L'escapadeta
Ni Pals ni Peratallada: el pueblo medieval con mikvè única y puente románico que enamora en la Garrocha

Besalú aparece cuando el verano se despide y la piedra recupera su tono dorado. Sus calles empedradas, el arte románico y el paisaje que lo rodea convierten al pueblo en una escapada de temporada. En otoño, la luz baja y los hayedos cercanos añaden ese toque de color que invita a caminar sin prisas.

A media hora de Girona y a un viaje cómodo desde Barcelona, Besalú se descubre a pie y sin complicaciones. Su postal más conocida, el puente románico del siglo XII, señala la entrada a un conjunto medieval muy bien conservado. Dentro, el viajero encuentra plazas porticadas, la iglesia de Sant Pere y un call sorprendente con mikvè medieval, una rareza peninsular. Vale la pena venir con tiempo: una mañana para el núcleo histórico y una tarde para alguna de las rutas verdes del entorno.

Cómo es Besalú por dentro

La visita comienza, casi siempre, por el puente sobre el Fluvià. La torre-puerta en el tramo central obliga a reducir el paso y mirar la piedra, las dovelas y el perfil de los arcos. El murmullo del río funciona como prólogo del pueblo mientras la pasarela se inclina suavemente hacia la villa amurallada. Es un acceso que prepara el cuerpo para un recorrido breve y continuo, ideal en 90 a 120 minutos sin contar interiores.

Una vez dentro, la trama medieval se entiende a simple vista. La plaza porticada, con sus soportes, recoge el tránsito de vecinos y visitantes desde primera hora. A pocos pasos se encuentra Sant Pere, consagrada en el año 1003, con un románico sobrio y líneas que resisten los siglos. Alrededor surgen fachadas bien conservadas, fragmentos de muralla y rincones donde el empedrado se convierte en escenario para una pausa y una fotografía.

El itinerario natural sigue hacia Sant Vicenç, con un interior recogido, y la Casa Cornellà, una de las joyas domésticas del románico civil. En el camino aparecen patios mínimos, dinteles trabajados y ventanas pequeñas que cuentan historias de oficios y mercados. En un par de calles, la Cúria Reial recuerda la importancia administrativa que tuvo la villa durante siglos, cuando la piedra no era decorado sino herramienta de gobierno.

Huella románica y medieval

Besalú no solo mantiene la piel medieval, también el esqueleto. La consagración de 1003 de Sant Pere habla de una comunidad ordenada alrededor del monasterio, con un claustro que articula silencios y luces. En los portales e impostas, el románico se reconoce en volúmenes sobrios y una geometría que no pretende abrumar, sino guiar la mirada. Las fachadas no compiten con el paisaje, lo enmarcan.

El puente románico del siglo XII merece un tramo aparte del paseo. Su estructura fortificada, con la torre central, delata el control de paso y de mercancías en tiempos en que cruzar un río era un asunto serio. Hoy funciona como un balcón privilegiado: de buena mañana, el vapor del Fluvià recorta la silueta de los arcos; al atardecer, la luz rasante enciende la piedra. Son instantes sencillos y memorables, especialmente con el aire más limpio del otoño.

La Cúria Reial, por su parte, añade contexto político y jurídico. No es un decorado para el viajero, sino una pieza que recuerda que la vida medieval no era solo templos y murallas, sino administración, impuestos y normas. Esta encrucijada entre lo civil y lo religioso se palpa en Besalú a cada giro del recorrido. El conjunto, tomado como unidad, permite entender la villa como un organismo completo y coherente.

El call y la mikvè: un tesoro poco común

Uno de los motivos por los que Besalú sorprende es su call, el barrio judío que ha conservado trazas claras de su organización. Entre callejones estrechos aparece la mikvè medieval, un baño ritual excavado junto al río, que se suele visitar con guía. El descenso hacia la cámara, en silencio, ofrece una de las experiencias más significativas del pueblo, más allá de las postales conocidas.

La mikvè es rara en la península y esto la hace especialmente valiosa. El agua, la luz tenue y la cámara abovedada transmiten una intensidad serena, inesperada para quien llega solo por el puente. Conviene informarse in situ de los horarios y turnos para no perder la oportunidad, sobre todo en fines de semana de otoño con más afluencia. El call invita a caminar despacio, sin acelerar ritmos, y a leer indicaciones que explican cómo se organizaba la vida cotidiana.

La memoria judía completa el relato medieval de Besalú. No es un añadido, es parte esencial de su identidad. Sentir el eco de otros idiomas y otras costumbres en estas piedras amplía la mirada del visitante y añade capas de significado. Al salir de nuevo a las plazas y pórticos, el pueblo se entiende de manera más completa, con su diversidad y su complejidad histórica.

Rutas verdes para estirar las piernas

Si algo hace especial el otoño aquí es la posibilidad de combinar patrimonio y naturaleza en el mismo día. La Via Verda del Carrilet (Olot–Girona) ofrece tramos muy accesibles, con firme cómodo y desnivel del 1,5%, perfectos para bicicleta o paseo largo. No es necesario recorrerla entera: basta con elegir un segmento cercano para sentir el ritmo tranquilo de los campos y los bosques. Es un itinerario lineal que permite ajustar el tiempo y la distancia al gusto.

Muy cerca, la Fageda d’en Jordà despliega su hayedo sobre coladas de lava. En octubre y noviembre, las hojas cambian de color y el suelo se cubre de un manto crujiente que devuelve a cada paso un sonido reconocible. Los itinerarios señalizados desde el área de Can Serra resultan claros y aptos para diferentes ritmos. Un calzado con suela y capas ligeras son suficientes para disfrutar sin complicaciones, especialmente a primera hora o al final de la tarde.

Para quien quiera ampliar el recorrido, Santa Pau ofrece una plaza porticada preciosa y callejones que conservan el pulso medieval. Y si apetece una excursión más aislada, Beget sorprende por su belleza concentrada, con iglesia románica y casas que parecen sostenerse en la pendiente. Son añadidos naturales a una escapada que nace en Besalú, se empapa de románico y acaba con bosque en los tobillos.

Guía rápida para un día (o un fin de semana)

La logística no es complicada. Llegar por la mañana permite cruzar el puente románico del siglo XII con buena luz y menos gente. Conviene aparcar en los espacios habilitados a la entrada del pueblo y seguir a pie por el puente, dejando que el paseo marque el ritmo. El núcleo histórico se recorre sin prisas en unas dos horas, sumando paradas y fotografías.

Para entrar en la mikvè o visitar espacios interiores como Sant Pere, lo más práctico es consultar horarios en la oficina de turismo y, si es posible, unirse a la visita guiada. La explicación potencia la experiencia y ayuda a ordenar fechas y detalles que, de otra manera, pasarían desapercibidos. Si el día es claro, reservar el último tramo de luz para un segundo paso por el puente regala una perspectiva diferente de la villa.

A la hora de comer, la comarca invita a probar cocina de producto. Los fesols de Santa Pau, los embutidos y los guisos de cuchara encajan bien con el clima otoñal. No es necesario listar locales para acertar: basta con ganas de probar y tiempo para una sobremesa breve. Si la idea es dormir cerca para sumar la Fageda d’en Jordà al día siguiente, la oferta de alojamientos rurales de la zona permite un descanso tranquilo y un desayuno temprano.

Consejos de otoño

El otoño en la Garrocha suele traer temperaturas suaves y alguna niebla matinal. Vestir por capas ayuda a adaptarse a los cambios de luz y a la humedad junto al río. Un calzado con suela es suficiente para las calles empedradas y los senderos sencillos de la Via Verda del Carrilet o la Fageda d’en Jordà. Si amanece con llovizna, basta con una chaqueta fina y ganas de seguir caminando.

Para fotografías, la primera hora del día y el atardecer son aliados. La luz lateral resalta el relieve de la piedra y dibuja sombras que resumen el espíritu del lugar. Evitar las horas centrales favorece un paseo más tranquilo y un contacto más cercano con el entorno. En días de más afluencia, una estrategia simple funciona: comenzar por el puente al amanecer, visitar interiores a media mañana y dejar el call para el mediodía.

Como en todo patrimonio sensible, conviene cuidar los detalles. No subir a elementos arquitectónicos, no dejar residuos y respetar las indicaciones en espacios naturales del parque. El desnivel del 1,5% de la vía verde invita a relajarse, pero no a bajar la guardia con bicicletas y peatones compartiendo itinerario. Esta combinación de respeto y disfrute hace que la experiencia mejore para todos y que el lugar conserve su encanto.

Un otoño que se recuerda

Besalú reúne en poco espacio lo que el otoño demanda: piedra, historia y caminos. El puente románico del siglo XII cierra cada jornada como un telón que no cansa; la mikvè abre una puerta íntima al pasado; los hayedos cercanos completan el cuadro con color y silencio. No hay prisa por marcharse cuando el sol baja y el río repite su sonido.

Quizás el mejor recuerdo es ese último paso cuando la luz se apaga y el pueblo enciende los primeros faroles. Entonces se entiende por qué este rincón medieval conserva tan bien su magnetismo, y por qué el otoño le sienta especialmente bien. ¿Qué detalle te ha atrapado más: la torre del puente, el recogimiento de Sant Pere o el crujido de la Fageda d’en Jordà bajo los pies? Sal temprano, camina despacio y déjate sorprender por las rutas verdes que comienzan, casi sin aviso, al otro lado de la muralla.

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