La medida, prevista para 2026, ha despertado debate: ¿sostenibilidad o elitismo? Con 2,6 millones de visitantes anuales, la presión turística ya no es solo una postal bonita.
Lo que parece un escenario de cuento, con canales tranquilos y olor a galletas, se ha convertido en el centro de un intenso debate sobre el futuro del turismo cultural. A partir de la primavera de 2026, los turistas que quieran entrar a Zaanse Schans tendrán que pagar 17,50 €. La decisión, aprobada por el municipio de Zaanstad, busca proteger el patrimonio y aliviar la saturación turística, pero también ha encendido críticas por parte de comerciantes locales y visitantes habituales.
El encanto congelado en el tiempo
Zaanse Schans no es un pueblo cualquiera. Situado a pocos kilómetros de Ámsterdam, este conjunto histórico recrea la vida tradicional holandesa con molinos de viento, talleres de zuecos, queserías y pequeñas tiendas de artesanía.
Con el aspecto de un museo al aire libre, este lugar atrae a millones de personas que quieren hacerse la foto perfecta entre canales, vacas pastando y techos verdes. Pero bajo esta belleza aparente, el flujo turístico ha ido superando los límites.
«Cada día es como un sábado», decía un vecino en declaraciones recientes. La vida cotidiana ha quedado diluida detrás de grupos guiados, selfies, y autocares que llegan a toda hora.

2,6 millones de visitas… y el desgaste invisible
Con un promedio de 2,6 millones de visitantes anuales, Zaanse Schans ha experimentado un desgaste progresivo que no se ve en las fotos. Los caminos se deterioran, los servicios colapsan y el ambiente pierde su autenticidad.
Por eso, las autoridades locales han decidido actuar. A partir de 2026, solo se podrá acceder al conjunto patrimonial mediante una entrada de 17,50 € por persona. Los ingresos se destinarán a mantenimiento, personal, seguridad y mejoras de infraestructura.
Los residentes locales podrán acceder de forma gratuita, y no se instalarán barreras físicas alrededor del lugar, pero se vigilará con sistemas de control de flujo.
Un peaje al pasado: ¿quién debe pagar?
La medida ha sido defendida por el Ayuntamiento como un mal necesario para preservar el lugar. El concejal de Turismo ha afirmado que “no se trata de hacer negocio, sino de proteger un bien común”.
El cálculo es claro: si el número de visitantes cae hasta los 1,8 millones, pero cada uno paga entrada, el lugar podría mantenerse sin depender de subvenciones.
Sin embargo, no todos lo ven igual. Los comerciantes locales temen que la reducción de visitantes afecte las ventas. Además, la percepción de “pagar por caminar por un pueblo” no agrada a muchos visitantes, que consideraban Zaanse Schans como una escapada accesible y auténtica.
¿Preservación o privatización?
El debate ha llegado a los medios y a las redes. Algunos ven en esta medida un ejemplo de turismo responsable, que reconoce los límites de un entorno frágil. Otros, sin embargo, la consideran una privatización encubierta de un espacio público.
También se han alzado voces legales y políticas pidiendo referendos locales y revisiones de la medida. El asunto no es solo económico, sino cultural y emocional.
Zaanse Schans, símbolo del orgullo neerlandés, se convierte así en un campo de batalla entre la identidad local y las exigencias del turismo global.

Un debate que va más allá de Zaanse Schans
El caso de Zaanse Schans no es aislado. Ciudades como Venecia, Dubrovnik o Barcelona también han implementado o discutido medidas para controlar la avalancha turística. El dilema es cómo equilibrar los beneficios económicos con la calidad de vida local y la preservación patrimonial.
¿Estamos dispuestos a pagar por preservar lo que nos gusta?
¿O preferimos consumirlo hasta que deje de ser especial?
¿Cobrar por mirar?
Zaanse Schans nos recuerda que nada es eterno, ni siquiera los pueblos de postal.
Quizás es hora de preguntarnos si el turismo que queremos implica más respeto que cantidad.
Comparte este artículo si crees que es necesario repensar cómo viajamos.
¿Qué valor tiene, para ti, un molino de viento que aún gira?