña con grandes maravillas
Con solo 70 metros de largo por unos 10 de ancho, este rincón consigue hacerte olvidar cualquier otro lugar. La ausencia de servicios no resta encanto, al contrario: le da autenticidad. No hay restaurantes, ni baños, ni tiendas. Solo silencio, olas y peces que nadan entre las rocas.
Es por eso que llevar gafas de buceo y escarpines es casi obligatorio. El agua es tan clara que, incluso desde la superficie, se pueden ver peces de colores, estrellas de mar y algunas sorpresas más.
Un paisaje que parece pintado
El contraste entre la roca oscura del litoral y la luz intensa del agua genera una imagen difícil de olvidar. Además, las barcas que se acercan, a menudo pequeñas embarcaciones de vela o motor, añaden un toque mediterráneo que lo hace parecer sacado de un cuadro impresionista.

Desde allí, la costa se abre en mil formas, y el olor a pinos y sal llena cada respiración. Es un lugar para quedarse, para darse un chapuzón y sentir que todavía existen espacios que la prisa no ha sabido conquistar.
Qué hay que saber antes de ir
Si bien la experiencia vale mucho la pena, es importante tener presente algunos detalles. El aparcamiento en la zona de Sa Tuna puede ser complicado durante el verano. Lo más recomendable es llegar temprano, aprovechar el fresco de la mañana y empezar la caminata con energía.
Hay un pequeño parking de pago cerca de la cala principal, y desde allí comienza el camino. Lleva agua, algo para comer y, sobre todo, calzado adecuado. No es una excursión larga, pero sí un poco exigente en el tramo final.
Y sí, el nombre del paraíso es…
Cala S’Eixugador. Una cala que no aparece en las postales, pero que deja huella en quien la visita. No es solo un destino, es una sensación. Un pequeño refugio donde el tiempo se detiene, el agua abraza y el mundo parece mucho más sencillo.

Cuando la belleza se mantiene en silencio
Quizás este verano no hace falta buscar muy lejos. Quizás solo hay que escuchar los caminos que se esconden detrás de los nombres populares y dejarse guiar por la intuición. Si tienes ganas de descubrir, comparte este artículo. Y recuerda: los mejores secretos, a menudo, son los que se murmuran al oído.

